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martes, 28 de diciembre de 2021

 

El transporte, la urbanización y la pandemia SARScoV2

Presentación en la reunión del 19 de septiembre de 2020 del ciclo de reuniones COVID-19: demandas y propuestas para la nueva normalidad de Cambiemos el Sistema No el Clima

Por Miguel Valencia Mulkay

Por enésima vez, la pandemia ha confirmado los enormes riesgos y los pésimos modos de vida que se dan en las megalópolis y las gigantescas urbanizaciones modernas, como lo es la ciudad de México que, en general, son lo opuesto de las ciudades históricas, aunque adopten su nombre.

La urbanización en exceso, como lo señalaba Murray Bookchin[i], destruye la eco-comunidad que es la esencia de las ciudades históricas. La urbanización sin límites aniquila a las ciudades y, con ello, la salud y la producción cultural de sus habitantes y, por otra parte, eleva mucho los riesgos de catástrofe social, humanitaria y ecológica.    

Las pandemias nacen ahora en estas gigantescas urbanizaciones (Wuhan); se propagan muy pronto a todas ellas, por medio de sus enormes aeropuertos, y luego, se difunden rápidamente entre sus habitantes, por medio del transporte colectivo y sus diversos e innumerables encierros cotidianos (escuelas, fábricas, centros comerciales, torres de oficinas, mercados, cárceles, espectáculos, entre otros) y más tarde, se propagan en las ciudades menores y las zonas rurales.  

Una gran parte de la población de estas ciudades no puede quedarse en casa durante una epidemia como la covid19- vive en gran pobreza y carece de ahorros para dejar de trabajar varias semanas-, por lo que se expone demasiado al contagio de los virus en el transporte colectivo y en las diversas aglomeraciones que fabrican diariamente las urbanizaciones modernas.

Las cuatro horas y media que una gran parte de los trabajadores de estas megalópolis de los países del Sur global, se ven obligados a sacrificar cotidianamente en el transporte urbano- una esclavitud escandalosa que escapa a las comisiones de derechos humanos-, hace muy desgraciada la vida en estas urbanizaciones concentracionarias.

El tiempo perdido en el transporte diario es el peor tiempo en la vida de las personas que trabajan.    

La movilidad motorizada y el encierro de muchas horas del día, en salones, recintos, espacios, cuartos, naves, auditorios, repletos de personas, constituyen las actividades principales de la jornada diaria de los habitantes de estas insalubres y deprimentes urbanizaciones modernas.

Transportarse, encerrarse, transportarse, encerrarse, transportarse, encerrarse es el ciclo diario del modo de vida urbano moderno que anula los potenciales creativos de la población y construye un futuro impensable, catastrófico, ante la multiplicación de emergencias globales que se pronostican para los próximos años a causa del colapso del clima y del equilibrio ecológico, social, económico y políticos del mundo que producen ahora cada vez más epidemias, pandemias, sequías prolongadas, olas de calor, incendios forestales, tormentas, nubes de humo, accidentes industriales o nucleares, plagas, bandas criminales, protestas sociales, devaluaciones, shocks petroleros, penurias de agua, entre otras.    

La excesiva concentración de habitantes y actividades económicas que producen estos gigantescos conglomerados urbanos- que por décadas han sido denunciados por muy diversos investigadores y estudiosos internacionales-, inducen la multiplicación de los desastres o calamidades climáticas que los gobiernos insisten en llamar “naturales” debido a que son respuestas de la Naturaleza ante la inmensa violencia contra la ecología y el clima que entraña la actividad económica moderna.

Sobre todo, producen un modo de vida atroz que degrada mucho la vida de sus habitantes y la de los habitantes de los territorios cercanos a ellos; crean un modo de vida parecido al de un campo de concentración que fabrica una nueva forma de pobreza caracterizada por el desamparo extremo de muchas personas (Vida Nuda-Homo Sacer, Agamben).

Quienes pueden hacerlo, buscan todas las formas de abandonar estas falsas ciudades al menos por unas horas o días en fines de semana y puentes y algunos pocos las abandonan definitivamente.

Lamentablemente, la vida en el campo se ha convertido también en una calamidad, por las contaminaciones que produce la industria agropecuaria y la violencia creada por las organizaciones criminales transnacionales que trafican todo tipo de productos y servicios ilegales y que aterrorizan a los habitantes de las ciudades menores y los territorios poco poblados y muchas costas.

Las infraestructuras que sirven para fomentar el uso excesivo del auto y del transporte colectivo han dado estructura a estas calamitosas urbanizaciones que crecen sin cesar debido a la construcción de trenes suburbanos o de alta velocidad que fabrican “cercanías” entre muy lejanos lugares.

A lo largo de varias décadas, las torres o rascacielos han verticalizado la urbanización de las zonas centrales, con el fin de expulsar de esta manera a la población de los centros históricos y barrios antiguos de las viejas ciudades, para obligarlos a vivir en lejanos pueblos, ciudades pequeñas que fueron devoradas por estas megalópolis.

Estos procesos urbanísticos han sido posibles, por la aplicación de la atroz política gubernamental llamada desarrollo urbano que ha sido impuesta a los países dependientes como México, por los países poderosos, a lo largo de las últimas décadas. El desarrollo urbano, una intolerable colonización moderna, se sostiene básicamente en los dogmas de la productividad, competitividad y crecimiento económico, doctrinas economistas que desquician al mundo porque privilegian la conservación de las enormes utilidades de las empresas transnacionales.

El desarrollo urbano es responsable del enorme despilfarro de gas, gasolina, electricidad, carbón, agua limpia, metales, maderas y otras materias primas en las megalópolis y de los gases que dañan la salud de los habitantes y el clima.

·        Es responsable de la aniquilación de acuíferos, suelos, bosques, especies vegetales y animales, ríos, humedales, lagos, lagunas y mares cercanos a las grandes concentraciones urbanas.

·        Es responsable de la enorme mortalidad y morbilidad relacionadas con la contaminación del aire, accidentes, descuido de los niños, los ancianos y los discapacitados; cambio en el uso del suelo, discriminación, pérdida de tiempo, riesgos de catástrofe y   desplome del Buen Vivir en las megalópolis.

El desarrollo urbano no fija límite alguno a las zonas urbanas: hace todo lo posible para hacerlas crecer sin límite alguno: sigue la lógica del cáncer.  

Por otra parte, estas megalópolis tienen también su origen en las políticas gubernamentales de más de siete décadas en contra de la producción artesanal local y la vida campesina, y en apoyo a la industria en general y muy especialmente, a la industria agropecuaria, a lo largo de lo que se ha dado en llamar “las décadas del desarrollo” impulsadas por Estados Unidos, sus grandes bancos internacionales para el desarrollo. Han sido auspiciadas por la ONU después de la segunda guerra mundial.

Las políticas para el desarrollo industrial y agropecuario que entrañan enormes subsidios a la industria y la agroindustria se ha conseguido destruir la vida de todas las localidades urbanas y rurales del país, hacer migrar a los campesinos a las ciudades o a otros países, expulsar a la periferia urbana a la mayor parte de los antiguos moradores de los barrios de los centros de las antiguas ciudades y concentrar la actividad económica en estas monstruosas urbanizaciones.

Detrás de la creación de estas megalópolis, están los intereses de los países del G-7 que hacen crecer sus economías por medio de la usura o la finanza, el robo y el despojo de tierras, tesoros arqueológicos y fondos financieros, la ciencia manipuladora de la materia, la colonización de territorios que no tienen perfeccionada esta idea de la ciencia, el tráfico de migrantes, drogas y armas y que, por medio de sus grandes corporativos bancarios e industriales han impuesto al mundo el desarrollo urbano, industrial y agropecuario, la urbanización concentracionaria, y la industrialización desquiciada que fabrica miseria y la desgracia de la vida moderna.

Las megalópolis del Sur global han sido creadas con el fin de mantener elevada la tasa de ganancia de los financieros del mundo.  

Propongo la desconstrucción de los conceptos de desarrollo, incluyendo el desarrollo sustentable – un engaño que permite seguir aplicando los conceptos del desarrollo- y sus fundamentos ideológicos económicos, economicistas, economistas.

La economía debe estar al servicio de la ecología y la sociedad.  

En lo inmediato, propongo concretamente la eliminación de los enormes subsidios que recibe en la ciudad de México el uso excesivo del auto y el transporte colectivo y el funcionamiento de las grandes torres y centros comerciales, por medio de la aplicación de impuestos que ayuden a pagar los inmensos daños que ocasionan estas muy nocivas infraestructuras y actividades económicas.      

El transporte, la urbanización y la pandemia SARScoV2

 

 



[i] Urbanization without cities

 

La alimentación y la pandemia del SARScoV2

¡Desindustrializar la alimentación!

Por Miguel Valencia Mulkay

Presentación en la reunión del 29 de agosto de 2020 de Cambiemos el Sistema No el Clima

Durante la pandemia SARScoV2, la cuestión de la alimentación ha sido en México uno de los temas más recurrentes debido a la gran mortandad que ha provocado el covid19 entre las personas que sufren enfermedades crónicas relacionadas con la mala alimentación, como lo son la diabetes, la hipertensión, los cánceres, la obesidad y otras que en nuestro país sufre una buena parte de la población, a causa de la perversa mercadotecnia internacional que la industria alimentaria ha utilizado en las últimas décadas, para imponer el consumo de sus muy nocivos productos. Somos un campo de pruebas global de la mercadotecnia de la industria alimentaria.

La estrecha liga que existe entre la mala alimentación y las muertes prematuras y las enfermedades crónicas ha sido plenamente demostrada por muchos estudios científicos, sin embargo, por la falta de un sólido estudio exhaustivo público sobre la promoción, venta y producción industrial de alimentos, no ha quedado suficientemente demostrado el gran daño que en varias dimensiones y  diversas maneras hacen a la población los alimentos modernos industrializados que incluyen a los  cereales, las verduras, las frutas, los refrescos, las leches, las mantecas,  las grasas vegetales, las carnes, los pescados, los quesos, las botanas, los yogurts, los panes, las tortillas, las galletas, los dulces , los bizcochos, los pasteles, los enlatados y otros “superalimentos” que se producen en gran escala y que se venden en supermercados y otros mega minoristas y que podemos calificar como mala alimentación disfrazada de buena alimentación.

Para contribuir un poco a este estudio exhaustivo que debería formar parte de la instrucción familiar y comunitaria, hago un breve repaso de un conjunto de aspectos de la moderna producción de alimentos que han demostrado tener efectos muy calamitosos, no sólo en la salud de la población, sino en otros aspectos fundamentales para el Buen Vivir, como son el gusto por la comida tradicional de la región, la convivencia, la limpieza,  la buena agricultura, la diversidad biológica; la limpieza de los mares, los ríos, los lagos, los humedales, los suelos, las atmósferas o el medio ambiente; el clima estable, las culturas florecientes, el fuerte lazo social , las economías prósperas, las instituciones confiables, las técnicas apropiadas y las filosofías de respeto a la Naturaleza.  

Los malos alimentos y bebidas que produce la industria alimentaria global combaten sin tregua a los buenos alimentos locales tradicionales del país; buscan todas las maneras de engañar a la sociedad, para atraparla en su trampa alimentaria; para ello, cuentan con el gran apoyo de las escuelas y las clínicas o prácticas médicas, públicas o privadas, las que de diversas formas tradicionales destruyen las defensas naturales de los niños y apoyan el consumo infantil de alimentos y bebidas industrializados  y deslegitiman o desalientan el consumo de los alimentos locales o tradicionales, todo esto a consecuencia de las exigencias u omisiones de los mismos gobiernos, las legislaciones, los magistrados, de una buena parte de los científicos y los académicos nacionales y por la presión permanente que reciben de la poderosa y maligna mercadotecnia de la industria alimentaria,  por medio de grandes premios y castigos a estas instituciones.  

Los malos alimentos y bebidas que vende la industria cuentan con una publicidad infame omnipresente en los grandes espectáculos, la escuela y otros servicios, la calle, las redes sociales, el hogar, la radio y la televisión comercial que seduce al consumidor infantil, juvenil y con poco conocimiento de las trampas de la publicidad, y además, un mercadeo perverso que incluye regalos del producto y premios al consumidor y  cuenta, por otra parte, con el apoyo de potentes sabores naturales y artificiales que no sólo engañan y destruyen el gusto por la comida tradicional de la región, sino que enganchan al consumidor en una adicción duradera; la sal, la azúcar y diversos químicos saborizantes que se le añaden al alimento industrializado en su fabricación, son los sabores que generan dependencia y degradan el gusto por los buenos alimentos.

Y finalmente, y no menos importante, la mala alimentación cuenta con el apoyo de gobiernos poderosos – el G-7 que quieren controlar los alimentos para controlar los pueblos (Henry Kissinger), de gobernantes de países colonizados como México, Brasil y Argentina que quieren ser aceptados en el club de los ricos y poderosos del planeta (Salinas de Gortari, Menem, Zedillo, Fox, Calderón, Macri, Peña Nieto, Bolsonaro) y de científicos y funcionarios públicos y de “organismos autónomos” del Estado que reciben diversas formas de premios y sobornos, por parte de la industria de alimentos. De esta manera, los jueces, los legisladores y los gobiernos de México han abandonado la defensa de la buena alimentación y han dejado desamparada a la población en manos de la industria alimentaria global.   

Hace unos 35 años, México abandonó el proteccionismo histórico de la agricultura nacional que los gobiernos poderosos aplican rigurosamente en sus países, a pesar de sus alabanzas y elogios al Libre Comercio y se dejó colonizar por la comida industrializada que se produce en este país y en el mundo. Una derrota histórica, consecuencia de la derrota económica y política de México de los años 70-80 del siglo pasado.

Por supuesto, los dueños y los directivos de las industrias que producen alimentos, no consumen regularmente los alimentos que producen. La publicidad y las relaciones públicas ligadas a los malos alimentos se convierten así en un gran porcentaje del costo de los alimentos industrializados: más de un 25% en productos, con envases pequeños. Este costo les garantiza a los corporativos el control de la alimentación del país.       

Los tóxicos alimentos y bebidas que produce la industria alimentaria mexicana y global nos llegan envueltos en muy llamativos envases o empaques o embalajes que engañan sobre su contenido al consumidor incauto y que además producen residuos muy dañinos para los suelos, las aguas, y las atmósferas y, por otra parte, son muy difíciles de reciclar y requieren para su fabricación un gran consumo de electricidad y gasolinas. Imponen un costo enorme de salud para la sociedad por la gran afectación al medio ambiente.

Esta alimentación tóxica se encuentra disponible muy cerca de nuestras viviendas, en tiendas de “conveniencia” (OXXOs, 7Eleven), supermercados, jardines y parques públicos y en los sitios cercanos al transporte público, el estudio, la diversión y los cuidados de salud, escuelas, hospitales, centros de trabajo. Esta formidable disponibilidad del producto, parte de la estrategia de mercadotecnia de la industria alimentaria, se logra por medio de la labor de un ejército de repartidores que diariamente garantizan en todo el país la disponibilidad de la mala alimentación y la gran dificultad, para conseguir buena alimentación.

Una gran cantidad de gasolina se quema en esta distribución capilar de los alimentos industrializados para que llegue a las más remotas colonias, barrios y pueblos del país, a la que debe añadirse las gasolinas que quema el transporte de los campos de cultivo a los almacenamientos industriales, o de los establos gigantescos y las enormes granjas a los rastros y mataderos o de las pesquerías a las empacadoras o de las fábricas procesadoras o a los grandes centros de distribución regional o nacional.

Por el gran volumen de su producción, los alimentos producidos industrialmente, viajan hoy en día muchos miles de kilómetros antes de llegar a nuestra boca.

Debido a los largos viajes y a los muchos días de almacenamiento, los alimentos tóxicos que produce la industria alimentaria deben resistir muchos días sin degradarse, lo que exige, por un lado, incluir cierto tipo de alimentos y otros químicos adicionales que frecuentemente hacen daño a la salud del consumidor y, por otro lado, un enorme consumo de electricidad y gasolinas, por el tipo de envase y la refrigeración, para evitar que los alimentos no se descompongan en pocos días.

De esta forma, crean una gran carga para la salud pública y la economía popular. De esta manera, los alimentos industrializados se convierten en un peligro para la salud pública, uno de los principales emisores de gases que dañan el clima y un factor muy importante del encarecimiento de la salud pública y la alimentación.

Por otra parte, en el proceso de transporte de los alimentos industrializados a los centros de mayoreo y a los del menudeo, el almacenamiento para distribución, venta al menudeo, alacena de cocina y congelación de los hogares modernos se pierden una gran cantidad de alimentos, por caducidad, maltrato y otros factores.

En los países enriquecidos, por la pobreza de los demás países, la pérdida de estos alimentos excede el 35% de lo que se produce; un porcentaje parecido de pérdida hay en las clases medias de México.       

El consumo de gas, gasolinas, electricidad y carbón que se requiere para fabricar y operar los transportes de los malos alimentos de la industria alimentaria global convierten a estos productos en una de las fuentes principales del daño climático y ambiental, y también, de las enfermedades y muertes relacionadas con la mala calidad del aire y el encarecimiento de los alimentos.

Solamente por las actividades de promoción, distribución, venta y forma de consumo, la producción industrial de alimentos resulta enemiga de la Naturaleza y de la humanidad. Falta por analizar aquí el inmenso daño que realiza la industria agropecuaria y pesquera en la fabricación de estos malos alimentos.  En otro artículo lo revisaremos.

Los costos climáticos, ecológicos y ambientales de estos pésimos alimentos son inconmensurables. No tienen precio.

La producción industrial de alimentos es la peor forma de producir alimentos.

Hay que denunciarlos ampliamente y apoyar la producción tradicional de alimentos, para consumo local.      

La alimentación y la pandemia del SARScoV2

¡Desindustrializar la alimentación!

 

 

 

El trabajo y la pandemia SARScoV2

¡Descrecimiento o colapso!

Por Miguel Valencia Mulkay

Primera Parte

Presentación en la reunión en línea del 18 de julio de 2020: Diálogos quincenales sobre la pandemia SARScoV2

Desde la revolución industrial, sus creadoras y dioses tutelares-la economía y la ciencia y la tecnología- han creado nuevas formas de esclavitud y trabajo indigno: la industria y los servicios modernos han exigido un tipo de trabajo que implica una mayor explotación del ser humano y  la Naturaleza comparado con  la vieja esclavitud, como tempranamente lo advirtieron Lafargue y Tolstoi, lo ilustró Chaplin en sus películas y lo confirmó Hitler con su letrero en la puerta de entrada de sus campos de concentración,  Arbeit Macht Frei” (El trabajo te hace libre)

La degradación de los paisajes y del medio ambiente revela la magnitud de la explotación del ser humano en la modernidad.  

La liberación de los esclavos del siglo XIX, a consecuencia de esta revolución industrial, en los hechos significó la liberación de los dueños de los esclavos de la necesidad de cuidar la salud de sus esclavos y, por otra parte, para los antiguos esclavos, significó la libertad de morirse de hambre debido a las condiciones creadas por la nueva economía creada por esta revolución industrial en la que había que aceptar trabajar 15 o más horas diarias, en condiciones muy contrarias a la salud, para ganar una paga que apenas servía, para no morirse de hambre.

Se crean entonces los mercados de trabajo en los que el ser humano se convierte en una nueva mercancía, en lo que ahora llaman “capital humano”.

 El socialismo nace como reacción a esta nueva forma de explotación del ser humano en la industria y los servicios, hecha realidad, con el gran apoyo de la ciencia y la tecnología.

El ambiente político y geográfico creado por la revolución industrial propició la creación del empleo moderno que obliga a las personas sin tierra propia a realizar varios rodeos, como lo es tener un empleo para poder comer; salir de la comunidad o del país para tener un empleo; Tener dinero para poder comer.

De esta manera, se quiere matar la vida campesina y crear la economía moderna y el desamparo de los trabajadores; muere la autonomía de las personas y las comunidades mientras nace el automóvil y el transporte colectivo, con el fin de alterar profundamente los tiempos, la geografía y los lugares del territorio, complicando mucho la vida del trabajador.

Hoy día, el empleo significa cuatro horas de transporte adicionales, sin pago alguno, a las 10 horas de trabajo habituales que hoy exigen los patrones, para poder “crear empleos”. Dormir, transportarse, trabajar, transportarse, dormir, transportarse, trabajar, dormir, es el círculo infernal del trabajador moderno.

Además, la economía creada por la industria obligó a las mujeres, los niños y los ancianos que permanecen en el hogar a realizar el trabajo doméstico no pagado, el llamado trabajo fantasma que hace posible el funcionamiento de esa guerra contra los pobres que es la economía moderna.

Esta nueva forma de explotación del ser humano ha demandado su mitificación y sus grandes mentiras, tales como que: El trabajo en la industria y los servicios ennoblece, honra a quien lo hace. Quienes no tienen empleo lo hacen por su deplorable horror innato al trabajo y al estudio y su amor al vicio y la vagancia. La creación de empleos es la preocupación principal de los empresarios y los gobernantes. El combate a la pobreza es la solución a esta calamidad social.  La baja productividad es consecuencia de la mala escolaridad, los sindicatos y las leyes de protección laboral.

El liberalismo económico crea el horror de no tener empleo, para imponer una profunda huella en la psicología del trabajador; es decir: El Horror Económico, tan bien descrito por la señora Forrester.

La industria y los servicios han elevado enormemente los peligros y los riesgos de muerte atroz, por accidentes en lugares de trabajo muy inseguros y de enfermedad crónica; por los ambientes altamente contaminados que tienen habitualmente estos lugares.

El encierro de trabajadores, por muchas horas diarias, en maquiladoras, fábricas, bodegas, oficinas, comercios, transportes colectivos, clínicas, hospitales, salones de clase, destruye mucho su alegría, su creatividad, su esperanza, su moral y su deseo de libertad: los embrutece y los pone en muy alto riesgo de contagio en una pandemia como el SARScoV2.

Además, este encierro propicia la aparición de los modernos “rebaños humanos”, de campos de concentración para refugiados, incluyendo los climáticos y los migrantes indocumentados o con permiso temporal de trabajo en la agricultura. El encierro de los trabajadores de la industria y los servicios, cercano al confinamiento en las cárceles, destruye el potencial creativo de la mayor parte de la humanidad.    

En los años del presidente Roosevelt se intentó reducir a 6 horas la jornada de trabajo, con el fin de elevar radicalmente el empleo, sin embargo, los industriales cerraron filas para oponerse a esta propuesta que en diversas formas han hecho en los últimos 90 años muchos sindicatos e investigadores.

En Estados Unidos, desde 1980, con la entrada de las políticas neoliberales, el tiempo anual de trabajo promedio por persona ha aumentado al equivalente a cinco semanas o 204 horas[1] . Los sindicatos han sido corrompidos y desacreditados en ese país y sobre todo en México.

En 1990, tan pronto desapareció la Unión Soviética, las patronales del mundo acordaron que habrá que trabajar el doble para ganar lo mismo. Desde entonces, en Estados Unidos y en México, las horas diarias de trabajo no han dejado de aumentar y los salarios de bajar su poder adquisitivo.

La globalización exige crecientemente el calamitoso trabajo esclavo de los migrantes indocumentados, el moderno empleo caníbal: el empleo que por su tecnología y productividad devora empleos en otros lugares cercanos y el empleo walmartizado: 12 horas de trabajo en los comercios y servicios, por un salario de hambre. La robótica y otras tecnologías hacen del empleo formal un enemigo del trabajo informal y de la mayor parte de la población.

Nada más trágico que una sociedad hecha para sobrevivir por medio del empleo en la que no hay empleo, decía Hannah Arendt.

Hoy decimos: Nada más trágico que una sociedad hecha para el crecimiento en la que no hay crecimiento ni puede haberlo. Debido a los tratados de libre comercio, cerca de un 60% de los mexicanos en edad de trabajar, lo hacen en la economía informal, mientras el impresentable INEGI dice que tenemos no más de 5% de desempleo.

¿Qué sucedió con la política de pleno empleo? La excesiva dependencia de la moneda que ha creado la economía-la financiarización- es la clave de la tragedia: desde el inicio de la pandemia SARScoV2, la mayor parte de los trabajadores no han podido quedarse en casa por muchos días, guardar la sana distancia y evitar pasar muchas horas diarias en espacios cerrados. Ha sido necesario inventar formas gubernamentales de hacerles llegar dinero.

Los trabajadores agrícolas y de las empacadoras de carne de EU, en gran medida indocumentados mexicanos, han sido considerados “esenciales”, para el funcionamiento de la economía y por ello han sufrido muy altas tasas de contagio y muertes.

Los negros y los hispanos de EU y los trabajadores informales han tenido hasta dos o tres veces más altas de contagio y mortalidad por el covid19. Mas de 90 choferes del Estado de México han muerto por el covid19.

El empleo en la industria y los servicios, además de significar moderno trabajo esclavo, crea miseria y desamparo en la mayor parte de la población humana. Es urgente liberar el potencial de los seres humanos, por medio de la protección del trabajo artesanal en la producción local, para consumo local, y la eliminación del enorme subsidio que recibe el empleo formal en la industria y los servicios, con el fin de hacer productos para consumo global que destruyen la vida de las localidades.    

El trabajo y la pandemia SARScoV2

¡Descrecimiento o colapso!

 



[1] Jean Gadrey. De la crítica al crecimiento a la hipótesis del descrecimiento

 

La limpieza y la pandemia SARScoV2

¡Descrecimiento o colapso!

Por Miguel Valencia Mulkay

Primera Parte

Presentación [MV1] en la reunión en línea del 1 de agosto de 2020: Diálogos quincenales sobre el cambio climático y la pandemia SARScoV2

Con la Reforma o Revolución protestante nacen en el norte de Europa diversas corrientes de cambio en las costumbres y modos de vida que marcan una diferencia importante con relación a los países del sur de ese continente, dominados por el catolicismo e influidos por costumbres islámicas.

 Estos cambios culturales, unidos a la revolución científica de esa época preparan la emergencia de varias revoluciones conservadoras nacidas también en esa región europea que conducen a la revolución industrial, al nacimiento de lo que hoy entendemos como ciencia económica y a lo que se ha dado en llamar cultura occidental.

Una de estas revoluciones fue la revolución higienista nacida en el siglo XVIII, en pueblos alemanes de la Baja Sajonia (Jean Robert, Ecología y Tecnología crítica) que organizan concursos, para presentar ideas que sirvan para modificar sus viviendas, con el fin de separar a la gente de los animales, eliminar el estiércol, hacer ventanas más grandes y numerosas y crear lugares apartados para las evacuaciones naturales diarias del cuerpo y otros aspectos tendientes a crear una nueva forma de habitar diferente a la que acostumbraban los campesinos de esos pueblos. Se introduce una nueva idea de limpieza muy teñida de visiones puritanas.  

Rápidamente los ingleses emulan a los alemanes. Los médicos de la época hacen grandes contribuciones a esta idea de la limpieza que sirven posteriormente para cambiar la infraestructura de las ciudades. Una revolución de pueblos que empiezan a volverse ricos y poderosos, una característica que será el fundamento de las siguientes revoluciones conservadoras de la modernidad.

Con la revolución higienista del siglo XVIII comienza la construcción de la idea moderna, occidental, de la limpieza que es rápidamente aceptada por los enciclopedistas franceses y los puritanos de las colonias de Norte América y más tarde, en el siglo XIX, por los países de Europa occidental y las colonias del Imperio Británico.

Esta nueva idea de limpieza entraña la idea de alejar los sobrantes o desperdicios tanto como sea posible, para elevar la calidad moral de las personas y el Buen Vivir; implica la eliminación de lo que se considera suciedad: la mierda, el polvo, los restos de las comidas, objetos y materiales de poco uso, entre otros que deben ser barridos y acarreados a tiraderos o vertederos localizados en ciertos lugares apartados de la vivienda, la ciudad y el campo.

La limpieza se convierte pronto en un símbolo de buenas costumbres, clase social, distinción, superioridad moral; se transforma en un valor cívico que se vuelve símbolo de la colonización del mundo por las ideas de racionalidad, progreso, desarrollo y modernidad que han caracterizado al imperialismo occidental.

Los banqueros adoptan inmediatamente esta idea puritana de la limpieza que se transforma rápidamente en una gran ayuda a la revolución industrial, creadora en gran escala de nuevos tipos de basura que requieren de un creciente esfuerzo comunitario, ciudadano y gubernamental, de barrido y acarreo a lugares cada vez más distantes, no solo de las viviendas, sino de las ciudades y los países. Ellos ven en la limpieza una manera de legitimar la usura y el despojo que realizan y de deshacerse de la basura que producen sus negocios y las ciudades industriales.

Hace más de 200 años, la industria comienza a ensuciar los barrios, las ciudades y los países que adoptan esta nueva forma de producir mercancías, con polvos derivados de la quema de carbón, humos y vapores tóxicos, con las grandes concentraciones de mierda y productos químicos que los nuevos drenajes descargan en los ríos y los arroyos y con los desechos de sus empaques y embalajes y de sus hornos, máquinas y otros equipos utilizados en la fabricación de sus productos.

En esos años de la primera industrialización, aparecen técnicas revolucionarias, como la introducción del agua entubada en Filadelfia y algunas décadas después, en Londres, el excusado inglés, con agua limpia que abren el camino a la revolución sanitaria que incluyó la introducción del drenaje en Londres.

Posteriormente, estas radicales transformaciones han servido de apoyo al creciente desperdicio de agua limpia, la descarga de grandes cantidades de aguas muy contaminadas en los ríos y los mares, la destrucción de la diversidad de plantas y animales y la adopción de modos de vida urbanos contrarios a la salud y el Buen Vivir.   

La limpieza de las poderosas sociedades del norte de Europa que se industrializan rápidamente empieza a ensuciar a las ciudades y comunidades de los países colonizados por estos países en Asia, África y América al punto que en el siglo XX comienzan a retirarse las industrias de los países poderosos, para instalarse en estos países dependientes de ellos mientras se adopta el petróleo como principal forma de mover esta nueva forma de producir mercancías.

La revolución transportista nacida casi al mismo tiempo que la revolución industrial y sanitaria, también aumenta enormemente la dispersión de la basura, polvos, humos, gases, virus, bacterias y radioisótopos en los más remotos lugares del mundo.

Las revoluciones médica, educativa y turística del último medio siglo producen ahora mucha más basura y contaminaciones que nunca antes en la historia de la humanidad. Estos servicios se volvieron más contaminantes que las mismas industrias.  

Las atmósferas, los mares, las selvas, los bienes comunes, los países colonizados por ideas de progreso y desarrollo y las ciudades y barrios desamparados de los países poderosos se convierten así en los vertederos de la inmensa producción de basura industrial que hoy día cubre hasta el último rincón de la Tierra.

La limpieza racionalista, utilitarista, positivista, higienista, sanitarista, economista, racista, militarista, colonialista, imperialista, capitalista, estatista, progresista, desarrollista, negacionista del norte de Europa; la limpieza científica, industrial, bancaria, empresarial, moderna, global, patriarcal, occidental, ha resultado paradójicamente la más sucia del mundo: limpia la persona, casa, barrio, ciudad o país, para ensuciar a otras personas, casas, barrios, ciudades, países, lejanos y acaba por ensuciar al mundo entero. Como decía Goya “los sueños de la razón producen monstruos”.

La industria pecuaria, gran productora de pandemias y epidemias de enfermedades zoonóticas, como la aviar, la porcina, las “vacas locas” y la pandemia SARScoV2, es un ejemplo de actividad económica que ensucia al mundo, por sus enormes concentraciones de animales y sus pésimas condiciones de limpieza.

La industria del transporte, especialmente la aviación y el uso del automóvil, no sólo dispersa con eficacia virus, bacterias, enfermedades, pequeñas partículas de cenizas, hollín, metales, también, dispersa en gran escala gases que dañan el clima y el equilibrio ecológico, además de plásticos, metales, hules, grasas y otros desperdicios.

La infraestructura médica- los hospitales y las clínicas- y la educativa- las escuelas y centros universitarios-, propician mucho los contagios del coronavirus y otras enfermedades y la producción de desperdicios muy tóxicos, por el encierro de personas por muchas horas y días y el consumo excesivo de plásticos, papeles, cartones, equipos electrónicos.

Los desinfectantes, fumigaciones, cubrebocas, sabanas, toallas, monos, cubre zapatos, capuchas, viseras, guantes, la ropa desechable de médicos y enfermeras, las medicinas sobrantes, los envases de comida para llevar, siguen la lógica industrial de limpiar mucho un punto, un lugar al tiempo que ensucia y contamina otros lugares que no pueden defenderse del vertido de este desecho tóxico.

El agua del excusado que descargamos con mierda, los envases, empaques, basura y desperdicios que entregamos al camión de limpia, el humo que nuestras motos, autos, camiones, aviones lanzan a la atmósfera, nos regresan a nosotros y a nuestros hijos, como un bumerang. Todo nos regresa tarde o temprano.

El mundo en el que vivimos es ya una cloaca, un vertedero de basura, ya estamos bien adentro de la suciedad creada por la limpieza moderna.  Los vertederos, rellenos sanitarios, incineradores, confinamientos de residuos tóxicos o nucleares son cadáveres que tenemos guardados en el closet.

Necesitamos echar atrás, tan pronto como sea posible, las revoluciones conservadoras de los últimos cinco siglos, entre ellas, las revoluciones higienista y sanitaria y desde luego, la industrial.

No podemos continuar con esta idea occidental de la limpieza en esta época de pandemias, cánceres y otras enfermedades creadas por esta misma idea moderna de limpieza industrializada.

La limpieza y la pandemia SARScoV2

¡Descrecimiento o colapso!

 

 

 


 [MV1]

 

La economía y la pandemia SARScoV2.

¡Descrecimiento o colapso!

Por Miguel Valencia Mulkay

Primera Parte

Presentación en la reunión en línea del 4 de julio: Diálogos quincenales sobre la pandemia SARScoV2

La economía es una de las diversas guerras globales que no quieren decir su nombre, para no revelar sus fines.  

La economía es una guerra de los ricos contra los pobres; de las empresas grandes contra las pequeñas; de los países ricos contra los países pobres y, también, contra la Naturaleza; una guerra  realizada por medio de grandes inversiones en aquella tecnología que crea nuevas formas de producción de armas, venenos, riesgos, peligros, muertes, enfermedades, tensiones, malestares, inconformidades, malvivir, adicciones, toxicomanías, odios, aislamiento, suicidios, violencia intrafamiliar, escolar, laboral, urbana; nuevas formas de producir alimentos, vestimentas, viviendas, comunidades, ciudades, naciones; nuevas formas de trabajar y descansar, de aprender y curarse; de sobrevivir y relacionarse con los demás; de manipular miedos, deseos y necesidades; de dominar y explotar a los demás; nuevas formas de entender la vida, el tiempo y la muerte; nuevas formas de tener más, más grande y más rápido.

Es una guerra en la que hay vencedores y vencidos. Un juego suma cero en el que lo que unos ganan otros lo pierden, pero, al final del juego todos pierden.   

La guerra de los ricos contra los pobres y la Naturaleza, creada por los fundamentos de la economía, también implica una guerra contra la diversidad cultural y biológica que permite sobrevivir al ser humano. La tecnología que impone la economía y la economía que impone la tecnología, exigen una extracción creciente de agua, gas, petróleo, carbón, minerales, tierras raras, maderas, suelos, compuestos bioactivos, así como de una creciente polución de los suelos, las aguas, las atmósferas y el desquiciamiento del clima. Además, la creación de infraestructuras, servicios, sistemas y ambientes tecnológicos que aniquilan técnicas, prácticas, saberes, conocimientos, lenguajes, costumbres, visiones de mundo milenarias o centenarias y que al mismo tiempo desquician el clima, los mares, los ríos, los lagos y aniquilan especies vegetales y animales.  

Esta guerra global logra sus victorias, por medio de la fabricación de la escasez y la abundancia y de la valorización y la desvalorización de los seres humanos mediante la producción industrial de mercancías y la urbanización del territorio, factores que eficazmente destruyen la autonomía de las personas y las comunidades.

Esta producción industrial requiere el arraigo de dos conceptos reduccionistas: la productividad y la competitividad y de una trampa filosófica: las ambiciones infinitas: el esfuerzo incesante de recurrir a lo que sea necesario para hacer crecer la producción de mercancías y servicios en un mundo finito.

La productividad económica se logra mediante la destrucción de la productividad de la Naturaleza y la sociedad.

La competitividad se consigue por medio de la anulación de la cooperación, la solidaridad, la reciprocidad y la complementariedad; por medio de la guerra de todos contra todos.

La producción industrial fabrica mercados, mentalidades y mitos que justifican la formidable destrucción que produce.

El crecimiento económico se consigue gracias a una gigantesca y creciente extracción de los regalos de la Naturaleza y a la destrucción de sus maravillas; mediante una creciente concentración de poder y dinero en manos de los ricos y los países ricos y una creciente caída en la miseria y el desamparo, de los pobres y los países pobres. 

La pandemia del SARScoV2 ha revelado con mayor intensidad el funcionamiento de esta guerra de los ricos contra los pobres y la Naturaleza: se desplomó hasta un 30% el consumo mundial de petróleo; se redujo radicalmente la contaminación del aire en las ciudades chinas y otras del mundo; la aviación comercial se redujo más del 90%; la circulación de autos en las zonas urbanas se redujo al 80%; 40 millones de personas se quedaron sin empleo en Estados Unidos; las “cadenas productivas”  del libre comercio se detuvieron en un 60%; animales de la vida silvestre visitaron algunas zonas urbanas; se redujeron un 20% las emisiones de gases que dañan el clima; se cerraron los templos, los centros comerciales, los estadios, los centros turísticos, los centros de espectáculos, los hoteles, los restaurantes y en gran medida, los mercados, las líneas de Metro y el transporte interurbano.  

Por otra parte, debido al SARScoV2, los estados nacionales recuperaron la fuerza y protagonismo que habían perdido por muchas décadas a causa de las ideas neoliberales: se vieron obligados a retomar responsabilidades en lo que concierne a la salud pública y la miseria, ofrecieron servicios gratuitos y apoyos económicos a los pobres.

En muchos casos, se colocó a la salud pública por encima de la economía y sobre todo, los gobiernos frenaron la economía de sus países, para cumplir con las recomendaciones de los epidemiólogos, algo insólito después de la Segunda Guerra Mundial, confirmando por este hecho que hay reacciones de la Naturaleza, como lo son las enfermedades zoonóticas creadas por la misma actividad económica  cuando invade la vida silvestre, como es el caso del covid19  que pueden derribar la actividad económica por un tiempo indefinido.

La parálisis que ha sufrido la economía mundial en esta pandemia anuncia una situación que podría repetirse en los próximos años, con relación a las crisis o emergencias que podría provocar el colapso climático contenido que nos agobia.

Desde hace años hemos advertido sobre la posibilidad de la aparición de pandemias, sequías, olas de calor, incendios forestales, fallas prolongadas en los servicios municipales de agua, hambrunas, entre otras calamidades debido al colapso climático y la intensa depredación ecológica que realiza el crecimiento económico global.

La parálisis económica que vivimos puede repetirse en los próximos años, por otras causas y puede el próximo año transformarse en una Gran Recesión de varios años.    

La pandemia SARScoV2 ha producido dos poderosas resistencias económicas contra las medidas de salud como el confinamiento y la sana distancia: la resistencia de quienes viven al día y necesitan trabajar, para sobrevivir-el 60% de los mexicanos- y la resistencia de los grandes empresarios que han buscado toda clase de pretextos, para definir sus actividades como esenciales, tales como la agricultura, la ganadería, la minería, el transporte, las cerveceras, las embotelladoras, las empacadoras, entre otras.

Muchas maquiladoras no han suspendido sus actividades y varios grandes empresarios han rechazado abiertamente las medidas de salud. A pesar de las muertes que puede ocasionar en los próximos meses y que ya ha ocasionado en meses pasados, la economía quiere terminar con el confinamiento y demás medidas de salud a la brevedad posible.

Todo indica que en unos meses tendremos que regresar al confinamiento, por una segunda gran ola de contagios debido a la defensa de la economía.       

La guerra de los ricos contra los pobres y la Naturaleza, la guerra económica, adopta ya nuevas formas de violencia y destrucción de la solidaridad, la colaboración, el lazo social y comunitario, así como del respeto a la Naturaleza y protección del medio ambiente.

La economía quiere volver a reinar sobre nuestras vidas tan pronto sea posible. ¡No lo permitamos!

 La economía y la pandemia SARScoV2.

 

     

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La Salud, el Medio Ambiente y el SARScoV2.

Por Miguel Valencia Mulkay

Presentación en la reunión del 20 de junio de 2020 de los Diálogos quincenales en línea sobre la pandemia Covid19

Muchas cosas han hecho los grandes empresarios y sus representantes, los políticos, para que la opinión pública no relacione la salud con el medio ambiente; para que no establezca ligas entre muchas enfermedades y el aire, el agua y los suelos contaminados; no vea ligas entre los alimentos industrializados que comemos y las muchas muertes por cáncer, diabetes, males cardiacos y otros padecimientos que tenemos en el país.

El gran negocio es curar grandes padecimientos y enfermedades y fabricar productos a costa del medio ambiente y el equilibrio ecológico y la salud de la población, por lo que no les conviene una política para la reducción las causas que producen estas desgracias.

 Se ha fomentado el deporte, sobre todo el deporte competitivo y espectacular; el ejercicio, sobre todo el que requiere equipos, aparatos y tecnología; el consumo de suplementos alimenticios y vitaminas y desde luego, las visitas frecuentes a médicos, expertos y gurús que recomiendan dietas, terapias y otros productos que promueven las grandes empresas farmacéuticas.

Se ha impuesto la idea de que la salud es solamente un asunto individual y de servicios médicos que no tiene mucho que ver con el agua, el aire y el suelo limpios o con la calidad de los alimentos que nos vende la industria transnacional.

El enorme poder de las empresas globalizadas ha podido mantener separadas, por muchas décadas, las políticas de salud, de las políticas del medio ambiente, por medio de su virtual aniquilamiento, por medio de la imposición de criterios económicos, especialmente financieros.

En los últimos 50 años, la salud se ha convertido en uno de los mayores negocios del mundo por triple partida: por el creciente número de enfermos que produce la enorme contaminación del aire, el agua y los suelos; por el costo enorme para hacer frente a las nuevas enfermedades y padecimientos generados por las contaminaciones que produce la industria y los servicios; por el abandono de las actividades para la prevención de enfermedades y la limpieza del medio ambiente.

Se sabe desde hace más de un siglo que la prevención de enfermedades puede reducir a la quinta parte el costo de curarlas, también, que la prevención de los desastres y las catástrofes puede reducir en la misma proporción el costo en vidas, sufrimiento y destrucción de viviendas y edificios, sin embargo, la prevención de cualquier tipo estorba a los negocios de los grandes inversionistas, razón por la cual hace más de medio siglo tomaron el control de la profesión médica y desde hace varias décadas han tomado el control de una buena parte de la política de Salud de una gran cantidad de países y de la política de Medio Ambiente y la de prevención de desastres. Los lobos al cuidado de las ovejas.

Estamos en las garras de un sistema que crea a la vez la muerte y la enfermedad, para la gran mayoría, con el fin de dar salud y larga vida a muy pocos, con el gran apoyo de la investigación científica y tecnológica al servicio del poder y el dinero.  

Hace muchas décadas los gobiernos, por presiones de los banqueros internacionales, abandonaron las políticas de prevención de enfermedades y las de la protección del medio ambiente y la preservación de la diversidad biológica. En cambio, se realizaron crecientes inversiones en la curación de enfermedades y padecimientos muy difíciles y la introducción de tecnologías muy costosas, para la protección del ambiente y la biodiversidad. 

La productividad, la competitividad y el crecimiento económico se instalaron como dogmas mayores, la economía se convirtió en una religión y la ciencia y la tecnología se transformó en un culto que puede resolver todos nuestros males.

Desde los gobiernos se protegió la utilización intensiva de productos químicos en la industria agropecuaria; se dieron generosos subsidios para lograr el crecimiento exponencial del uso del auto, el avión y los trenes de alta velocidad; se defendieron los alimentos chatarra que producen las empresas globalizadas, incluyendo el enorme costo en empaques, embalajes y transportes y se ampararon los grandes despilfarros en el consumo de electricidad, gas, carbón y petróleo. Se entregó el control de la salud y del medio ambiente a técnicos y científicos al servicio de las empresas globalizadas. 

La pandemia del coronavirus o Sars coV 2 ha dejado en claro que la salud, el medio ambiente y el equilibrio ecológico están muy íntimamente relacionados, por lo que no se puede defenderlos sin tomar en cuenta sus complejas relaciones. También, ha dejado en claro que la productividad, la competitividad y el crecimiento económico no deben ser utilizados como criterios principales, para hacer decisiones importantes sobre la salud, el medio ambiente y el equilibrio ecológico, especialmente para la prevención de la salud tanto de los seres humanos como de las demás especies sobre la Tierra.

La economía debe ser relegada tan pronto como sea posible a un papel muy inferior al que ha tenido en las últimas décadas, al igual que su principal aliada, la ciencia y la tecnología de los países poderosos que persigue principalmente la búsqueda del poder y el dinero. 

La salud, la ecología y el medio ambiente de la gran mayoría de los países del mundo está en ruinas debido a la sacralización que se les ha dado a las actividades económicas, científicas y tecnológicas en las últimas cuatro décadas.

Los desastres, las catástrofes, como la que ahora vivimos por la pandemia del Sarscov2, se hacen cada vez más frecuentes por la devastación creada por la industria y los servicios.

El colapso del clima hace muy previsible la multiplicación de las crisis sanitarias, económicas y políticas.

Crece entonces el consenso mundial sobre la urgencia de colocar a la protección y defensa del clima, la ecología y el medio ambiente, por encima de cualquier otra consideración y de reducir radicalmente la importancia de las consideraciones económicas, por medio de profundos cambios políticos tanto en la autonomía o las libertades de la que ahora gozan las actividades económicas y tecnológicas como en la excesiva centralidad que ahora tienen los organismos monetarios, económicos y políticos mundiales, controlados por una pequeña minoría de inversionistas.

No puede haber buena salud sin aire limpio, sin agua limpia y sin suelos limpios. No bastan el ejercicio, el deporte, el consumo de suplementos y la atención médica, para tener buena salud, es indispensable tener una diversidad biológica en crecimiento, un medio ambiente limpio y un clima estabilizado.

Nuestro país tiene demasiadas atmósferas contaminadas, en el campo, por los pesticidas y la industria, en la ciudad, por el uso excesivo del auto y el transporte en general.

No podemos tolerar que siga este estado de cosas. Ya basta de contaminaciones y destrucción de los regalos de la Naturaleza.  

La Salud, el Medio Ambiente y el SARScoV2.

 

 

 

POR UNA CONDONACIÓN DE LA DEUDA PÚBLICA EXTERNA DE AMÉRICA LATINA

 

 

Franz Hinkelammert (Alemania/Costa Rica)

Yamandú Acosta (Uruguay)

William Hughes (Panamá)

Orlando Delgado (México)

José De Echave (Perú)

Henry Mora Jiménez (Costa Rica)

Luis Paulino Vargas Solís (Costa Rica)

Jorge Zúñiga (México)

Miguel Valencia Mulkay (México)

 

18 de junio de 2020 

 

1. El crecimiento económico como política y el endeudamiento como adicción

            La globalización neoliberal encumbró la “sociedad del crecimiento”. El crecimiento se convirtió en la política central que supuestamente sostendría el consumo, la inversión, el empleo y el bienestar social.

            El pretendido crecimiento ad infinitum resultó tener “efectos colaterales” (humanos y ecológicos), pero se asumió que el libre mercado y el desarrollo tecnológico lograrían contrarrestarlos. Y si no lograban solucionarlos, entonces no habría solución alguna: el progreso demanda “sacrificios”.

            La teoría económica neoliberal dio un viraje de 180 grados: el “ahorro de hoy” dejo de ser la fuente para el consumo y la inversión “de mañana” (tesis keynesiana). El consumo por el consumo (consumismo) se convirtió en el motor del crecimiento, y la inversión productiva perdió el sentido de incrementar la “capacidad productiva” para considerarse casi exclusivamente en términos de su rentabilidad de corto plazo. Entre 1970 y 2007 se impusieron el capitalismo de casino y la financiarización, dominando la economía real. La crisis del 2008 fue interpretada como un tropezón normal en el frenesí de “exuberancia irracional”.

            El consumismo desenfrenado y la inversión financiera se apuntalaron fuertemente en el crédito: a los hogares, empresas y Estados; desmantelando, además, las políticas del Estado de bienestar. Se generó una dependencia adictiva entre el crecimiento económico (la acumulación de capital) y el endeudamiento sin límite.

 

2. El pago de la deuda como genocidio 

            El capitalismo se fundamenta en el crecimiento económico, y como ya no puede hacerlo con saltos de productividad, se alimenta de nuevas “acumulaciones originarias” y de un endeudamiento tóxico que conduce a deudas perpetuas e impagables. Después del estallido de la crisis de la deuda en los años ochenta, podría esperarse que la situación de la región mejorara en el mediano plazo, pero se ha agravado. La deuda externa se duplicó hacia 1990, y para 2019 había crecido 10 veces, superando los 2 billones de dólares, con un pago de intereses que sumó un poco más de 1.1 billones de dólares. En realidad, todo el aumento de la deuda hasta 2010 ha sido resultado de pagos de intereses. El ingreso neto por nuevos créditos externos fue nulo hasta 2010. El pago de intereses corresponde a un dinero jamás entregado, se trata de una brutal usura. Hasta 2018, el 60% del aumento de la deuda externa lo constituyó la capitalización de intereses, los que se “pagaron” con nueva deuda, que seguirá exigiendo pago de intereses por recursos financieros que nunca han servido a los países de América Latina. 

            Esta situación es extensiva a la deuda pública: en los próximos cinco años el 32% del servicio de la deuda correspondería a pagos de intereses, lo que se agrava con la Pandemia de la Covid-19.  La deuda externa es una fuente perpetua de extracción de excedentes de las economías de América Latina, sobre la base una deuda impagable. Resolver esto demanda la condonación inmediata de dicha deuda. 

            Este terrible año hay que pagar la deuda, tanto su capital como los intereses. Este pago en muchas sociedades, en especial las de América Latina, impide atender demandas sociales en salud, educación, protección social, cultura y demás servicios sociales y de protección del ambiente. El pago del capital y los intereses es la primera prioridad del presupuesto nacional, aunque miles o millones de ciudadanos no logren satisfacer sus necesidades básicas. La pandemia de la Covid-19 ha puesto al desnudo este genocidio económico-social.

 

3. Las crisis de deuda y su papel como estrategias de sometimiento

            El endeudamiento es un gran negocio de los bancos y las empresas transnacionales, especialmente cuando las deudas se vuelven impagables. El país que no pueda pagar tendrá que ceder su soberanía, sus recursos naturales más valiosos y sus empresas públicas. Este pillaje incluso se hace calculadamente para que el país endeudado pueda seguir pagando, y cada tiempo se renegocia la deuda y hasta se permiten condonaciones parciales de intereses.

            El endeudamiento externo hizo posible someter a toda América Latina durante la crisis de la deuda de los años 80 del siglo pasado, transformándola en un proceso de expropiación bajo el eufemismo de los “ajustes estructurales”.

 

4. El Acuerdo de Londres de 1953

            El Tratado de Versalles (1919) fue un ejemplo de la ceguera de la “voluntad de poder”. Los ganadores de la I Guerra Mundial impusieron a Alemania costos de guerra a todas luces impagables. El tratamiento de la deuda alemana y el de otras naciones europeas después de la II Guerra fue muy diferente. Empezaba la guerra fría y las medidas para “salvar el sistema” incluyeron la eliminación de la mayor parte del pago de las deudas alemanas con el resto de Europa occidental y otros países aliados, Grecia incluida, además del Plan Marshall y la concesión de nuevos créditos sin intereses.

            Ante los efectos económicos y sociales devastadores a causa de la pandemia de la covid-19, el FMI se niega a discutir una posibilidad semejante, y sólo considera condonaciones parciales o posposición de pagos de intereses para los países más pobres y endeudados. Quieren repetir el Tratado de Versalles, solo que ahora con los “perdedores” (víctimas) de la globalización.

 

5. El Fondo Monetario Internacional: la aparente paradoja de la condonación de las deudas. ¿Se debe pagar, aunque no se pueda pagar?

            Desde el estallido de la crisis latinoamericana de la deuda en 1982, han sido múltiples los llamados a la condonación total de la deuda. La negativa del FMI y del Banco Mundial se respalda en la “responsabilidad de los deudores”, de gobiernos que irresponsablemente incurrieron en esa deuda. Según este argumento, ni siquiera la incapacidad de pago justifica la condonación de las deudas. El deudor es culpable de su incapacidad y el acreedor es exonerado de no anticipar que el deudor no podía pagar. Pero el argumento se desmorona cuando cualquier auditoria de la deuda muestra el pillaje del acreedor o la corrupción de los gobiernos de turno.

            Entonces el FMI y el BM recurren a otro argumento: “la ley y el orden” de los mercados financieros y la continuidad de los préstamos en el futuro. La condonación de la deuda lesionaría la capacidad de las instituciones de crédito de seguir prestando y socavaría la confianza en el sistema financiero. Tal argumento es indefendible, cuando gobiernos y bancos centrales de los países ricos compran billones de dólares en valores o sencillamente emiten billones en monedas duras para salvar de la quiebra a bancos, empresas y mercados de valores, acrecentando la desigualdad y la injusticia.

 

6. Por una condonación de la deuda pública externa de América Latina.

            Cuando las deudas, supuestamente, se pagan con nuevas deudas y, además, los intereses se agregan, la deuda total crece sin más límite que el impuesto por la progresión del interés compuesto. Ha llegado el momento de transformar el sistema.

            La crisis en curso ha ratificado que el futuro de la humanidad está en riesgo. Tenemos una oportunidad para corregir situaciones que muestran tendencias catastróficas. Recuperar la solidaridad como un valor global permitirá poner en el centro valores sociales fundamentales que la globalización neoliberal ha relegado o incluso aplastado.

            La reconstrucción de las relaciones humanas, en la perspectiva de la vida y el bien común, exige cambios radicales: en nuestro metabolismo social, en las relaciones laborales, en la división sexual del trabajo, en los servicios básicos para toda la población, en los sistemas tributarios, en la propiedad intelectual y la cultura, en el dinero y las finanzas, en los organismos financieros internacionales, en la cooperación entre las Naciones, etc. Una Condonación Mundial de la Deuda Externa Pública sería sólo un primer paso, pero uno que puede cimentar la construcción de un futuro mejor para todas y todos, pero especialmente, para las víctimas del capitalismo neoliberal, colonial y financiarizado.

 

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