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lunes, 13 de diciembre de 2021

 

Debate sobre los límites al crecimiento

Resumen: Jean Robert, para su participación en la Primera Conferencia Norte-Sur sobre Degrowth-Descrecimiento , Ciudad de México 2018

 

Seguimos aquí, como retaguardistas con ganas que somos, explorando las pistas abiertas por Illich en sus “años de Cuernavaca” y desertadas por sus amigos vanguardistas. Como no somos ingenuos, sabemos que el espíritu de Illich era extremadamente vivo y móvil y que, a partir de 1976, empezó a poner bajo la lupa sus conceptos directores de aquellos años. Un ejemplo: se dio cuenta, por ejemplo, de que el concepto de contra-productividad ya no se podía enunciar como lo había hecho en Energía y equidad y en La convivencialidad. En cambio, otro concepto guía de estos años, que conservó toda su vigencia y que nos parece importante volver a poner a debate, es el concepto de límites.

 

1. El primer nivel del debate sobre los límites que hubiera que imponer políticamente al modo industrial de producción fue alcanzado a principio de los años 1970, cuando el Club de Roma advirtió al mundo de que, si no se cambiaban drásticamente las grandes orientaciones de la producción industrial, la biosfera se tornará pronto inhabitable. En aquellos años, el público advertido se concentró sobre todo en las amenazas al ambiente físico, por lo que los debates se centraron en los límites que habría que imponer al consumo de combustibles y en los daños ecológicos causados por el modo industrial de producir. Este primer estadio del debate sobre los límites se concentró en los bienes materiales[1].

 

2. A principio de los años 1970 (¿1971?), Illich completó oralmente la advertencia del Club de Roma con la siguiente frase:

 

Más allá de ciertos límites, la producción de servicios causará más daños a la cultura que la producción de bienes materiales causó a la naturaleza[2].

 

Con ello, quería establecer públicamente que las instituciones productoras de servicios tienen inevitablemente consecuencias laterales que no son menos dañinas – son eventualmente más dañinas – que la sobreproducción de bienes materiales. El segundo estadio del debate sobre los límites se centró en los servicios[3].

 

3. Alrededor de 1980, el debate sobre los límites al crecimiento alcanzó un tercer estadio que se centra en los ámbitos de comunidad o comunales en español moderno (commons en inglés, Allmende o Gemeinheit en alemán, ejido en español clásico). Cuando se evocan a los comunales, se suele pensar en bosques y pastizales como también en el cercado de los campos comunes. También se piensa en la destrucción de las condiciones de existencia de lo que E.P. Thompson llamaba la economía moral.

Sin embrago, los comunales de los que hay que hablar, hoy, son algo más sutil que podríamos nombrar el valor de uso del entorno. Simplemente dicho, es lo que todas las formas de crecimiento económico destruyen radicalmente[4]. Era la existencia de esas condiciones lo que permitía que la gente viviera sin, o con pocas mercancías. Después de la destrucción de esas condiciones, el entorno ya no puede ser utilizado por los que son incapaces de comprar mercancías o servicios: en una sociedad moderna, los que tienen poco acceso al mercado también tienen poco acceso a los valores de utilización del entorno. En La convivencialidad (ver Obras reunidas I), Iván Illich mostró que el crecimiento económico destruye inevitablemente aquellos elementos del entorno que permiten la producción de valores de uso, un proceso que calificó de modernización de la pobreza[5]. La modernización de la pobreza que acompaña toda destrucción de los comunales se debe entender, hoy, en la complementariedad entre el trabajo asalariado y el trabajo fantasma. Ahora bien: la causa de la desaparición de los comunales se debe buscar menos en la obligatoriedad del trabajo asalariado que en la coerción al trabajo fantasma. Una pesadilla de nuestra época es la amenaza de una explotación masiva del trabajo fantasma[6].  El tercer estadio del debate  sobre los límites que hay que imponer políticamente al crecimiento se centran sobre los valores de utilización del entorno y su destrucción inexorable por el mismo crecimiento. 

 

 



[1] Iván Illich, “Introducción”, El trabajo fantasma,  Obras reunidas II, México: Fondo de Cultura Económica, 2008, p. 44. En esta Introducción, Illich expone en pocas densas páginas la tesis que tratamos de resumir aquí. 

[2] Oímos a Illich pronunciar esta frase, pero creemos que nunca la escribió. Creemos recordar que dijo también que se trataba de una tesis económica de importancia primordial, en ignorancia de la cual no se puede entender la naturaleza del modo industrial de producción. Las obras Una sociedad desescolarizada, Energía y equidad y Nemesis médica (ver Obras reunidas I) analizan sucesivamente los efectos de la sobreproducción de servicios de educación, de transporte y de salud.

[3] Iván Illich, “Introducción”, op. cit, p. 43,4: Exponer concretamente con tres ejemplos lo que hacen las instituciones de servicios “[e]s lo que intenté hacer [por ejemplo] en Una sociedad desescolarizada. En esa obra, mostraba que las instituciones dedicadas a los servicios en el Estado-providencia producían inevitablemente efectos comparables a los efectos secundarios de la superproducción de bienes. Era necesario considerar complementariamente los límites de bienes mercantiles y los límites a los servicios de asistencia social. Además, las dos suertes de límites eran fundamentalmente independientes de las opciones políticas o sociológicas [énfasis nuestro]. 

[4] Iván Illich, “Introducción”, op. cit., p. 45. Para definir lo que el crecimiento económico destruye inexorablemente, ciertos economistas se refieren a un ‘valor de utilización del entorno’. “Por mi parte, estimo que la discusión pública sobre los límites del crecimiento económico pronto se centrará sobre la preservación de esos “valores de utilización”, valores que serán destruidos por la expansión económica, cualquiera que sea la forma que tome.

Es fácil comprender por qué. Hasta nuestros días, el desarrollo económico significó siempre que la gente, en lugar de hacer una cosa, estaría en posibilidad de comprarla. Los valores de uso fuera del mercado empezaron a remplazarse por mercancías. De la misma forma, el desarrollo económico significa que al final la gente deberá comprar la mercancía  porque las condiciones que les permitían vivir sin ellas desaparecieron de su entorno físico, social o cultural. Quienes están incapacitados para comprar el bien o el servicio ya no pueden utilizar el entorno.

[5] Op. cit., p. 46: “Atribuí ese hecho al ‘monopolio radical de la mercancía sobre la satisfacción de las necesidades”.

[6] Ibid.: “Éste es un punto cuya importancia aparece ahora, pues el interés que actualmente se desarrolla en relación con el sector informal podrá fácilmente desembocar en una nuevo estadio del crecimiento económico fundado en la colonización de ese mismo sector, en la explotación intensiva del trabajo fantasma”.

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