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lunes, 13 de diciembre de 2021

EL AUTO DEVORA A LA CIUDAD 

 Alternativas al uso del auto y el transporte en general 

Miguel Valencia Mulkay 

Conferencia del 7 de marzo de 2018 en la PAOT, en el marco de las actividades preparatorias de The North South Conference on Degrowth – Descrecimiento, México City. 

El auto es envidiado, deseado, adorado, amado, por muchas personas como si fuera un fetiche con poderes mágicos y desde luego, es apreciado, alabado, elogiado, aclamado, por una gran parte de la Sociedad. 

Es una máquina que produce intensas sensaciones de velocidad, de poder, de posesión, de éxtasis : en algunas personas provoca sensaciones cercanas al sexismo: se cree que aumenta la masculinidad, la feminidad, la elegancia, la distinción, la seguridad, el bienestar, la influencia, la productividad, la competitividad, el Buen Vivir. 

 Se dice que es una segunda piel, la extensión de mi casa, una cama viajera, una defensa contra la maldad, la suciedad, la fealdad ambiental; se le considera un elemento indispensable de una vida civilizada. Más de 100 años de publicidad, promoción y tecnologías perversas y de subsidios gubernamentales han conseguido instalar su incontestado dominio sobre la sociedad y la Ciudad. 

 La escuela, los medios y las tecnologías concurren en apoyar el uso del auto: evitan explicar los efectos perniciosos del auto y lo presentan como una maquina indispensable, para conseguir algo tan deseado y tan ilusorio que llaman “superación”, “bienestar” o “desarrollo personal” o para “progresar” o “crecer”.

 La posesión de un auto se ha convertido en un objetivo fundamental del “Buen Vivir” moderno. La gran mayoría de los seres humanos aspiran a tener un auto y una buena parte de ellos es adicto a su uso.

 El auto puede generar cambios de conducta similares a los que produce la heroína, la cocaína u otras drogas duras, además, da carta de naturalización a los ciudadanos; una persona sin auto influye cien veces menos en los asuntos públicos. 

Por su parte, una persona con auto adopta exigencias y opiniones muy enérgicas, beligerantes, en muchos aspectos de la vida: siente que el mundo le debe mucho, que necesita más subsidios y más libertades: quiere volar como si fuera un dron y acceder fácilmente a cualquier rincón del mundo en su nave. 

Se siente un piloto de una nave espacial que navega por el universo apoyado en un conjunto de súper instrumentos electrónicos. Las restricciones a la velocidad le parecen absurdas y mucha más la multas que puedan derivarse. 

 Desde hace muchas décadas, los gobiernos que tienen alguna relevancia en el mundo occidental han hecho un gran esfuerzo por apoyar el uso del auto de diversas maneras: se pavimenta intensamente el territorio- se abandona el transporte sobre rieles, para fomentar el rodamiento sobre grandes ruedas de hule-, se construyen frenéticamente vías rápidas en diversos niveles- superficie, subterráneas (túneles, deprimidos), distribuidores viales, segundos, terceros, cuartos pisos; se entrega una enorme porcentaje de la superficie publica a su circulación- 60% en Los Ángeles, Ca.-; se fomenta la construcción de estacionamientos públicos o privados que hacen más cara la vivienda y más lenta la circulación; se anula la garantía de Libre Tránsito dando prioridad al auto en la vía pública; se aprueban leyes, normas, reglamentos, programas que apoyan sólidamente el crecimiento de la circulación en auto; se abandona la protección de los animales, peatones, las bicicletas, el transporte público, las áreas verdes, los edificios con calidad arquitectónica, los bosques periurbanos, las tierras laborables; se construyen infraestructuras de transporte colectivo – Metro, Metrobus, trenes suburbanos-, que apoyan la urbanización del campo y los bosques; se subsidian las gasolinas y los aceites; se desinforma a los ciudadanos sobre los subsidios y apoyos que el Estado le entrega al auto; se ocultan los daños que ocasiona a los animales, los árboles, los suelos, los subsuelos, los arroyos, los humedales, los ríos, los lagos, el aire, el clima y desde luego, a los niños, los discapacitados, los ancianos, las mujeres y en general a los seres humanos; se autoriza la circulación de autos que desperdician la gasolina o que contaminan mucho; se subsidia la extracción de combustibles fósiles; se simula que se enfrenta el desastre climático, con la aplicación de mecanismos de mercado y medidas de apariencia que nos hacen perder un tiempo precioso. 

 Se oculta el subsidio ecológico que tiene el auto: costos infinitos para conseguir objetivos políticos y económicos despreciables. El mundo no es igual del otro lado del parabrisas. Quien utiliza regularmente el auto sufre una distorsión cognitiva: ve el mundo de otra forma. 

 El automovilista ve la paja en el ojo ajeno: piensa que los topes, las banquetas, los semáforos, los árboles, las palmeras, las áreas verdes, las ciclo pistas, el Metro bus, los viejos edificios, los bosques, los cerros estorban la circulación del auto: deberían achicarse o ser eliminados; los perros, los gatos, los caballos, las vacas, los peatones, los ciclistas y las carretas deberían permanecer en áreas privadas o sobre grandes ruedas de hule; la fauna y la flora silvestre debería permanecer en áreas muy restringidas; los atropellamientos y los choques suceden por la imprudencia de los cuadrúpedos y los bípedos que caminan por la vía pública; la contaminación del aire es un problema creado por las fábricas, el transporte público (la ruta 100) y la naturaleza; los baches, el deterioro de las grandes infraestructuras incluyendo la distribución de agua se deben a la falta de gasto público en su mantenimiento, un gasto que por otra parte deben pagar quienes no tienen auto pues todos nos beneficiamos por igual de ellas; no deben crearse impuestos a la tenencia del auto: se sabe que el auto no daña los pavimentos ni los semáforos, ni los edificios, tampoco crea problemas como para integrar y mantener cuerpos de agentes de tránsito, para moderar la circulación de los autos, para controlar la contaminación del aire; mucho menos el auto impulsa el cambio en el uso del suelo, la destrucción de las economías locales y contribuye centralmente en la devastación climática y ecológica. 

 El automovilista opina que paga muchos impuestos y por ello debe circular gratuitamente por las calles tanto como se le dé la gana. Le parece de sentido común su derecho a eliminar otras formas de movilidad como el transporte público, las bicicletas, los peatones, los animales; hay un sentido común especial de los automovilistas, siempre favorable a ellos y desfavorable a los demás. 

El automovilista tiene tanto poder que consigue obligar a pagar los daños que provoca no sólo a quienes no tienen auto, sino a quienes todavía no nacen, las futuras generaciones; Trump se formó entre automovilistas; además, el automovilista obliga a callar a quienes encuentran en ello una injusticia: los considera envidiosos, rencorosos: no tienen un auto. 

Es el mejor aliado de los negadores del desastre climático y ambiental; no se siente responsable principal de este fenómeno; también, es un gran aliado de las empresas transnacionales petroleras que destruyen selvas, bosques, ríos, mares, especies animales y vegetales, culturas, territorios, con el fin de extraer combustibles fósiles, transportarlos, refinarlos y distribuirlos. 

Además, es el mejor aliado de quienes se benefician con el uso del auto: las grandes tiendas de auto servicio y departamentales, las grandes torres de oficinas y departamentos, las grandes instalaciones hospitalarias, educativas, de entretenimiento, los megaproyectos en general: quienes requieren grandes estacionamientos para lograr sus objetivos de utilidades. 

El uso del auto crea, estructura, hace crecer las conglomeraciones, las verticalizaciones y los cambios en el uso del suelo o gentrificaciones. Las megalópolis o grandes urbanizaciones se sostienen por el uso intenso del auto. Las comunidades, los barrios, los pueblos, las colonias, las ciudades, pierden su naturaleza o su condición original o histórica y se destruyen principalmente por la circulación de autos.

 El auto nos promete viajar a gran velocidad, los odómetros de los autos pueden registrar cuando menos velocidades diez veces mayores – 200 kmh- a la velocidad promedio en ciudades como la Ciudad de México que tiene muchas horas con una velocidad promedio de 14 kmh. Por su proliferación o democratización, el auto ocupa entonces más del 80% de la superficie pública y se ve obligado a viajar a 15 kmh , la velocidad promedio de una bicicleta; en horas pico viaja a 8 kmh. 

Es una maquina fraudulenta: ofrece ahorrar tiempo y en los hechos nos hace perder el tiempo. La promesa de velocidad del auto tiene consecuencias catastróficas. Está diseñado para circular sobre la superficie de Tierra en un mundo frágil, vulnerable, que se destruye rápidamente por el paso de cualquier aparato que transite en todas las direcciones, con cientos de millones de unidades, sobre la superficie de la Tierra a una velocidad superior a los 30 kmh. 

El transporte corta las líneas de la vida como las rutas o caminos de los peatones y los animales, como los bosques y las selvas que transforma en zonas muertas; el auto encabeza la destrucción ecológica que realiza el transporte. 

La velocidad en la Ciudad ejerce una devastación igualmente catastrófica: crea congestionamientos y lentitud: expulsa de la vía pública a los niños, los ancianos, los pestones, los perros, los gatos, los caballos; mata la convivencia humana, la diversidad cultural que es la esencia de la Ciudad. Miles de millones de personas viajan diariamente, como muertos en vida, como zombies, dentro de cientos de millones de autos y unidades de transporte colectivo. Hay una velocidad de los autos que paraliza a la mayoría. 

Cuando unos pocos consiguen viajar a más velocidad, como sucede con las vías rápidas, se frena el transporte de la mayoría: la lucha por la velocidad del transporte, realizada diariamente por técnicos del transporte, autoridades de la Ciudad, empresarios y usuarios del transporte tiene resultados paradójicos: provoca el freno generalizado de la circulación, la pérdida de tiempo y la destrucción de la Ciudad. 

Tienen la mente colonizada por ideas de productividad y competitividad que sólo hacen muy ricos y poderosos a unos pocos y que están condenadas al fracaso. Los gobiernos carecen de respuestas adecuadas al problema del congestionamiento y la ´pérdida de tiempo. Rechazan la idea de la velocidad óptima en la Ciudad: 30 kmh. 

Por sus grandes dimensiones- entre 20 y 40 metros cuadrados dedicados a una persona a una velocidad de 50 kmh- el auto devora las superficies de la Ciudad y los tiempos de todo mundo, especialmente de quienes no tienen auto que se ven obligados a viajar con mayor lentitud. 

La contaminación del espacio está íntimamente ligada a la contaminación del tiempo. 

 La promesa de velocidad que tiene el auto presiona sobre el ambiente que rodea el auto; a toda hora los automovilistas luchan, guerrean, atacan, combaten, los obstáculos que les presenta la ciudad: peatones, ciclistas, transporte colectivo, otros autos, autobuses, tráileres, banquetas, topes, semáforos, postes, monumentos, áreas verdes, edificaciones en general y colisionan con ellos, consiguiendo poco a poco invadir tantas áreas como les sea posible y expulsar de ellas a cualquier freno o impedimento a su circulación: árboles, áreas verdes o peatonales. 

 Devoran el espacio y el tiempo de las personas. Los autos se estorban mutuamente: tan pronto se mueven devoran superficies; exigen 3, 5, 10 veces más superficie de la que requieren cuando se encuentran estacionados. 

Después de cierto umbral de autos en circulación, los autos frenan la circulación de otros autos al devorar superficies hasta que llegan a un congestionamiento cercano al colapso de la circulación. A 6 kmh hora consiguen mover el mayor número de personas en la vía publica. 

 El congestionamiento aumenta en el mundo; son famosos los congestionamientos de las grandes ciudades, inclusive tan cargadas de infraestructura a favor del auto como Los Ángeles, California, ciudad que ha sido el experimento mayor de la ciudad del auto. 

Los usuarios reportan más de cuatro horas diarias dedicadas al transporte en las megalópolis y las metrópolis. 

Estudios europeos revelan que a lo largo de décadas el tiempo promedio diario dedicado al transporte aumenta unos 3 minutos por año, a pesar de la continua construcción de vías rápidas. Es muy conocido el efecto de inducción del uso del auto que genera la construcción de vías rápidas. 

 Mientras más facilidades se dan para el uso del auto más se utiliza el auto en la ciudad. Los tecnólogos del transporte han fracasado en el tema de la movilidad urbana. En los últimos 50 años han conseguido que aumente continuamente las distancias promedio diarias y el tiempo diario dedicado al transporte en el mundo. 

 El tiempo diario dedicado al transporte urbano es el peor tiempo de la vida de los seres humanos: no sirve para estudiar, descansar, divertirse, ganar dinero; es una tortura china ordenada por los ricos y poderosos que quieren embrutecer y matar a la mayor parte de los seres humanos en dosis diarias de viaje. 

 El escandaloso tiempo dedicado diariamente al auto y al transporte en general es ocultado o minimizado por las autoridades y los “expertos en transporte y movilidad urbana”; se niegan a reconocer el fracaso de las premisas en las que está fundada la circulación de autos en el mundo. El caos urbano generado por el auto y el transporte en general convierte a las ciudades modernas en campos de concentración del que todo mundo quiere huir tan pronto haya una oportunidad. 

El uso del auto representa una de las más potentes devastaciones que una persona pueda hacer en varias direcciones: ataca el clima, la atmosfera, los suelos, los subsuelos, los mantos acuíferos, los bosques, las selvas, los glaciares, los ríos, los lagos, los humedales, las especies más vulnerables - los bienes comunes-; Es un atentado contra la existencia de los seres humanos. 

 La convivencia humana es imposible en una ciudad dominada por el auto: los que tiene auto, son una minoría que goza de un privilegio que destruye la equidad, la justicia, la Ley, las instituciones, la democracia, la Paz. Gracias a la circulación de autos, la vida en las ciudades se ha convertido en un infierno para la gran mayoría de la población. Sólo después del auto, el transporte colectivo produce también una enorme pérdida de tiempo, contaminación del aire y accidentalidad. El auto es la peor expresión de una de las actividades más nocivas del mundo: el transporte urbano. 

 El automovilista es la contraparte de la minoría que impone las nuevas tecnologías de muerte y la religión de la economía de crecimiento. El automovilista es responsable principal del colapso climático, ambiental, social, cultural, económico y político del mundo. Nos topamos entonces con una máquina mitificada, cuya utilización carece de racionalidad, que no sirve para ahorrar tiempo; no sirve para viajar con mayor seguridad; no sirve para mejorar la relación entre las personas; no sirve para mejorar la vivienda y la urbanización; no sirve para mejorar el consumo; no sirve para vivir bien; no sirve para mejorar la producción industrial; no sirve para dar empleo; no sirve para enriquecer al país. 

 La utilización de robots y otras tecnologías ha eliminado la mayor parte de los empleos que se utilizaban hace unos 30 años, para la fabricación de autos. El auto ahora estructura la creación de cadenas productivas de muy alta volatilidad, de muy nocivos efectos sobre la producción de nuevas tecnologías (auto eléctrico sin chofer) y la economía de la mayoría: produce ramas económicas que dañan a las demás ramas económicas: crean estructuras industriales perversas que desatan el mal funcionamiento de la sociedad, las economías informales y los mercados negros. Los tratados de libre comercio se estructuran alrededor de la principal máquina para la destrucción del ambiente y el clima. 

 El auto ofrece un magnífico objeto para la reflexión sobre el transporte, la industrialización, la mercantilización, la urbanización, la productividad, la competitividad, la diversidad cultural y biológica, la tecnología, el crecimiento, la economía, las instituciones, la equidad , las leyes, la jurisprudencia, los valores, la cultura. Los gobiernos se riegan a hacer estos estudios. Las universidades hacen todo lo posible por desalentar la investigación sobre estos aspectos. 

  Alternativas al uso del auto y el transporte en general 
En mundo sobran las falsas soluciones y las falsas alternativas. Los gobiernos y los partidos son grandes productores de falsas soluciones y falsas alternativas. Defienden lo indefendible y se niegan a reconocer el escandaloso fracaso de las principales tecnologías establecidas por la modernidad, como lo es el auto, la pavimentación, el Metro, la distribución del agua y otras tecnologías y el fracaso de la economía de crecimiento. 
Quieren ignorar que el crecimiento es un fenómeno que después de cierto umbral está ligado al cáncer y que la velocidad es un signo de depredación y destrucción. No se puede hablar de alternativas que no apoyan la reducción en el consumo de agua, electricidad, gasolina, metales, maderas, plásticos, que no fomentan el reuso de los materiales o su reciclamiento. No sirven las alternativas que no ayudan a cambiar los valores dominantes, los conceptos que utilizamos, las estructuras económicas y políticas que tenemos, la distribución del trabajo y la riqueza y la localización de la producción y el consumo. 

Si no se tienen estas condiciones no podemos hablar de alternativas válidas. Si aplicamos estos criterios de descrecimiento al uso del auto y el transporte en general, podemos proponer las siguientes alternativas: 1. Investigar el uso del auto y del transporte urbano. Hacer conciencia del estrepitoso fracaso de los conceptos auto privado, vías rápidas, Metro radial, trenes suburbanos y transporte colectivo en la zona urbana. Reconocer que diariamente se pierden en el mundo muchos millones de horas diarias, muchos millones de litros de gasolina, muchos millones de pesos; se producen muchos millones de toneladas diarias de gases que dañan el clima; demasiadas personas quedan discapacitadas o mueren por accidentes ligados al transporte y cientos de millones de personas sufren diariamente grandes humillaciones debido a las características y políticas del transporte urbano que utilizamos. 

Reconocer que estamos en un callejón sin salida, en una vía muerta, y que necesitamos retroceder y revolucionar en los asuntos del transporte. No sirven las ideas que se utilizan para resolverlo hoy en día: los autos eléctricos o sin chofer no resolverán el problema del transporte: son otro fraude; las vías rápidas, los subsidios a los combustibles fósiles y a las gasolinas, al transporte privado, el Metro, el Metrobus, el ocultamiento de los datos de tiempos perdidos, enfermedades y muertes provocadas por ellos sólo agravan el problema: es necesario llevar al mínimo el uso del auto y el transporte urbano antes de que aparezcan mayores calamidades; antes de que se produzcan las catástrofes humanitarias en las ciudades. Es necesaria la revalorización de la vida en todas sus vertientes: aire, agua, suelos, diversidad de especies y culturas, bosques, selvas, paisajes, parajes, perspectivas, animales, artesanías, fiestas, tradiciones, arte, belleza, obras bien hechas, la vida de los demás, la amistad, el Buen Vivir, la Paz y muchas cosas más deben ser revalorizadas. 

 2. No ser propietario de un auto. Tener un auto significa convertirse en un gran contaminador, en un gran depredador del ambiente, en un gran destructor de la convivencia humana; significa tomar partido por los que crean el colapso del mundo. Es necesario darle valor a la lentitud, la vida del pueblo, de la Ciudad, del territorio donde vivimos, del clima de la Tierra, de la No Violencia, de la Paz. 

3. Caminar tanto como nos sea posible o utilizar la bicicleta para desplazamientos de hasta diez kilómetros o el transporte público en caso de necesidad. Re conceptualizar el balance entre la caminata, andar en bici y el transporte: la caminata y la bici deben ser centrales, el transporte debe ser marginal en términos de tiempo diario promedio utilizado en desplazamientos. Apoyar la recuperación de la vía pública, por medio de la ampliación de las banquetas y de las áreas verdes: eliminación de pavimentaciones junto a las banquetas, para crear área verde; transformación de las vías rápidas en vías para el transporte colectivo. Apoyar las técnicas para moderar el tráfico. Salir de las garras del sistema que destruye la vida en la Tierra. 
 4. Reestructurar nuestro modo de vida, con el fin de utilizar menos el transporte: vivir cerca del centro de la ciudad o del pueblo o comunidad o de nuestro centro de trabajo (creación de proximidad) Analizar maneras de cómo no utilizar el transporte. Relocalizar nuestras actividades de producción y consumo. Consumir productos artesanales producidos en la cercanía; producir objetos y servicios artesanales para consumo en nuestra ciudad, pueblo o comunidad. Reducir nuestros consumos de productos y servicios industrializados, especialmente aquellos que se apoyan en mucha publicidad y mercadotecnia. Buscar una vida lenta que goza momentos de juego rápido. Reestructurar la vida alegremente, acompañado por amigos. Dar mayor valor a la amistad. 
 5. Gastar poco dinero en transporte público. Trabajar pocas horas en actividades económicas: empleo de pocas horas o producción autónoma cooperativa. 
6. Organizar grupos de investigación y acción política contra el auto privado y contra el uso excesivo del transporte colectivo en cada ciudad, 
 7. Exigir la reestructuración y la re conceptualización de la movilidad urbana: eliminación de los subsidios al uso del auto, tales como: la prioridad que tiene en la vía pública, la velocidad que se le permite circular: no permitir velocidades superiores a los 30 kmh.; la circulación del auto y los grandes autobuses en el corazón de la Ciudad o del pueblo o de la colonia. Eliminación del estacionamiento de autos en la vía pública. Eliminación de los subsidios a la contaminación del tiempo y el espacio, a la contaminación del aire, el agua, los suelos y los subsuelos, a los estacionamientos y la gasolina, al ingreso a la ciudad; apoyar el debate sobre la “velocidad óptima” del transporte o la fijación de límites de velocidad al auto, para reducir el tiempo perdido. 
8. Apoyar las “técnicas de moderación o calma del transporte urbano” como la amortiguación de la circulación a través de la mejora de la movilidad peatonal (pendientes, ancho de banquetas, muebles urbanos, cruces peatonales, mesetas, pasos de cebra, pisos especiales, protecciones en los cruces peatonales, orejas, angostamientos, refugios, pasos de sillas de ruedas y ciegos, reducciones de velocidad) o la amortiguación de la velocidad del tráfico (señalización, franjas de color en el piso, almohadas, lomos, mesetas o plataformas, miniglorietas, puertas, vaguadas, zigzag, barreras, regresos, diagonales, estrecheces, estrechamiento puntual, ciclovías, Metrobuses) 
Aplicar estas medidas, para proteger las colonias, los barrios, los centros históricos, los parques. Combatir a la mentalidad automovilística que se opone a las medidas de moderación de la velocidad. Estudiar los manuales europeos sobre la moderación del tráfico. 
 9. Criminalizar el uso del auto privado y el uso excesivo del transporte colectivo. El auto es un atentado contra la vida en la Tierra, contra el clima, contra la ecología, contra la existencia de las comunidades, contra la convivencia humana, contra las generaciones futuras, contra la economía local, contra la equidad, contra la democracia, contra el Buen Vivir. 
 Es necesario generar un cambio en el imaginario social que nos permita transitar hacia ciudades liberadas de la barbarie automovilística y transportista, ciudades en las que dominen la caminata y las bicicletas, las áreas verdes, en las que sea menor el uso del transporte público. 
Es indispensable luchar contra el uso del auto, emblema de la modernidad desquiciada. Esta transición deberá implicar un cambio radical en las leyes y en la jurisprudencia, que permita considerar al uso privado del auto como un acto de violencia contra la sociedad, contra el bien común. 
 10. Adoptar un enfoque de descrecimiento en el uso del auto y del transporte colectivo, en las políticas municipales y de la ciudad: llevar al mínimo su utilización y rescatar las Ciudades, los pueblos, los barrios, las colonias.

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