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martes, 26 de enero de 2016

#decrecimiento -- ​ Economía para evitar el fin del mundo



decrecimiento


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Posted: 11 Jan 2016 01:07 AM PST
Daniel Cela para El Correo de Andalucía


Hace dos años, el actual primer ministro griego, Alexis Tsipras, se cruzó en Bruselas con el economista francés, Serge Latouche, un enfant terrible de la sociología moderna, con 75 años de edad. Latouche es el padre de la teoría del decrecimiento, un concepto que revolucionó las ciencias sociales a principios de la década pasada porque tuvo la osadía de enfrentarse a otra corriente sociológica de la izquierda que en aquel momento estaba en auge: el desarrollo sostenible. El desarrollo sostenible fue abrazado con entusiasmo por los partidos socialdemócratas y por no pocos movimientos ecologistas. Les encantó porque les parecía una fórmula mágica que permitía conjugar lo imposible: la preocupación por el medioambiente con la sociedad del consumo y el capitalismo. El desarrollo sostenible venía a decir que es posible satisfacer las necesidades actuales de la sociedad moderna sin comprometer los recursos naturales del planeta ni las posibilidades de generaciones futuras. «¿En serio eso existe?», se preguntaron, excitados, los grandes partidos reformistas europeos. «¿Por qué no lo inventaron antes?» Al poco tiempo no costó mucho encontrar el concepto desarrollo sostenible en la agenda de todos los gobiernos del mundo moderno, conservadores y progresistas.
Pero Tsipras no se creía del todo aquel cuento y menos aún tras su encuentro con Latouche, que por aquel entonces era de los pocos que pensaba que el desarrollo es cualquier cosa menos sostenible. El economista francés, invitado en Bruselas por los eurodiputados verdes, trató de convencerles para caminar hacia una sociedad ecosocialista, en la que sería necesario, «¡obligatorio, urgente!» decrecer: desandar lo andado.

–¿Cómo lo hacemos?, le preguntó el líder de Syriza.

–Yo soy teórico y tú político. Yo no tengo ninguna responsabilidad y tú sí. Para mí teóricamente es sencillo, pero ponerlo en práctica te costará mucho más.

El gurú del decrecimiento estuvo el martes en Sevilla, donde pasó completamente desapercibido para el Gobierno andaluz y sus responsables en política económica y medioambiental. Pero no lo fue para el centenar de personas que abarrotó el salón de actos del centro internacional de la Hispalense que asistió a escuchar su charla Decrecimiento y barbarie. El filósofo francés no visitó Andalucía invitado por su presidenta, sino por un político miembro de un partido verde minoritario (Equo), el profesor Esteban de Manuel.

Latouche va a contracorriente de casi todo, porque su tesis de partida remite al mito de Casandra: augura el hundimiento de la civilización occidental en tres tiempos: en 2030 (agotamiento de los recursos naturales); en 2040 (contaminación atmosférica, envenenamiento del aire, del agua y de la tierra) y en 2060 (desertización y hambrunas). Pocos le creen. Pero sobre todo, pocos quieren creerle porque su propuesta de solución es antipolítica: pasa por revertir la sociedad del consumo y concienciar al mundo de que «hay que consumir menos, porque los países más consumistas no son los más felices»; «hay que comer menos carne», porque la producción de carne tiene un sobrecoste salvaje para el ecosistema: «Para producir un kilo de carne se necesitan cinco litros de petróleo (en pesticidas), y los pesticidas destruyen el suelo»; «hay que acabar con el derroche energético y limitar la publicidad, si no prohibirla, porque es el vehículo del consumismo desatado». Muchas de sus ideas están entre la revolución y la provocación.

Latouche propone que trabajemos menos horas para repartir el trabajo entre más gente. Esta vez ha venido a explicar esta tesis a Andalucía, una de las regiones de Europa con más parados (más de un millón), donde los salarios se han reducido de media un 30 por ciento en los últimos cinco años, y donde el trabajo se ha precarizado hasta tal punto que incluso la Junta optó por reducir un 25 por ciento la jornada y el salario de los médicos eventuales para no despedirlos. «Trabajar más horas sólo genera una reducción del salario. Necesitamos jornadas con menos horas para que podamos trabajar más», dice Latouche.

Claro que el filósofo francés reconoce que es imposible cambiar radicalmente la jornada laboral si no existe antes un cambio en la mentalidad de la gente. «Se necesita una revolución cultural. Si le quitas horas de trabajo a la sociedad y no lo acompañas de un proceso de reeducación, pasarían más tiempo viendo la tele, y todo sería un desastre», explica. El decrecimiento de Latouche es un cambio drástico de paradigma, un sistema radicalmente distinto de interpretar la sociedad. Sólo así se entiende cómo cerró la ponencia del martes: «Debemos recuperar el sentido de los límites, aprender a disfrutar de una cierta forma de pobreza y comprender que escasez no es igual que miseria».

#decrecimiento -- ​La izquierda debería abrazar el decrecimiento



decrecimiento


La izquierda debería abrazar el decrecimiento
Posted: 17 Jan 2016 08:31 AM PST
Giogos Kallis -  El Huggington Post



El decrecimiento es un ataque frontal a la ideología del crecimiento económico. Algunos lo llaman una crítica, un eslogan o una "palabra obús". Otros hablan de la "teoría de" o de la "literatura sobre" decrecimiento o de las "políticas de decrecimiento ". Muchos se ven a sí mismos como el "movimiento del decrecimiento", o proclaman que viven" de una manera decrecentista". ¿Qué es el decrecimiento y de dónde viene?

Los orígenes del decrecimiento

Intelectualmente, los orígenes del decrecimiento se encuentran en la ecología política francesa y europea de la década de 1970. André Gorz hablaba de de décroissance en 1972, cuestionando la compatibilidad del capitalismo con el equilibrio de la tierra "para la que... el decrecimiento de la producción material es una condición necesaria". A menos que consideremos "igualdad sin crecimiento", argumentaba Gorz, estamos reduciendo el socialismo a nada más que la continuación del capitalismo por otros medios -una extensión de los valores de la clase media, estilos de vida y patrones sociales'.

Demain la décroissance (Mañana, el decrecimiento) fue el título de la traducción en 1979 de una serie de ensayos de Nicholas Georgescu-Roegen, un catedrático rumano emigrado a EEUU y uno de los primeros economistas ecológicos, que argumentaba que el crecimiento económico acelera la entropía. Eran los tiempos de la crisis del petróleo y del Club de Roma. Sin embargo, para los pensadores ecosocialistas franceses, la cuestión de los límites del crecimiento era ante todo una cuestión política. A diferencia de las preocupaciones malthusianas por el agotamiento de recursos, la sobrepoblación y el colapso del sistema, el suyo era un deseo de tirar del freno de emergencia en el tren del capitalismo o, en palabras de Ursula Le Guin, "poner un cerdo en la via única de un futuro que consiste únicamente en el crecimiento".

El eslogan décroissance fue revitalizado en la década de 2000 por los activistas en la ciudad de Lyon en acciones directas contra las megainfraestructuras y la publicidad. Serge Latouche, un profesor de antropología económica y crítico de los programas de desarrollo en África, lo popularizó con sus libros, clamando por el "Fin del desarrollo sostenible" y " viva el decrecimiento convivencial". Para el intelectual francés, Paul Aries, el decrecimiento era una "palabra obús ', un término subversivo que cuestionaba la conveniencia del desarrollo basado en el crecimiento que se daba por sentada. Una red pequeña pero entregada de decrecentistas surgió en torno a la revista mensual La Decroissanse. La palabra quedó registrada en los debates políticos franceses, incluso con un intento fallido de un partido político de decrecimiento.

El decrecimiento hoy

Desde Francia, el nuevo meme se extendió a Italia, España y Grecia. En 2008, justo antes de la crisis española, el activista del decrecimiento catalán Enric Duran expropió 492.000 euros a treinta y nueve bancos a través de préstamos. Dio el dinero a los movimientos sociales, denunciando el sistema de crédito especulativo de España y el crecimiento ficticio que impulsaba.
En París, en 2008, comenzaron una serie de reuniones internacionales, una mezcla de conferencias científicas con foros sociales, que introdujo el decrecimiento en el mundo de habla inglesa. En septiembre de 2014, tres mil quinientos investigadores, estudiantes y activistas se reunieron en Leipzig en la IV Conferencia Internacional sobre Decrecimiento. Las actividades abarcaron desde paneles sobre crecimiento y cambio climático, críticas gramscianas al capitalismo o la semana laboral de 20 horas, hasta la desobediencia civil frente a una central eléctrica de carbón o cursos sobre cómo hacerse el pan.

Una prolífica investigación publicada en revistas académicas ha reforzado las hipótesis principales del decrecimiento: la imposibilidad de evitar un cambio climático desastroso con un crecimiento económico; límites fundamentales a la hora de desacoplar el uso de recursos del crecimiento; la desconexión entre el crecimiento y la mejora del bienestar en las economías avanzadas; los crecientes costes sociales y psicológicos del crecimiento. Trabajos recientes ponen de relieve el imperativo del crecimiento para el capitalismo (lo que David Harvey llama la más letal de sus contradicciones) y exploran cómo el empleo o la igualdad podrían sostenerse en economías postcapitalistas sin crecimiento.

Las propuestas políticas van desde límites máximos al carbono y moratorias a la extracción hasta la renta básica ciudadana, la reducción de la jornada semana laboral, la recuperación de los bienes comunes y una quita de la deuda, así como una reestructuración radical del sistema fiscal en base a la producción de CO2 en lugar del impuesto sobre la renta, y topes salariales e impuestos al capital. Al exigir esas imposibles "reformas no reformistas", como André Gorz las llamó, se aboga por la transformación sistémica (como ha señalado Slavoj Zizek, tales reformas socialdemócratas son revolucionarias en una era en que el capitalismo ya no puede darles cabida).
Políticamente, hay un claro consenso en que un cambio de sistema es necesario, y que esto requiere un movimiento de movimientos, o bien una alianza de los desposeídos, incluyendo una coalición de los movimientos globales de justicia social y ambiental. El decrecimiento es incompatible con el capitalismo, pero rechaza también la ilusión del denominado "crecimiento socialista" por el cual una economía racional, centralmente planificada, traería de algún modo mágico los avances tecnológicos que permitirían un crecimiento razonable sin afectar a las condiciones ecológicas. Los decrecentistas discrepan de los socialistas en que a estos les resulta fácil imaginar el fin del mundo o el fin del capitalismo pero, por alguna razón inexplicable, no el fin del crecimiento.

Para otros, decrecimiento significa, principalmente, otra forma de vida (politizada). Nuestro foro sobre decrecimiento de tres días en Atenas, a principios de este año, contó con la presencia de cientos de participantes, no sólo académicos, activistas ambientales y de los derechos humanos o miembros de Syriza, los Verdes y la izquierda antiautoritaria, sino también neorurales y agricultores orgánicos y muchos de los soldados de base de la economía solidaria. En Barcelona, ​​el decrecimiento se visualiza en proyectos como Can Masdeu, con su red de huertos urbanos en el barrio obrero de Nou Barris y una historia de activismo por el derecho a la vivienda; o la Cooperativa Integral Catalana, una cooperativa con seiscientos socios y dos mil participantes, una red de productores independientes y consumidores de alimentos orgánicos y productos artesanales, residentes de ecocomunas, empresas cooperativas y redes regionales de intercambio que emiten sus propias monedas.

François Schneider, promotor de las conferencias internacionales y fundador de Research & Degrowth en París (ahora también en Barcelona), encarna la hibridez del decrecimiento: un doctor en ecología industrial, caminó durante un año con un burro por Francia explicando las ideas del decrecimiento a los transeúntes que, desconcertados, lo detenían para escucharlo. Ahora vive en Can Decreix, una casa neo-rural dentro de la ciudad de Cerbere en la frontera franco-catalana, un centro de experimentación y de educación en la vida frugal.

Algunos hablan de un movimiento de base del decrecimiento, pero los asistentes a las conferencias no somos un grupo cohesionado de personas con una agenda compartida o un objetivo unificado, ni hemos llegado todavía al tamaño de un movimiento. A diferencia del movimiento antiglobalización, no hay ningún edificio de la OMC para asaltar o un tratado de libre comercio que detener. El decrecimiento ofrece un eslogan que moviliza, reúne y da sentido a una amplia gama de personas y movimientos sin ser su único o principal horizonte. Es una red de ideas, un vocabulario, como lo llamábamos en un libro reciente, que cada vez más gente siente que trata de sus preocupaciones.

La izquierda tiene que abrazar el decrecimiento

Una izquierda nueva tiene que ser una izquierda ecológica o no será izquierda en absoluto. Naomi Klein argumentaba que el cambio ambiental "lo cambia todo", también para la izquierda. El capitalismo requiere la expansión constante, una expansión basada en la explotación de los seres humanos y no humanos, que daña irreversiblemente el clima. Una economía no capitalista tendrá que poder sostenerse a la vez que se reduce su tamaño. Pero ¿cómo podemos redistribuir o asegurar un trabajo con sentido sin crecimiento? Todavía no existe una ciencia de'economía del decrecimiento concreta. Lamentablemente, el keynesianismo es la herramienta más poderosa que tiene la izquierda, incluso la izquierda marxista, para hacer frente a los problemas de la política. Pero se trata de una teoría de la década de 1930, cuando la expansión ilimitada todavía era posible y deseable.

Sin la existencia de la marea del crecimiento que levante todos los barcos, es el momento de repensar qué barco consigue qué. La respuesta de la izquierda al dilema r>g de Piketty no debe ser "aumentaremos g ' (g es la tasa de crecimiento). Después de todo, la izquierda siempre quería que fuera r, que la acumulación de capital decreciera. El mismo Piketty, apenas ecologista, no cree en la posibilidad de una mayor tasa de crecimiento. La redistribución va a ser la cuestión central en un siglo XXI sin crecimiento.

La izquierda tiene que liberarse del imaginario del crecimiento. El crecimiento perpetuo es una idea absurda (consideren el absurdo de lo siguiente: si los egipcios hubiesen comenzado con un metro cúbico de material y crecieran un 4,5% anual, al final de sus 3.000 años de civilización, habrían ocupado 2.500 millones de sistemas solares). Incluso si pudiéramos sustituir el crecimiento capitalista por un crecimiento socialista más bueno, más angelical, ¿por qué querríamos ocupar 2.500 millones de sistemas solares?

El crecimiento es una idea que forma parte esencial del capitalismo. Es el nombre que el sistema dio al sueño que estaba produciendo, el sueño de la abundancia material. El PIB se inventó para contar la producción de guerra y se convirtió en un indicador, midiendo y confirmando objetivamente el éxito de EEUU en la guerra fría. El crecimiento es lo que el capitalismo, necesita, conoce y hace. Las políticas de izquierda nunca consistieron en aumentos cuantitativos del valor de cambio en abstracto. Consistían en punto específicos, en valores concretos de uso: el empleo, un salario digno, unas condiciones dignas de vida, un medio ambiente sano, la educación, la salud pública o agua potable para todos. Todos ellos requerían recursos; pero no hay ninguna razón por la que necesitasen una expansión perpetua de recursos del 3% anual.

Y he aquí una afirmación más rotunda: las cosas que a la izquierda le gustaría ver crecer no traerían consigo un crecimiento agregado (a menos que redefiniéramos totalmente lo que medimos como actividad económica, pero esto es un juego de palabras). Extender la riqueza equitativamente a más manos y más mentes de lo que sería necesario, dejando espacios y personas ociosas, dedicando tiempo para cuidar unos de los otros: todo eso son impuestos a la productividad y al crecimiento. Siendo menos productivos podríamos crear más trabajo e incluso vivir mejor. Si fuésemos menos productivos en sectores con valor social, como la salud pública, con más trabajadores (doctores y cuidadores), viviríamos mejor. Pero la industrialización despegó a base de concentrar los excedentes en manos de unos pocos (capitalistas o estados), reinvirtiendo los beneficios para un mayor crecimiento, no para extender la riqueza a todo el mundo o dejar los pastos y los combustibles fósiles inactivos.

Esto puede ser demasiado difícil de tragar. Después de todo, muchos de nosotros a menudo abogamos por la igualdad, la democracia, el pleno empleo, un salario mínimo, la educación o las energías renovables (lo que se quiera) en nombre del crecimiento. Creemos que una alternativa al sistema capitalista que sólo tiene ojos para los beneficios será más racional y lo hará más y mejor de lo que el capitalismo lo hace. Esto es un error político: como afirma Slavoj Zizek, la izquierda no puede limitarse a nuevas formas de realizar los mismos sueños; tiene que cambiar los sueños en sí mismos. Tampoco creo que la idea de volver a la época gloriosa de socialdemocracia europea sea más factible. La gloriosa (sic) era de reconstrucción y recuperación de la postguerra ha terminado. Y no olvidemos que esa también fue posible gracias a la explotación colonial del resto del mundo. Hay pocos indicios de que el keynesianismo impulsado por la deuda, marrón o verde, capitalista o socialista, pueda revivir. Esto es independiente del hecho de que la austeridad neoliberal sea desastrosa. ¡Sí a la redistribución, la democracia y la igualdad, pero no en nombre del crecimiento!

El decrecimiento revive el espíritu de la "austeridad revolucionaria" de Enrico Berlinguer, una austeridad nacida de la solidaridad. El petróleo que alimenta nuestros coches, calienta nuestros hogares o incluso gestiona nuestros hospitales y escuelas, es el mismo que destruye los medios de vida y los bosques en la Amazonía peruana o Nigeria. El papa nos lo recuerda. La razón para llevar una vida "sobria", como lo llamaba Berlinguer anteriormente y el papa ahora es porque nuestras acciones aquí afectan a las personas y los ecosistemas allá, no porque la máquina capitalista se esté quedando sin materias primas (preocupación malthusiana), o porque, como dicen los neoliberales, vivamos por encima de nuestras posibilidades (algo en lo que se refieren al 99% que utilizamos los servicios del Estado del bienestar, no a ellos, el 1% que viven de su capital).

Desde la perspectiva del decrecimiento, la cuestión no es que el Norte Global consuma más de lo que produce (o produzca más de lo que consume, como dicen los keynesianos). La cuestión es que produce y consume más de lo necesario, a expensas del Sur Global (también del propio Sur dentro de los países del Norte), de otros seres y de las generaciones futuras. Producir y consumir menos reduciría el daño infligido a los demás. Es una cuestión de justicia social y ambiental: "reducir y redistribuir desde el 1% global (y en menor medida el 10%, lo que incluye a las clases medias de Europa y América) al resto. Estas invocaciones a la sobria sencillez y a la abundancia frugal pueden parecerse a la idea común latente de la buena vida, presente en muchas culturas de Oriente y Occidente. Pueden recuperar de las garras de los defensores de la austeridad la crítica sensata al "exceso", que hipócritamente utilizan para justificar sus políticas regresivas.

Posibilidades políticas

El decrecimiento es una palabra clave que circula, sobre todo, entre activistas. En Grecia y en España, lugares que conozco mejor, resuena entre los cooperativistas y los ecocomunalistas, incluyendo a miembros de las bases juveniles de partidos como Syriza, Podemos o CUP. El decrecimiento fue una palabra presente, aunque no dominante, en el movimiento de los indignados y en las economías solidarias. Entre los Verdes se despertó una antigua división, anterior al "desarrollo sostenible", entre los radicales " fundis" y los pragmáticos "realos" que apostaron por el crecimiento verde. Existen signos de la re-radicalización de los Verdes europeos: Equo en España, con representación en el Parlamento Europeo, ha respaldado explícitamente una agenda post-crecimiento (su eurodiputado Florent Marcellesi ha hablado en favor del decrecimiento). La campaña nacional de los Verdes del Reino Unido también tenia el espíritu 'post' o 'de'-crecentista , aunque no el nombre.
Los llamamientos explícitos al decrecimiento son un suicidio electoral en un entorno dominado por los medios de comunicación corporativos. Es necesario más trabajo de base para hacer que el decrecimiento sea un pensamiento común generalizado. Por ahora, cuanto más cerca del poder llegue un partido radical, más probable es que se desvincule de cualquier asociación con el decrecimiento. Pablo Iglesias firmó el manifiesto decrecentista Ultima llamada, pero, como The Economist señaló acertadamente, cuando Podemos maduró, dejó atrás las ideas más extravagantes como el "decrecimiento" y "anticapitalismo".

Los paralelismos con la nueva izquierda de latinoamérica son obvios. Correa o Morales fueron elegidos con el apoyo de los movimientos ecologistas indígenas con filosofías similares al decrecimiento. Una vez en el poder, la realpolitik y las políticas redistributivas basadas en el crecimiento que se dictaron fueron complacientes con el gran capital y con el crecimiento alimentado por el extractivismo.

Uno esperaría que, al menos, los nuevos partidos de izquierda en Europa se abstuvieran de hacer del crecimiento su objetivo central. Pero sin duda, las crisis ha reafirmado el imaginario del crecimiento, esta vez como un objetivo progresista. Un activista de Podemos en Cataluña me comentaba que "en la crisis actual sólo podemos hablar de crecimiento". Esto no es totalmente cierto. Se necesita coraje e imaginación, pero no es imposible. Barcelona en Comú ganó las elecciones de la ciudad sin mencionar el crecimiento ni una sola vez en su programa. Esto puede tener que ver con el arraigo del decrecimiento y las ideas asociadas en la sociedad civil de Barcelona y el florecimiento de la economía solidaria alternativa en la ciudad. Muchos de mis amigos y colegas trabajaron en el programa del partido, cuyos compromisos son la renta ciudadana, los impuestos verdes, la reivindicación de espacios verdes, una cooperativa energética municipal, un menor uso de recursos y menos residuos o la vivienda social. Unas de las primeras decisiones de la nueva alcaldesa, Ada Colau, ha sido la moratoria sobre nuevos hoteles y el fin de la candidatura para la organización de los Juegos Olímpicos de Invierno de 2026. Santi Vila, consejero de Medio Ambiente de la Generalitat de Catalunya y joven aspirante conservador, la acusó de liderar un partido del decrecimiento (omitiendo, sin embargo, que unos meses atrás y tratando de estar al tanto de las últimas tendencias internacionales en los debates del cambio climático, él también había hablado favorablemente del decrecimiento en el Parlamento).

El Programa económico de Podemos fue elaborado por dos economistas socialistas (Vicenç Navarro y Juan Torres) que han escrito con frecuencia artículos de opinión contra el decrecimiento. Afortunadamente, el programa evita referencias claras en favor del crecimiento. ¿Podría esta señal dar margen para un keynesianismo sin crecimiento? Sostengo que sí. Se pueden imaginar políticas fiscales y tributarias que dirijan los recursos en favor de las clases trabajadoras y hacia lo verde, el cuidado o actividades alternativas que estimulen un consumo de baja intensidad para los necesitados, dentro de un patrón general de contracción económica. Apenas una visión keynesiana, pero quizás apta para economías secularmente estancadas.

A diferencia de un municipio que, por supuesto, tiene responsabilidades fiscales limitadas, una nación sin crecimiento puede tener problemas para financiar los servicios de bienestar, al menos en principio. Sin embargo, no veo ninguna buena razón para que los costes en salud o educación tengan que crecer al 2 o 3% anual (la tasa del supuesto crecimiento necesario). Hay un inmenso margen para el ahorro mediante la reversión de externalizaciones y costosas adquisiciones, la prohibición de los megaproyectos, o la descentralización de los servicios, como la salud preventiva o el cuidado de los niños, compartiéndolos a través de redes de solidaridad. Países más pobres como Cuba o Costa Rica disponen de sistemas de salud pública universal y de educación excelentes. Impuestos más altos sobre el capital también pueden compensar la pérdida de ingresos del decrecimiento. El bienestar sin crecimiento es teóricamente posible, pero ningún partido de Izquierdas se ha atrevido a pensar en lo que se necesitaría para ponerlo en práctica.

El punto más importante es la deuda. Sin crecimiento, la deuda , como porcentaje del PIB, aumenta. Los intereses de los préstamos se disparan a medida que disminuye la probabilidad de pagarlos. Esto sí que hace menos plausible un keynesianismo decrecentista. Sin crecimiento, tarde o temprano la deuda pública tiene que ser reestructurada o eliminada, ya sea por decreto o por la inflación. Existen precedentes históricos de ello, como el de Alemania después de la guerra o el de Polonia después del fin del comunismo. Pero una vez hecho, no se puede repetir. Sin nueva deuda, el margen para la expansión fiscal es limitado.

La urgencia de la cuestión de la deuda pública puede explicar las diferencias entre España y Grecia. El ascenso de Syriza inicialmente alimentó las esperanzas de que "otro mundo" era posible: la base del partido, especialmente los jóvenes, estaba formada por cooperativistas verdes que, con un espíritu semejante al decrecimiento, apostaban por lo que podría llamarse la economía solidaria, aun sin estar del todo definida. Sin embargo, todos los líderes del partido se posicionaron, sin reservas, a favor del crecimiento, enmarcándolo como la alternativa a la austeridad. En las negociaciones con el Eurogrupo se produjo un breve intento de avanzar en la propuesta de Joseph Stiglitz hacia una "cláusula de crecimiento": Grecia vincularía el pago de la deuda al crecimiento. Estas demandas fueron consideradas por el Eurogrupo como "ultra-radicales"; claro que hablar de una economía solidaria sin crecimiento se hubiese considerado aún más estrafalario.

Algunos comentaristas extranjeros soñaban que un 'No' de Grecia a la Troika y una salida del euro abriría el camino hacia una transición decrecentista y una economía solidaria. Sin embargo, no hay ninguna fuerza política en Grecia que defienda esta posición. La izquierda pro-dracma de Syriza, ahora un partido separado llamado Unidad Popular, es ardientemente productivista. Su líder tiene un historial medioambiental sombrío como ministro de Energía, que incluye planes para una nueva producción interna de carbón y subvenciones a los combustibles fósiles para las industrias. A pesar de una expansión fenomenal y los logros importantes de la economía solidaria en Grecia, esta sigue siendo un movimiento social marginal (mucho menor que en España), y sus redes son insuficientes para satisfacer las necesidades de la población en caso de un período de transición. Es poco probable que pueda haber una contracción económica suave, sin problemas, fuera del euro. Fue precisamente el temor a una subida incontrolable a los precios de los alimentos importados o a la escasez de medicamentos y el caos económico en el período de transición, lo que asustó a Alexis Tsipras y lo llevó a firmar el nuevo memorándum. Países como Japón, con independencia fiscal y monetaria y con capacidad para emitir y financiar la deuda en su propia moneda están en mejor posición para sostener el empleo y el bienestar sin crecimiento (Japón no ha experimentado crecimiento en más de diez años, una década perdida sólo ante los ojos de los economistas). Pero, por supuesto, un capitalismo sin crecimiento es inconcebible, y Japón intenta, tan arduamente como puede, relanzar el crecimiento (con poco éxito hasta la fecha).

La imposibilidad de imaginar una fuerza política llegando al poder con una agenda de decrecimiento hace que algunos decrecentistas argumenten que el cambio sólo podrá venir desde la base y no desde el Estado, sino a a través de un camino mediante el cual los ciudadanos se auto-organicen, a medida que la economía se estanque y la falta de crecimiento nos lleve a la crisis. Estoy de acuerdo con que es poco probable que se lleve a cabo una transición política voluntaria hacia el decrecimiento y con el nombre de decrecimiento. Más bien, si ocurre, será un proceso de adaptación al estancamiento real de la economía. No veo, sin embargo, la forma en que esto pueda suceder sin implicación también el Estado, con un refuerzo mutuo entre la sociedad civil y la política, las prácticas de los movimientos de base y con nuevas instituciones.

Ningún partido de izquierdas cercano al poder se atrevería a cuestionar abiertamente el crecimiento, pero me resulta difícil ver cómo, a largo plazo, voluntariamente o no, la izquierda europea (que, a diferencia de su contraparte latinoamericana, no puede apostar por una burbuja de materias primas) puede evitar pensar en cómo se puede gestionar un país sin crecimiento. El crecimiento no sólo es ecológicamente insostenible, sino, como los economistas admiten abiertamente (de Piketty a Larry Summers) cada vez es más improbable en las economías avanzadas.

El capitalismo sin crecimiento es salvaje. El decrecimiento no es ni una teoría clara, ni un plan ni un movimiento político. Pero es una hipótesis a la que ha llegado su hora y a la que la izquierda ya no puede permitirse el lujo de obviar.

Este artículo fue publicado originalmente en la revista New Internationalist y ha sido traducido del inglés por Neus Casajuana Filella

Giorgos Kallis es co-editor del libro Decrecimiento: Vocabulario para una nueva era.

Hawking: "Las amenazas a la supervivencia humana provienen de los avances en ciencia y tecnología"

Independientemente de sus cuestionables aspiraciones de colonizaciòn espacial, los comentarios de Hawking son relevantes.
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"Las amenazas a la supervivencia humana provienen de los avances en ciencia y tecnología"

Una guerra nuclear y virus manipulados genéticamente, entre ellas, alerta Hawking




El astrofísico británico Stephen Hawking (centro) durante una visita al Instituto Real de Tecnología de Estocolmo, el 24 de agosto pasado Foto Xinhua  -- Dpa y Ap

Periódico La Jornada

Miércoles 20 de enero de 2016, p. 3

Londres.

El físico Stephen Hawking opinó que las tecnologías recientes probablemente signifiquen nuevas maneras en las que las cosas pueden salir mal para la supervivencia humana.

Cuando se le preguntó cómo terminará el mundo, Hawking respondió que cada vez más, la mayoría de las amenazas que enfrenta la humanidad provienen de los propios avances en la ciencia y la tecnología.

Dijo que eso incluye una guerra nuclear, un calentamiento global catastrófico y los virus manipulados genéticamente.

En una conferencia del científico para la BBC, como parte de su ciclo de charlas de pensadores famosos Reith Lectures, realizada el 7 de enero, Hawking advirtió sobre los peligros de autodestrucción que enfrenta la humanidad. La primera parte de la plática se emitirá el 26 de enero y el 2 de febrero, aunque la emisora publicó este martes algunos avances.

El riesgo de que ocurra una catástrofe en la Tierra en un año concreto es reducido, pero es un hecho que ocurrirá con casi seguridad en los próximos mil o 10 mil años, aseguró Hawking, quien ha lanzado antes esta advertencia.

Su mensaje es que hasta entonces deberíamos habernos extendido por el espacio, a otras estrellas, de modo de que un desastre en la Tierra no signifique el final de la raza humana.

Como esto no se conseguirá en los próximos 100 años, los habitantes del planeta deberían ser muy cuidadosos en ese periodo.

El Homo sapiens no inventó la explotación de los recursos o el cambio a gran escala del entorno hasta llevar a la destrucción de poblaciones enteras. De ello hay muchos ejemplos en la biología, afirmó Lutz Becks, del Instituto Max Planck de Biología Evolutiva.

El ejemplo clásico es el del lince y la liebre: los perseguidores acaban hasta tal punto con su presa que mueren de hambre, y permiten así de alguna forma que las liebres revivan. Treinta por ciento de las constelaciones de predador-presa tienen estos ciclos.

Las especies tienden a probar qué es lo que el medio ambiente puede dar, señaló Thomas Junker, de la Universidad de Tubinga. Se busca maximizar la reproducción. Y ese mecanismo biológico también está en el humano, que presta tan poca atención a la autodestrucción como a la destrucción de otros organismos. No vemos estos problemas; es una locura la manera en que son ignorados, lamentó Junker.

Los biólogos llevan tiempo alertando de que la humanidad podría causar su propia extinción. Todos piensan sobre todo en sí mismos, quizás en el futuro de los hijos y, como mucho, en el de los nietos.

Estamos programados para ver nuestros intereses individuales y no el futuro de la humanidad, explicó el científico. No existe algo así como un impulso de protección de la especie.

Inteligencia artificial

Hawking también ha advertido en otras ocasiones sobre el peligro de la inteligencia artificial. Las máquinas creadas por el ser humano podrían volverse un día más inteligentes que sus creadores y convertirse en un peligro para la humanidad.

La ironía de las predicciones del astrofísico es que con sus descubrimientos en este campo, por ejemplo sobre los agujeros negros, realizó un enorme aporte al progreso científico.

Y que sin la medicina y la tecnología modernas él no podría vivir ni estar en condiciones de dar conferencias, ya que se encuentra casi completamente paralizado por la enfermedad esclerosis lateral amiotrófica (ELA). El científico se comunica a través de una computadora que maneja con los ojos.

Soy un optimista, afirmó en la charla; cree que la humanidad reconocerá los peligros y conseguirá superarlos.

viernes, 8 de enero de 2016

#decrecimiento -- ​ Máquinas y el principio de máximo rendimiento



decrecimiento


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Posted: 03 Jan 2016 07:50 AM PST

Nuestro mundo actual en su conjunto está en camino de convertirse en una máquina. No solamente porque hay tantas máquinas y aparatos (políticos, administrativos, comerciales o técnicos) o porque estos desempeñan un papel tan determinante en nuestro mundo. Sino porque el mundo entero se está subordinando a la razón de ser de todas las máquinas, esto es, el principio de máximo rendimiento.

Todas y cada una de las máquinas necesitan mundos alrededor que garanticen este máximo. Y lo que necesitan lo conquistan. Cada una de las máquinas necesita un 'imperio colonial' de servicios (compuesto por personal auxiliar, de servicio, consumidores, etc.) que a su vez se basa en este principio de máximo rendimiento.

La sed de acumulación de máquinas es insaciable. En este proceso, las máquinas arrinconan como carentes de valor y nulos todos aquellos fragmentos del mundo que no se pliegan a la co-maquinización por ellas exigida; o expulsan y eliminan, como si de desechos se tratara, a quienes, incapaces de prestar servicios al imperio de las máquinas amenazan esta expansión.

La máquina original se expande y se convierte en la 'megamaquina'. Y esto, el mundo en tanto que máquina, es realmente el estado técnico-totalitario al que nos dirigimos.

Para saber más: Nosotros, los hijos de Eichmann. Günther Anders

  Los resultados de la COP 28 de Dubai, un gran desafío a los movimientos sociales, en particular a los climáticos, ecologistas y ambientali...

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