Debate sobre los límites al
crecimiento
Resumen: Jean Robert, para su participación en
la Primera Conferencia Norte-Sur sobre Degrowth-Descrecimiento , Ciudad de
México 2018
Seguimos aquí, como retaguardistas con ganas que somos, explorando las pistas abiertas por Illich en sus “años de Cuernavaca” y
desertadas por sus amigos vanguardistas. Como no somos ingenuos, sabemos que el
espíritu de Illich era extremadamente vivo y móvil y que, a partir de 1976,
empezó a poner bajo la lupa sus conceptos directores de aquellos años. Un
ejemplo: se dio cuenta, por ejemplo, de que el concepto de contra-productividad
ya no se podía enunciar como lo había
hecho en Energía y equidad y en
La convivencialidad. En cambio, otro
concepto guía de estos años, que conservó toda su vigencia y que nos parece
importante volver a poner a debate, es el concepto de límites.
1. El
primer nivel del debate sobre los límites
que hubiera que imponer políticamente al modo industrial de producción fue alcanzado a principio de los años
1970, cuando el Club de Roma advirtió
al mundo de que, si no se cambiaban drásticamente las grandes orientaciones de
la producción industrial, la biosfera se tornará pronto inhabitable. En
aquellos años, el público advertido se concentró sobre todo en las amenazas al
ambiente físico, por lo que los debates se centraron en los límites que habría
que imponer al consumo de combustibles y en los daños ecológicos causados por
el modo industrial de producir. Este
primer estadio del debate sobre los límites se concentró en los bienes
materiales[1].
Más allá de ciertos límites, la producción de servicios causará más
daños a la cultura que la producción de bienes materiales causó a la naturaleza[2].
Con
ello, quería establecer públicamente que las instituciones productoras de
servicios tienen inevitablemente consecuencias laterales que no son menos
dañinas – son eventualmente más dañinas – que la sobreproducción de bienes
materiales. El segundo estadio del debate
sobre los límites se centró en los servicios[3].
3.
Alrededor de 1980, el debate sobre los límites al crecimiento alcanzó un tercer
estadio que se centra en los ámbitos de
comunidad o comunales en español
moderno (commons en inglés, Allmende o
Gemeinheit en alemán, ejido en español clásico). Cuando se
evocan a los comunales, se suele pensar en bosques y pastizales como también en
el cercado de los campos comunes. También se piensa en la destrucción de las condiciones de existencia de lo que
E.P. Thompson llamaba la economía moral.
Sin
embrago, los comunales de los que hay que hablar, hoy, son algo más sutil que
podríamos nombrar el valor de uso del
entorno. Simplemente dicho, es lo que
todas las formas de crecimiento económico destruyen radicalmente[4]. Era
la existencia de esas condiciones lo que permitía que la gente viviera sin, o
con pocas mercancías. Después de la destrucción de esas condiciones, el entorno
ya no puede ser utilizado por los que son incapaces de comprar mercancías o
servicios: en una sociedad moderna, los que tienen poco acceso al mercado
también tienen poco acceso a los valores de utilización del entorno. En La convivencialidad (ver Obras reunidas
I), Iván Illich mostró que el crecimiento económico destruye inevitablemente
aquellos elementos del entorno que permiten la producción de valores de uso, un
proceso que calificó de modernización de
la pobreza[5]. La modernización de la pobreza que acompaña toda destrucción de los
comunales se debe entender, hoy, en la complementariedad
entre el trabajo asalariado y el trabajo fantasma. Ahora bien: la causa de
la desaparición de los comunales se debe buscar menos en la obligatoriedad del
trabajo asalariado que en la coerción al trabajo fantasma. Una pesadilla de
nuestra época es la amenaza de una explotación masiva del trabajo fantasma[6]. El
tercer estadio del debate sobre los
límites que hay que imponer políticamente al crecimiento se centran sobre los
valores de utilización del entorno y su destrucción inexorable por el mismo
crecimiento.
[1] Iván Illich,
“Introducción”, El trabajo fantasma, Obras
reunidas II, México: Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 44. En esta
Introducción, Illich expone en pocas densas páginas la tesis que tratamos de
resumir aquí.
[2] Oímos a Illich pronunciar
esta frase, pero creemos que nunca la escribió. Creemos recordar que dijo
también que se trataba de una tesis
económica de importancia primordial, en ignorancia de la cual no se puede
entender la naturaleza del modo industrial de producción. Las obras Una sociedad desescolarizada, Energía y equidad y Nemesis médica (ver Obras
reunidas I) analizan
sucesivamente los efectos de la sobreproducción de servicios de educación, de
transporte y de salud.
[3] Iván Illich,
“Introducción”, op. cit, p. 43,4: Exponer concretamente con tres ejemplos lo
que hacen las instituciones de
servicios “[e]s lo que intenté hacer [por ejemplo] en Una sociedad desescolarizada. En esa obra, mostraba que las
instituciones dedicadas a los servicios en el Estado-providencia producían
inevitablemente efectos comparables a los efectos secundarios de la
superproducción de bienes. Era necesario considerar complementariamente los
límites de bienes mercantiles y los límites a los servicios de asistencia
social. Además, las dos suertes de
límites eran fundamentalmente independientes de las opciones políticas o
sociológicas [énfasis nuestro].
[4] Iván Illich, “Introducción”, op. cit., p. 45. Para definir lo que el
crecimiento económico destruye inexorablemente, ciertos economistas se refieren
a un ‘valor de utilización del entorno’. “Por mi parte, estimo que la discusión
pública sobre los límites del crecimiento económico pronto se centrará sobre la
preservación de esos “valores de utilización”, valores que serán destruidos por
la expansión económica, cualquiera que
sea la forma que tome.
Es fácil comprender por qué. Hasta
nuestros días, el desarrollo económico significó siempre que la gente, en lugar
de hacer una cosa, estaría en posibilidad de comprarla. Los valores de uso fuera
del mercado empezaron a remplazarse por mercancías. De la misma forma, el
desarrollo económico significa que al final la gente deberá comprar la mercancía
porque las condiciones que les permitían vivir sin ellas desaparecieron
de su entorno físico, social o cultural. Quienes están incapacitados para
comprar el bien o el servicio ya no pueden utilizar el entorno.
[5] Op. cit., p. 46: “Atribuí ese hecho al ‘monopolio radical de la
mercancía sobre la satisfacción de las necesidades”.
[6] Ibid.: “Éste es un punto
cuya importancia aparece ahora, pues el interés que actualmente se desarrolla
en relación con el sector informal podrá fácilmente desembocar en una nuevo
estadio del crecimiento económico fundado en la colonización de ese mismo
sector, en la explotación intensiva del trabajo fantasma”.
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