La velocidad de los trenes, clave en el crecimiento de la urbanización
del territorio.
Por Miguel Valencia Mulkay
Presentación en la mesa
internacional Trenes de alta velocidad ¿Para qué? el 25 de junio de 2020
Los trenes pueden dar resultados sociales
positivos mientras no excedan de cierto umbral de velocidad de operación y tamaño
y no se desplacen por territorios de gran diversidad étnica o biológica.
Cuando se rebasa el umbral de velocidad de operación del tren se disparan los daños que produce y se vuelve contra productivo: produce muchos más daños que beneficios.
La velocidad de
operación es un factor clave del daño o beneficio social y sobre todo es un
factor clave en el crecimiento de la urbanización que desata en el territorio a
lo largo de los años.
En su propaganda, los promotores de
los trenes difunden varias falsedades, como las siguientes:
- · Que los trenes que operan a 150 kph o velocidades mayores no producen daños mucho mayores que los trenes que viajan a velocidades promedio de 70 kph y que han operado tradicionalmente en países empobrecidos, como es el caso de los países de América Latina, incluyendo a México y que la velocidad promedio de operación no determina mucho el tamaño de los daños ambientales, culturales y sociales. No hay preocupación gubernamental y social por los poderosos efectos urbanizadores producidos por la velocidad promedio de operación de los trenes.
- Que los principales daños ambientales, ecológicos, culturales, urbanos, sociales, económicos, políticos y simbólicos que produce la construcción de estos trenes suceden principalmente cuando se construye la infraestructura necesaria para su funcionamiento (vías, túneles, estaciones, etc.) mientras que son de poca relevancia los daños de este tipo que se producen después de su puesta en operación, a lo largo de muchos años, por su frecuente funcionamiento diario. Las manifestaciones de impacto ambiental autorizadas por el gobierno así lo confirman.
- · Que los trenes que operan a 150 kph o velocidades mayores que se podrían construir en territorios que tienen una gran presencia de comunidades con culturas originarias y una gran diversidad de especies silvestres tropicales, no producirían un daño mucho mayor al que estos mismos trenes han producido normalmente en territorios no tropicales y carentes de numerosas comunidades originarias, como lo son los territorios de los países diseñadores de estos trenes donde han circulado hace décadas. Sólo o principalmente hay beneficios para las comunidades indígenas y las especies silvestres por la construcción de un nuevo tren.
- · Que los trenes no alteran cambian, dislocan, desencajan o desarticulan, las matrices del agua, las relaciones entre plantas y animales, los equilibrios ecológicos, ambientales, urbanos, sociales, económicos, políticos y simbólicos de los territorios por donde se construyen desde el momento en que se anuncia su construcción hasta el momento que agotan su ímpetu destructivo- el ciclón urbanizador-, décadas después de su construcción.
- · Que los trenes que se construyen con propósitos turísticos, como el tren Maya, no alteran, cambian, dislocan, desencajan o desarticulan, la economía y las costumbres de las comunidades con fuerte presencia de culturas originarias y gran diversidad biológica. Muy al contrario, un nuevo tren los “saca de la miseria en la que viven estas comunidades”, “les da empleo formal y protege a las especies silvestres”.
Estas falsedades se utilizan para
engañar a la sociedad y obtener su aceptación de la construcción y operación de
nuevos trenes y otras infraestructuras. Describo brevemente algunos efectos
resultantes de la construcción de nuevos trenes en territorios que tienen gran
presencia de culturas originarias y con gran diversidad de especies silvestres,
como es el caso del tren Maya que viajará normalmente a 150 kph.
El simple aviso de la
construcción de un tren en territorios con gran presencia de comunidades, con
culturas originarias y gran diversidad de especies silvestres, provoca la
multiplicación de los despojos de tierras, las presiones para vender terrenos
rústicos o de labranza y las compras legales e ilegales de terrenos ejidales:
se elevan significativamente los precios de los terrenos y las rentas de las
viviendas en estos territorios. Solo por el simple aviso de su construcción. La
especulación inmobiliaria aumenta sustancialmente.
Las obras que se realizan, tanto
para construir las vías del tren como para apoyar su construcción y
funcionamiento, como lo son las pavimentaciones, los caminos vecinales, la
electrificación, las comunicaciones electrónicas, las bodegas, los almacenes,
los hoteles, los restaurantes y otros servicios, refuerzan la especulación
inmobiliaria la que cíclicamente aumentará a partir del inicio de las
operaciones diarias del nuevo tren.
Esta cíclica elevación de los
precios de los terrenos y las rentas en las ciudades, los pueblos, los ejidos,
los barrios y las colonias junto al tren, provocada por su misma construcción y su funcionamiento,
incita o estimula, la construcción de nuevas calles, avenidas, bulevares,
carreteras vecinales, centros comerciales, edificios de hoteles, vivienda,
oficinas y otros servicios los que a su vez atraen la llegada de gran cantidad
de personas de otros territorios, estados o países que buscan empleo, mejores
ingresos, oportunidades de negocios, enriquecimiento rápido, la bonanza, la
fiebre de oro. Se genera un ciclón urbanizador que puede durar varias décadas.
A consecuencia de la construcción
de este tren, cambiará radicalmente la economía de las comunidades vernáculas y
la de los ejidos, los pueblos y las ciudades de los territorios por los que se
correrá el nuevo tren. Se instalarán negocios que desplazarán el consumo de
productos locales para imponer el consumo de productos globales. Se requerirán
trabajadores de lejanas ciudades turísticas capacitados en los servicios
turísticos de Clase Mundial. Las actividades tradicionales serán virtualmente
eliminadas de estos territorios.
El costo de la supervivencia de
indígenas, campesinos y trabajadores aumentará cíclicamente, provocando la
marginación de la mayoría de ellos que serán expulsados a lugares muy alejados
de las zonas turísticas y, por otra parte, induciendo la prosperidad para una
minoría local principalmente avecinada después de la construcción del tren.
Las relaciones de poder se
decantarán a favor de los grandes inversionistas que podrán así obtener
subsidios, privilegios económicos y fiscales, ventajas políticas, imposición de
autoridades y legisladores. El gobierno estatal y los gobiernos municipales
estarán principalmente al servicio de inversionistas extranjeros.
Debido a la velocidad del nuevo
tren, la urbanización en la cercanía del nuevo tren crecerá a mayor velocidad a
lo largo de los años a consecuencia de las ventajas que su velocidad ofrece a
la economía global, a los grandes inversionistas y a los turistas extranjeros. No
hay capacidad en países como México, para contener el desquiciamiento de la
urbanización: carece de instituciones para lograr hacerlo.
Por su velocidad, podrá tener
horarios frecuentes en ciertas partes de su recorrido al punto de que podrá
convertirse fácilmente, en ciertos territorios más poblados, en una especie de
servicio suburbano o Metro. Los trabajadores de la industria turística buscarán
viviendas económicas a muchos kilómetros de distancia de sus trabajos y de las
zonas turísticas, por lo que las manchas urbanas de las ciudades crecerán con
rapidez apoyadas en el funcionamiento del tren. Provocará, además, el fenómeno de la
pendularidad creciente: cada año los viajes diarios promedio de los usuarios
serán a mayor distancia y se perderá más tiempo en el transporte debido al
crecimiento de la urbanización a lo largo de la ruta del tren.
En varios países, los trenes de
alta velocidad han estructurado megalópolis a lo largo de su ruta; en China megalópolis
de hasta 500 km de largo. El tren México-Toluca, en construcción que viajará
normalmente a 150 kph creará una nueva megalópolis de más de 300 km, uniendo la
urbanización del Valle de México y el Valle de Toluca
En la medida que aumenta la
velocidad promedio en la operación regular de un transporte público, como lo es
un tren interurbano, cambian radicalmente los efectos sobre la conducta de las
personas que lo utilizan o que viven en su cercanía y sobre la limpieza de los
suelos, las aguas y los aires en su proximidad. Los empleos y las viviendas estarán
condicionadas por el funcionamiento del tren. Virtualmente, toda la vida futura
de la región dependerá del tren, como la vida de muchas ciudades depende de su
Metro y sus trenes suburbanos o interurbanos. La garra de los trenes controlará
la supervivencia de personas, organizaciones, instituciones, economías,
políticas y certidumbres o valores.
Al aumentar a 100 o 150 o 200 o 250 kph la velocidad promedio de
operación del tren, puede aumentar 3, 7, 15 o 30 veces, los daños económicos
ocasionados al clima, el ambiente, la diversidad biológica y cultural, sin
embargo, los daños principales que puede ocasionar el tren, como lo son: la destrucción de culturas, especies vegetales
y animales, matrices del agua(cenotes, en el caso de la península de Yucatán),
equilibrios ecológicos, vestigios arqueológicos, no tienen precio o valor económico, son
inconmensurables y por lo tanto, deben considerarse como daños infinitos.
El daño que puede ocasionar un tren a lo largo
de varios años de operación regular sobre un territorio selvático y con gran
presencia de culturas vernáculas puede ser mucho mayor a su funcionamiento en
un territorio no tropical como lo son los países europeos y del lejano oriente,
como China o Japón y desde luego, debe considerarse un daño infinito para el
mundo y la humanidad; debe ser reconocido como un proyecto ecocida y genocida.
Desde la revolución industrial,
los trenes han sido considerados como instrumentos fundamentales, para que la
industria se vuelva rentable y la economía moderna pueda tener sentido. Sin
transportes terrestres no puede existir ni la industria ni la economía. La
modernidad impuesta por Occidente quiere tres cosas: Más producción y más consumo;
Más grandes infraestructuras, equipos y unidades de transporte y Más rapidez en
todas las operaciones. Estos tres grandes deseos se logran por medio de los
trenes y otros transportes.
Por estos motivos es que han sido
elogiados, enaltecidos y fetichizados a lo largo de más de dos siglos lo que ha
aniquilado la investigación y el estudio formal de los muy diversos daños que
produce su funcionamiento en la cultura, el clima, la ecología, el medio
ambiente, las comunidades, el lazo social, las economías locales, las
legislaciones, los gobiernos, entre otros aspectos. Las universidades y los centros de
investigación han hecho todo lo posible por no investigar este lado oculto de
los transportes.
La sacralidad que ha sido
transferida a los transportes desde hace más de 200 años ha bloqueado las
investigaciones, los estudios y sobre todo la conciencia social sobre la
enormidad de los daños que producen los transportes
A pesar de la dependencia enorme
que generan los transportes, una buena parte de la sociedad es capaz de rebelarse
o entrar en pánico por la falta de transporte o su encarecimiento y es capaz de tolerar sin mayor problema, la
muerte, la enfermedad, la discapacidad, el sufrimiento, la tortura que producen
los transportes, sea por el cambio radical de la economía local, el cambio en
el uso del suelo que induce la urbanización desquiciada accidentes o por la
contaminación del aire, o sea por el tiempo que se pierde o por la
discriminación que produce o por el cambio de uso de suelo que induce.
Los transportes se han convertido en una droga
que genera una adicción enorme entre sus usuarios. Desde la infancia, recibimos
un gran bombardeo de imágenes en las que asociamos a los transportes como
plataforma de lanzamiento hacia nuevos paraísos; el imaginario social entiende
el Progreso, el Desarrollo, la Modernidad como un mundo en el que los pies sólo
sirven para acceder a toda clase de transportes que nos hacen vivir “fuera del
suelo”( hombres hidropónicos) y “fuera del tiempo”; nos hacen despreciar la
caminata y las posibilidades que nos ofrecen nuestros pies, para conocer el
mundo y estar alegre.
Este imaginario social dominante
nos hace hacen despreciar el paisaje y el viaje mismo, para solo ocuparnos de
lo que sucede dentro del transporte y de lo que podemos producir o consumir en
poco tiempo. El tiempo es dinero es el gran axioma de la modernidad.
La productividad, la
competitividad y el crecimiento económico son los objetivos de fondo de los nuevos
trenes, objetivos que se ocultan por medio de anuncios o declaraciones
gubernamentales en las que se dice que los nuevos transportes servirán para
crear muchos empleos, un propósito que los grandes empresarios combaten con
todas sus fuerzas, por medio de grandes inversiones en nuevas tecnologías, como
la robótica que crean empleos caníbales que devoran empleos tradicionales o
nuevos empleos que requieren las habilidades globalizadas que tienen personas
que viven en su gran mayoría en otros países o nuevos empleos
walmartizados que exigen muy largas
jornadas de trabajo, más de 10 horas y sueldos muy bajos en lo posible por outsourcing.
Por supuesto, existen también los deplorables empleos temporales de la construcción que junto con el empleo wallmartizado y el trabajo de migrantes conforman la moderna forma de trabajo esclavo legalizado.
La nueva economía local globalizada creada por los trenes turísticos sepulta la vieja economía local y con ello mueren las culturas vernáculas y la vida silvestre de los territorios afectados. Simultáneamente, se instalan y dominan el territorio, el tráfico de drogas, niños, mujeres, órganos, armas de alto calibre y otras actividades ilegales.
El turismo ha dado un gran auge en
México a las actividades delictivas que han hecho mundialmente famosos a
Acapulco, Cancún, Playa del Carmen, Vallarta, Manzanillo, Los Cabos, Tijuana,
Ciudad Juárez, entre otros.
Los trenes de baja y alta
velocidad han sido exaltados a lo largo de muchos años como un medio para que las naciones, las ciudades, los pueblos, los
ejidos, los barrios y las colonias puedan conseguir o lograr la riqueza, la
abundancia, la prosperidad que llevará a
sus vecinos, a sus habitantes, a la dicha, a la felicidad que según las
Naciones Unidas es un objetivo humano fundamental (Objetivos de Desarrollo del
Milenio)
El Desarrollo, como el Progreso y
la Modernidad son todavía el objetivo de muchos gobiernos, incluyendo el
mexicano y hasta de la mayor parte de los científicos y académicos de este país,
a pesar de que su materialidad- aeropuertos, trenes de alta velocidad,
supercarreteras, fibra óptica, internet, agroindustria, edificaciones, nuevas tecnologías- es responsable del
colapso del clima, la ecología, las culturas, las ciudades, las comunidades,
las economías, las políticas y las certidumbres o valores.
Los sueños de progreso,
desarrollo y modernidad nos han conducido a un nuevo mundo en el que los
riesgos y los peligros se han vuelto enormes:
se multiplican las crisis monetarias, económicas, sanitarias, alimentarias,
ambientales, climáticas, de seguridad personal- violencia intrafamiliar,
escolar, laboral, urbana- de drogadicción, de suicidios, de farmacodependencia,
de género, de raza, de seguridad nuclear, entre otras muchas crisis creadas por
la religión de la economía y el culto a la ciencia y la tecnología.
La búsqueda del bienestar y la
Felicidad, por medio de los trenes y otros transportes, ha generado gran malestar
e infelicidad en el mundo, como cualquiera puede confirmarlo.
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