La alimentación y la pandemia del SARScoV2
¡Desindustrializar la alimentación!
Por Miguel Valencia Mulkay
Presentación en la reunión del 29 de agosto de 2020 de
Cambiemos el Sistema No el Clima
Durante la pandemia SARScoV2, la cuestión de la alimentación ha
sido en México uno de los temas más recurrentes debido a la gran mortandad que
ha provocado el covid19 entre las personas que sufren enfermedades crónicas relacionadas
con la mala alimentación, como lo son la diabetes, la hipertensión, los cánceres,
la obesidad y otras que en nuestro país sufre una buena parte de la población, a
causa de la perversa mercadotecnia internacional que la industria alimentaria
ha utilizado en las últimas décadas, para imponer el consumo de sus muy nocivos
productos. Somos un campo de pruebas global de la mercadotecnia de la industria
alimentaria.
La estrecha liga que existe entre la mala alimentación y las
muertes prematuras y las enfermedades crónicas ha sido plenamente demostrada
por muchos estudios científicos, sin embargo, por la falta de un sólido estudio
exhaustivo público sobre la promoción, venta y producción industrial de
alimentos, no ha quedado suficientemente demostrado el gran daño que en varias
dimensiones y diversas maneras hacen a la
población los alimentos modernos industrializados que incluyen a los cereales, las verduras, las frutas, los
refrescos, las leches, las mantecas, las
grasas vegetales, las carnes, los pescados, los quesos, las botanas, los yogurts,
los panes, las tortillas, las galletas, los dulces , los bizcochos, los pasteles,
los enlatados y otros “superalimentos” que se producen en gran escala y que se venden
en supermercados y otros mega minoristas y que podemos calificar como mala
alimentación disfrazada de buena alimentación.
Para contribuir un poco a este estudio exhaustivo que debería
formar parte de la instrucción familiar y comunitaria, hago un breve repaso de
un conjunto de aspectos de la moderna producción de alimentos que han demostrado
tener efectos muy calamitosos, no sólo en la salud de la población, sino en
otros aspectos fundamentales para el Buen Vivir, como son el gusto por la
comida tradicional de la región, la convivencia, la limpieza, la buena agricultura, la diversidad biológica;
la limpieza de los mares, los ríos, los lagos, los humedales, los suelos, las
atmósferas o el medio ambiente; el clima estable, las culturas florecientes, el
fuerte lazo social , las economías prósperas, las instituciones confiables, las
técnicas apropiadas y las filosofías de respeto a la Naturaleza.
Los malos alimentos y bebidas que produce la industria alimentaria
global combaten sin tregua a los buenos alimentos locales tradicionales del
país; buscan todas las maneras de engañar a la sociedad, para atraparla en su
trampa alimentaria; para ello, cuentan con el gran apoyo de las escuelas y las
clínicas o prácticas médicas, públicas o privadas, las que de diversas formas
tradicionales destruyen las defensas naturales de los niños y apoyan el consumo
infantil de alimentos y bebidas industrializados y deslegitiman o desalientan el consumo de los
alimentos locales o tradicionales, todo esto a consecuencia de las exigencias u
omisiones de los mismos gobiernos, las legislaciones, los magistrados, de una
buena parte de los científicos y los académicos nacionales y por la presión permanente
que reciben de la poderosa y maligna mercadotecnia de la industria alimentaria,
por medio de grandes premios y castigos
a estas instituciones.
Los malos alimentos y bebidas que vende la industria cuentan
con una publicidad infame omnipresente en los grandes espectáculos, la escuela
y otros servicios, la calle, las redes sociales, el hogar, la radio y la
televisión comercial que seduce al consumidor infantil, juvenil y con poco
conocimiento de las trampas de la publicidad, y además, un mercadeo perverso
que incluye regalos del producto y premios al consumidor y cuenta, por otra parte, con el apoyo de potentes
sabores naturales y artificiales que no sólo engañan y destruyen el gusto por
la comida tradicional de la región, sino que enganchan al consumidor en una
adicción duradera; la sal, la azúcar y diversos químicos saborizantes que se le
añaden al alimento industrializado en su fabricación, son los sabores que
generan dependencia y degradan el gusto por los buenos alimentos.
Y finalmente, y no menos importante, la mala alimentación cuenta
con el apoyo de gobiernos poderosos – el G-7 que quieren controlar los
alimentos para controlar los pueblos (Henry Kissinger), de gobernantes de
países colonizados como México, Brasil y Argentina que quieren ser aceptados en
el club de los ricos y poderosos del planeta (Salinas de Gortari, Menem,
Zedillo, Fox, Calderón, Macri, Peña Nieto, Bolsonaro) y de científicos y
funcionarios públicos y de “organismos autónomos” del Estado que reciben
diversas formas de premios y sobornos, por parte de la industria de alimentos. De
esta manera, los jueces, los legisladores y los gobiernos de México han abandonado
la defensa de la buena alimentación y han dejado desamparada a la población en
manos de la industria alimentaria global.
Hace unos 35 años, México abandonó el proteccionismo
histórico de la agricultura nacional que los gobiernos poderosos aplican
rigurosamente en sus países, a pesar de sus alabanzas y elogios al Libre Comercio
y se dejó colonizar por la comida industrializada que se produce en este país y
en el mundo. Una derrota histórica, consecuencia de la derrota económica y
política de México de los años 70-80 del siglo pasado.
Por supuesto, los dueños y los directivos de las industrias
que producen alimentos, no consumen regularmente los alimentos que producen. La
publicidad y las relaciones públicas ligadas a los malos alimentos se convierten
así en un gran porcentaje del costo de los alimentos industrializados: más de
un 25% en productos, con envases pequeños. Este costo les garantiza a los
corporativos el control de la alimentación del país.
Los tóxicos alimentos y bebidas que produce la industria
alimentaria mexicana y global nos llegan envueltos en muy llamativos envases o
empaques o embalajes que engañan sobre su contenido al consumidor incauto y que
además producen residuos muy dañinos para los suelos, las aguas, y las atmósferas
y, por otra parte, son muy difíciles de reciclar y requieren para su
fabricación un gran consumo de electricidad y gasolinas. Imponen un costo
enorme de salud para la sociedad por la gran afectación al medio ambiente.
Esta alimentación tóxica se encuentra disponible muy cerca de
nuestras viviendas, en tiendas de “conveniencia” (OXXOs, 7Eleven),
supermercados, jardines y parques públicos y en los sitios cercanos al transporte
público, el estudio, la diversión y los cuidados de salud, escuelas,
hospitales, centros de trabajo. Esta formidable disponibilidad del producto,
parte de la estrategia de mercadotecnia de la industria alimentaria, se logra por
medio de la labor de un ejército de repartidores que diariamente garantizan en
todo el país la disponibilidad de la mala alimentación y la gran dificultad,
para conseguir buena alimentación.
Una gran cantidad de gasolina se quema en esta distribución
capilar de los alimentos industrializados para que llegue a las más remotas colonias,
barrios y pueblos del país, a la que debe añadirse las gasolinas que quema el
transporte de los campos de cultivo a los almacenamientos industriales, o de
los establos gigantescos y las enormes granjas a los rastros y mataderos o de las
pesquerías a las empacadoras o de las fábricas procesadoras o a los grandes
centros de distribución regional o nacional.
Por el gran volumen de su producción, los alimentos
producidos industrialmente, viajan hoy en día muchos miles de kilómetros antes
de llegar a nuestra boca.
Debido a los largos viajes y a los muchos días de
almacenamiento, los alimentos tóxicos que produce la industria alimentaria deben
resistir muchos días sin degradarse, lo que exige, por un lado, incluir cierto
tipo de alimentos y otros químicos adicionales que frecuentemente hacen daño a
la salud del consumidor y, por otro lado, un enorme consumo de electricidad y gasolinas,
por el tipo de envase y la refrigeración, para evitar que los alimentos no se
descompongan en pocos días.
De esta forma, crean una gran carga para la salud pública y
la economía popular. De esta manera, los alimentos industrializados se
convierten en un peligro para la salud pública, uno de los principales emisores
de gases que dañan el clima y un factor muy importante del encarecimiento de la
salud pública y la alimentación.
Por otra parte, en el proceso de transporte de los alimentos industrializados
a los centros de mayoreo y a los del menudeo, el almacenamiento para distribución,
venta al menudeo, alacena de cocina y congelación de los hogares modernos se
pierden una gran cantidad de alimentos, por caducidad, maltrato y otros
factores.
En los países enriquecidos, por la pobreza de los demás
países, la pérdida de estos alimentos excede el 35% de lo que se produce; un
porcentaje parecido de pérdida hay en las clases medias de México.
El consumo de gas, gasolinas, electricidad y carbón que se
requiere para fabricar y operar los transportes de los malos alimentos de la
industria alimentaria global convierten a estos productos en una de las fuentes
principales del daño climático y ambiental, y también, de las enfermedades y
muertes relacionadas con la mala calidad del aire y el encarecimiento de los
alimentos.
Solamente por las actividades de promoción, distribución,
venta y forma de consumo, la producción industrial de alimentos resulta enemiga
de la Naturaleza y de la humanidad. Falta por analizar aquí el inmenso daño que
realiza la industria agropecuaria y pesquera en la fabricación de estos malos
alimentos. En otro artículo lo
revisaremos.
Los costos climáticos, ecológicos y ambientales de estos
pésimos alimentos son inconmensurables. No tienen precio.
La producción industrial de alimentos es la peor forma de
producir alimentos.
Hay que denunciarlos ampliamente y apoyar la producción
tradicional de alimentos, para consumo local.
La alimentación y la pandemia del SARScoV2
¡Desindustrializar la alimentación!
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