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martes, 28 de diciembre de 2021

 

Decrecimiento en el norte y antiextractivismo y descrecimiento[1] en el sur

Por Serge Latouche [i]

 

Los términos decrecimiento o descrecimiento son de uso muy reciente en el debate económico y social, aun cuando el origen de las ideas que abarca, tiene una historia más o menos antigua. La expresión no figuraba en ningún diccionario de ciencias sociales hasta 2006, mientras que se encuentran algunas entradas sobre expresiones con las tiene correlato, como “crecimiento cero”, “desarrollo sostenible”, y sin dudas “Estado estacionario”[2]. Fue el nacimiento tardío en 2001 de una corriente ecosocialista radical, en Francia y luego en los países latinos, y aquella otra subsecuente del movimiento de objetores del crecimiento, que lo impuso en la escena política y mediática. La palabra misma crea un problema, está cargada de una irremediable ambigüedad no necesariamente dramática, de la que es mejor ser consciente: puede entenderse en un sentido literal, el de una inversión de la curva de crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB), ese índice estadístico fetiche que se supone mide la riqueza, y/o en un sentido simbólico: salir de la ideología del crecimiento. Esta ambigüedad es consecuencia de la ambivalencia misma del término crecimiento, que es tanto una consigna performativa como una realidad. El crecimiento, en efecto, es también una creencia, la creencia, característica de la modernidad occidental, en el progreso infinito y la evidencia de que la acumulación sin límite es deseable. El decrecimiento y el descrecimiento, que parten de la constatación de que un crecimiento infinito es incompatible con un planeta finito, no puede ser, en consecuencia, más que blasfematorio y constituye un sacrilegio.

               Los términos “decrecimiento” y “descrecimiento” no son pues, en principio, unos conceptos, y en todo caso, no son simétricos de la idea de crecimiento, sino unos lemas políticos provocadores cuya finalidad es sobre todo el hacernos reflexionar para reencontrar el sentido de los límites; el decrecimiento y el descrecimiento, en particular, no se refieren ni a la recesión ni a un crecimiento negativo. Las palabras mismas no deben ser tomadas al pie de la letra; decrecer por decrecer o descrecer por descrecer sería tan absurdo como lo es crecer por crecer. Dicho de mejor manera, los partidarios del decrecimiento y del descrecimiento quieren hacer crecer la calidad de la vida, del aire, del agua, y de una multitud de otras cosas que el crecimiento por el crecimiento ha destruido. Y para decirlo de manera más rigurosa, más allá de la palabra misma, habría que usar el término a-crecimiento, recurriendo al privativo griego “a” que encontramos en términos como a-teísmo o a-gnóstico. Y es que se trata, precisamente, del abandono de una fe y de una religión: las del progreso y el desarrollo. Debemos asumirnos como ateos, o al menos agnósticos, del crecimiento y de la economía. La presencia de una gran corriente de críticos del desarrollo, así como de una gran corriente dentro de la ecología política, que sienten la necesidad de romper con el doble discurso del desarrollo sostenible, es lo que ha llevado a lanzar, casi por azar, las consignas del decrecimiento[3] y el descrecimiento. Nacidos como una consigna para contradecir a otra consigna, el proyecto del decrecimiento y el de descrecimiento no es el de otro crecimiento, ni tampoco el de otro desarrollo (sostenible, social, solidario, etc.), sino más bien la construcción de otra sociedad, una sociedad de la abundancia frugal, o de la prosperidad sin crecimiento (para retomar el célebre título del economista británico Tim Jackson[4]). Dicho de otra manera, no se trata, en lo inmediato, de un proyecto económico, aunque sea de otra economía, sino de un proyecto de sociedad, lo que implica salir de la economía como realidad y como discurso imperialista porque están genéticamente formados por la desmesura, por el exceso. La ruptura generada por este recién llegado al debate de sociedad, tiene que ver tanto con las palabras como con las cosas, lo que implica una descolonización del imaginario y la puesta en marcha de otro mundo posible.

                   Si como consigna, la palabra decrecimiento es difícilmente exportable, el proyecto decrecentista tiene alcance mundial, puesto que con la globalización todas las sociedades saben sobre los estragos causados por la sociedad del crecimiento, y el imaginario (sino la realidad) del crecimiento está muy presente en cada lugar. Sin embargo, la bandera del decrecimiento, no constituye una alternativa, sino la matriz de una alternativa. Para las sociedades no occidentales, el posdesarrollo y la crítica del crecimiento (que son, en lo fundamental, cuestionamientos a la occidentalización) pueden y deben afirmarse de manera original (descrecimiento). Hace algunos años, militantes vascos altermundialistas y del decrecimiento, organizaron en Bilbao un coloquio titulado “Decrecimiento y buen vivir”. Habían invitado, para presentarse delante de partidarios del decrecimiento, a responsables de las confederaciones indígenas de Ecuador y de Bolivia. Cuando conocí, en aquella ocasión, a Luis Macas, antiguo líder quechua de la Confederación de Pueblos Indígenas del Ecuador, ambos nos reconocimos de inmediato como hermanos. “Aquello que tú llamas decrecimiento”, me dijo, “es exactamente aquello que nosotros los indígenas americanos llamamos buen vivir”.

               No obstante, el proyecto de construcción de sociedades conviviales autónomas y ecónomas que emergió en Francia a inicios de los años 2000 bajo el nombre de “el decrecimiento” (decroissance), para contrarrestar a la impostura del desarrollo sostenible, se presenta de manera incontestablemente diferente al norte y al sur, esto porque al sur el decrecimiento de la huella ecológica (es decir del PIB) no es, en general, ni necesaria ni deseable. Sin embargo, ello no debería llevar a la conclusión de que es necesario construir una sociedad del crecimiento, o de no abandonarla si ya hemos ingresado.

               Al norte, y más aún al sur, muchos piensan que, concediendo en esto, el decrecimiento es válido para los países ricos ya industrializados, pero carece de validez para aquellos que no han accedido aún al consumo en masa[5]. El sur, afirman, debería continuar en la vía de una economía del crecimiento, e incluso introducirla si aún no están allí. Esta crítica proviene de la izquierda, pero asimismo de buenos corazones a la derecha, algunos de buena fe; otros, no tan buenos corazones, con cinismo para justificar la exportación de fábricas del norte al sur, el modelo de agricultura productivista con organismos genéticamente modificados (OGM) y proseguir el pillaje de recursos naturales de África y de América Latina, en nombre del desarrollo. En este último caso, se trata menos de defender el crecimiento en el sur que aquel en el norte para interés del sur, gracias al famoso trickle down effect (efecto del chorreo), es decir el proceso de rebotes positivos, a nivel planetario esta vez, del crecimiento en el norte para arrastrar al sur, o permitirle beneficiarse de sus excedentes. Esta posición ha sido durante mucho tiempo la del Banco Mundial y la del Fondo Monetario Internacional, y lo es aún. Denunciando el lenguaje barroco de los tecnócratas occidentales que predican la expansión económica, Albert Cossery ha resumido bien el asunto: “Bajo esta fórmula de brujería, los antiguos colonialistas”, escribe, “se esmeran por perpetuar sus rapiñas introduciendo la psicosis consumista entre gentes sanas que no tenían ninguna necesidad de poseer un automóvil para testimoniar sobre su presencia en esta tierra”.[6] La objeción, según la cual el crecimiento es necesario para resolver los problemas de la miseria al sur, es desarrollada también por quienes ven en la progresión del PIB, una necesidad para eliminar la pobreza en el norte[7]. 

               La filosofía del decrecimiento, que uno encuentra parcialmente en el antiextractivismo y el descrecimiento, y más completamente en el buen vivir, concierne a las sociedades del sur en la medida en que, siendo víctimas de la división internacional del trabajo y de la mundialización, estén comprometidas en la construcción de economías del crecimiento. Es por ello importante para estas sociedades evitar hundirse más en el impase al que esta aventura las ha condenado. Y es importante por ello, en primer lugar, salir de la trampa del productivismo (o no entrar allí), y luego intentar construir una sociedad sostenible alternativa.

 

I Salir de la trampa de la sociedad del crecimiento

 

                   ¿Qué plantean para el sur los “partidarios del decrecimiento”? Es conveniente levantar la hipoteca sobre este aspecto del asunto, generalmente dejado de lado en Europa. Como la ecología, de la que es hijo, el decrecimiento es acusado con frecuencia de ser un lujo para uso de países “ricos”, obesos por el sobreconsumo. ¿Cómo generalizar en los países subdesarrollados tal propuesta, cuando estos no conocen ni los beneficios ni las desventajas del crecimiento? Los “objetores del crecimiento” por su parte, los mismos que repiten que se trata de una propuesta que solo concierne al norte, han alimentado el malentendido. “El decrecimiento igualitario”, escribe Paul Ariès, “no es el decrecimiento de todo para todos: se aplica a los ultra desarrollados, al sobrecrecimiento, a las sociedades y a las clases sociales entre las que la bulimia es responsable de esa captación de riquezas que conduce a la destrucción del planeta, y de lo humano en el hombre”.[8] Es importante, por ello, volver a ocuparnos del etnocentrismo en el crecimiento, y ver cómo introducimos en el sur el círculo virtuoso de la construcción de un futuro sostenible a partir de un movimiento “en espiral”. La concepción de la ruptura con la sociedad del crecimiento, y por ello de la salida del productivismo, toma en el norte, en efecto, la forma de un “círculo virtuoso” de sobriedad, en 8 “R”: Reevaluar, Reconceptualizar, Reestructurar, Relocalizar, Redistribuir, Reducir, Reutilizar, Reciclar. Estos ocho objetivos tocan puntos sensibles e interdependientes, que contrastan con la lógica productivista y consumista. Son capaces de desatar una dinámica hacia la sociedad autónoma de sobriedad serena, convivial y sostenible.[9] Para realizar en el sur esta transición, hace falta, una vez más, desmitificar los “beneficios” del crecimiento de los que los países subdesarrollados se privarían, revisar el itinerario de los “objetores del crecimiento”, y comprender que la perspectiva del decrecimiento nació, de cierta manera, a partir de las relaciones norte/sur.

                   El proyecto de una sociedad autónoma y ecónoma no nació ayer, en efecto, se formó al filo de la crítica del desarrollo. Los desmanes del desarrollo, y precisamente en el sur, han sido denunciados desde hace más de cincuenta años. Y ese desarrollo, de la Argelia de Boumédiene a la Tanzania de Nyerere, no solo no era capitalista o ultra liberal, sino oficialmente “socialista”, “participativa”, “endógena”, “autosuficiente/auto centrada”, “popular y solidaria”, muchas veces puesta en marcha y apoyada por ONG humanistas. A pesar de algunas micro realizaciones remarcables, el fracaso ha sido masivo y el empeño por el que se debía arribar al despliegue de “todo el hombre y todos los hombres” (según los términos de la encíclica Populorum progressio) ha devenido en corrupción, incoherencia, y planes de ajuste estructural que transformaron la pobreza en miseria. Esos fracasos nos han llevado también a comprender la “verdadera” naturaleza del desarrollo económico y de la industrialización occidental.[10] Como bien los dice Yves Cochet: “La revolución industrial fue menos un desgarramiento prometeico ante los obstáculos naturales, que la capacidad local de exportar esos obstáculos hacia las periferias del planeta (…) Los sectores desarrollados de nuestras sociedades industriales lo son menos por el genio tecnológico y el espíritu de empresa que por la esclavitud y la devastación ambiental”[11]. A priori, podría pensarse, de buena fe, que negar al sur los beneficios del crecimiento, constituye una aberración. “¡Y sin embargo! ¿Qué podría haber de mejor para los países pobres que ver el descenso de su PIB?”, se interroga Hervé René Martin, “El alza de su PIB no mide otra cosa que el crecimiento de la hemorragia. Mientras más se incrementa el PIB, más se destruye la naturaleza, más los seres humanos se alienan, los sistemas de solidaridad se desmantelan, las tecnologías sencillas y los conocimientos ancestrales son echados al olvido. Decrecer para los habitantes pobres significaría, entonces, preservar su patrimonio natural, dejar de lado las fábricas agotadoras, para reconciliarse con la agricultura vivencial, el artesanado, el pequeño comercio y retomar su destino común en propia mano.”[12] Querer hacer ingresar al sur en la sociedad de consumo”, agregan por su lado Matthieu Amiech y Julien Mattern, es “como si, estando al volante de un automóvil que avanza a toda velocidad hacia un muro, se optara hipócritamente por interrogarse sobre la manera para que más gente suba al coche, al contrario de considerar los medios para evitar la catástrofe.”[13] Si hablar de decrecimiento en el sur no es quizá la formulación más apropiada ni, en todo caso, la más vendedora, para obtener la adhesión de las poblaciones en situación de desventaja, predicar el desarrollo y el crecimiento aparece como una superchería formidable. Como lo hacen notar Yves Cochet y Agnès Sinaï, eso sería como “sanar el mal con el mal predicando un crecimiento sin fin, sea cual sea su inadecuación social dentro de los países involucrados, y sin anticipar su impacto ecológico.”[14]

Es importante, por ello, escuchar el grito que brota del corazón de aquel líder campesino guatemalteco: “¡Dejen a los pobres tranquilos y no les hablen más de desarrollo!”[15]. Todos los animadores de movimientos populares, desde Vandana Shiva en la India, hasta Emmanuel Ndione en Senegal, lo dicen a su manera. Puesto que, finalmente, si para los países del sur es sin ninguna duda importante “recuperar la autonomía alimentaria” es porque esta se había perdido. En África, hasta los años sesenta, antes de la gran ofensiva del desarrollo, la autonomía alimentaria existía aún. ¿No es acaso el imperialismo de la colonización, del desarrollo y de la mundialización el que ha destruido esta autosuficiencia, que además agrava cada día un poco más la dependencia? Antes de ser masivamente contaminada, el agua de caño o sin caño, era allí potable. En lo que se refiere a las escuelas y centros de salud, ¿son acaso buenas instituciones para introducir y defender la cultura y la salud?   Ivan Illich planteó serias dudas sobre su pertinencia para el norte.[16] Sus reservas deben ser infinitamente mayores en lo que concierne al sur. Y algunos intelectuales de estos países (aunque probablemente muy pocos...) están trabajando en ello. La preocupación del hombre blanco, en particular mediante sus ONG, que se inquieta por el decrecimiento al sur, con el loable designio de acudir en su ayuda, es sospechosa. “Aquello que continuamos llamando ayuda”, señala con justicia Majid Rahnema, “no es más que una despensa destinada a reforzar las estructuras generadoras de la miseria. Por el contrario, a las víctimas despojadas de sus verdaderos bienes no las ayudan jamás, porque estas buscan demarcarse del sistema productivo mundializado, para hallar alternativas conforme a sus propias aspiraciones.”[17]

El decrecimiento concierne a las sociedades del sur que, comprometidas en la construcción de economías del crecimiento, desean evitar hundirse aún más en el callejón sin salida al que esta aventura los condena. Y, si aún es tiempo, plantean levantar los obstáculos en su camino para renacer de otra manera. La problemática del decrecimiento y el descrecimiento ofrece la posibilidad de no tener que pasar por una era industrial, sino acceder directamente a un “equilibrio posindustrial” en un post-capitalismo.[18] No solamente el proyecto del decrecimiento, cualquiera sea el nombre con el que se presenta, no es incongruente para los países del sur - bajo el pretexto de que necesitan crecimiento para salir de la miseria – sino que, paradójicamente, la primera idea al respecto surgió de cierta manera a propósito del sur, y más particularmente de África, siguiendo a la crítica del desarrollo llevada a cabo por una pequeña “internacional”, anti o post desarrollismo, alrededor de Iván Illich, que analizaba y denunciaba los perjuicios causados.[19] Illich, en efecto, había hecho el análisis pertinente sobre la “pobreza modernizada” engendrada por el desarrollo y el crecimiento. “Es verdad”, remarcaba Illich, “que los pobres tienen un poco más de dinero, pero pueden hacer menos con sus pocas monedas. (…) La pobreza se moderniza: sus limitaciones monetarias crecen porque los nuevos productos industriales se presentan como bienes de primera necesidad, al tiempo que están fuera del alcance de la mayoría (…) En el tercer mundo, el campesino pobre es arrojado de su tierra por la revolución verde. Gana más como asalariado agrícola, pero sus hijos no comen como antes.”[20] La destrucción de la autoproducción familiar tradicional de las poblaciones que viven frugalmente, transforma la pobreza secular en miseria.[21] Siendo que la pobreza es tradicionalmente caracterizada por la ausencia de lo superfluo, y la miseria por la impotencia para cubrir lo necesario. Esta crítica conduce al sur hacia una alternativa histórica, es decir la autoorganización de las sociedades y economías vernaculares para realizarse de otra manera, más allá de la economía informal, y muy cercanamente a la abundancia frugal del decrecimiento o del descrecimiento.  

Este des-desarrollo pasa por una descolonización de los imaginarios, es decir una desintoxicación de los espíritus formateados por la publicidad y la propaganda consumista. La colonización del imaginario ha sido el mayor logro de Occidente y será su más grande tragedia. Aparte algunos “sobrevivientes” de los pueblos originarios (375 millones, que tampoco es poco) y de pequeñas minorías en los países del sur que son y desean permanecer fuera del crecimiento, la inmensa mayoría de la población mundial aspira (y se puede comprender esto fácilmente) al nivel de vida estadounidense. Ciertamente, la generalización del “sueño americano” es imposible y todo avance en ese sentido afirma la aceleración del fin del ecosistema Tierra. La occidentalización del modo de vida a escala planetaria solo nos puede conducir al hundimiento. Alberto Acosta, quien fuera primer ministro en Ecuador durante el primer gobierno de Rafael Correa, es relativamente consciente: “Debemos des-economizar numerosos espacios en los que los valores y los principios han sido falseados por la lógica económica”, por ejemplo “aquellos absurdos sobre el capital humano o el capital natural”.[22]

               Para descolonizar nuestro imaginario, es importante en primer lugar comprender cómo es que ha sido colonizado. Contrariamente a lo que se suele pensar, esto no concierne tan solo a los países más ricos. Para los países del sur, la revalorización del patrimonio cultural generado a partir de visiones diferentes a la desmesura de la visión del Occidente moderno, es muy necesario para resistir al rodillo compresor del productivismo-consumismo, y suscitar, promover, proyectos de supervivencia alternativos.

 

II. Construir una sociedad alternativa

               El antiextractivismo es el aspecto negativo de la salida de la trampa de la sociedad de crecimiento, y corresponde bastante bien a cierta concepción del decrecimiento y el descrecimiento limitada al sentido literal del concepto. “La vía de salida de una economía extractivista, precisa Alberto Acosta, pasará imperativamente por una fase de decrecimiento planificado del extractivismo – puesto que, durante cierto tiempo, la economía cuestionada será obligada a conservar algunas actividades de ese tipo.”[23] Es necesario articular a este decrecimiento de la depredación un aspecto positivo equivalente a la proposición de la abundancia frugal que bien podría ser el buen vivir. Para Acosta, en efecto, “el Buen Vivir, apunta hacia una ética de la suficiencia para el conjunto de la comunidad, más allá del individuo.”[24]Más allá de las diferencias”, prosigue Acosta, “hay convergencias fundamentales que aparecen en el seno del Buen Vivir, tales como el cuestionamiento del desarrollo entendido como progreso o la exigencia de otra relación con la naturaleza. Así, el Buen Vivir no es un desarrollo alternativo más en la larga lista de opciones, sino una alternativa a todas aquellas ofertas.”[25] Y agrega Acosta, finalmente: “El buen Vivir, en suma, participa de la construcción de otra manera de vivir, que comienza por el epimesticidio del concepto de desarrollo.[26] Esa es exactamente la filosofía del decrecimiento, acompañado de la necesaria descolonización del pensamiento.

               Atreverse al decrecimiento o al Buen Vivir o al descrecimiento en el sur, es intentar poner en marcha un movimiento en espiral para entrar en el círculo virtuoso de las 8 “R”. Esta espiral que nos introduce al decrecimiento-descrecimiento en el sur podría organizarse con otras “R”, al mismo tiempo alternativas y complementarias con las primeras, como Romper, Reenlazar, Reencontrar, Reintroducir, Recuperar, etc. Romper con la dependencia económica, y en particular con el extractivismo, pero también con la dependencia cultural alienante del norte. Reenlazar con el hilo de una historia interrumpida por la colonización, el desarrollo y la mundialización, es importante para reencontrar y reapropiarse de una identidad cultural propia. Para devenir en actor de su destino, hace falta en primer lugar ser uno mismo, y no el reflejo cautivo del otro. Las raíces no son para cultivarlas, por sí mismas, en un rumiar pasadista sobre la grandeza perdida, pero son indispensables en la perspectiva de un nuevo comienzo. Reintroducir los productos específicos del pasado olvidados o abandonados, o los valores “antieconómicos” ligados al pasado de cada país. Recuperar las técnicas y el conocimiento tradicionales. Esta estrategia se integra plenamente a las aproximaciones de la crítica latinoamericana del extractivismo y a la concepción amerindiana del Buen Vivir, como igualmente lo hacen ciertas propuestas africanas y asiáticas.[27] La ruptura de la dependencia es fundamentalmente cultural, más que económica, pero una política económica independiente es indispensable. La ruptura con la política de exportación sistemática de cultivos movida por afanes especulativos, en detrimento de la autosuficiencia alimentaria, es tanto más necesaria como lo es la autosuficiencia en agua que también está en riesgo. “Al mismo tiempo que productos agrícolas como el cacao, el café, el algodón, la soya, el cacahuate o maní, etc.”, dice Andrea Masullo, “viaja hacia el norte, desde esos países hambrientos y sedientos, un flujo oculto de agua: se trata del agua que ha servido para producir esas cosechas.”[28] Para muchos países del África Negra, la sola “desconexión” bastaría para eliminar rápidamente la miseria, y para engendrar bienestar, a salvo del consumismo. Hemos sido testigos en África Central del espectáculo desolador de campesinos esperando en vano días enteros, al lado de la carretera, por algún comprador eventual de sus excedentes agrícolas. La imposibilidad para los campesinos de procurarse unas pocas monedas (francos centroafricanos) necesarios para la compra de jabón, sal, kerosene, elementos irrisorios y, sin embargo, constitutivos del bienestar frugal al que aspiran, es consecuencia de la penuria de un dinero venido de lugares ajenos, y que no alcanza para pagar a los funcionarios, lo que alimenta un circuito perverso de corrupción. Los objetores de crecimiento no tienen razón alguna, en tal caso, para no hacer suyos los programas de “delinking” (desconexión) preconizados antes por los tercermundistas como Samir Amín. Sin embargo, todo ello no es suficiente, y no puede por otro lado tener éxito, si no va acompañado de una perspectiva más ambiciosa.

               La alternativa al desarrollo en el sur (como en el norte, por lo demás) no podría ser un retorno al pasado, ni la imposición de un modelo uniforme de “a-crecimiento”. Para los excluidos, para los náufragos del desarrollo, no se puede tratar más que de una suerte de síntesis entra la tradición perdida y la modernidad inaccesible. Fórmula paradójica que resume bien el doble desafío. Podemos apostar a toda la riqueza de la invención social para asumirla, una vez que la creatividad y el ingenio se hayan liberado de los grilletes economicista y desarrollista. El posdesarrollo, por otro lado, necesariamente plural, significa la búsqueda de modos de despliegue colectivo en los que no se privilegiaría aquel bienestar material destructor del ambiente y de la ligazón social. El objetivo del Buen Vivir se formula de maneras diversas según el contexto. Dicho de otra manera, se trata de reconstruir o de reencontrar nuevas culturas. Ese “Buen Vivir” puede encontrar la consigna que lo identifique, adhiriendo en cada caso a una tradición local particular. Puede llamarse l’umran (el despliegue) como en Ibn Khaldún, puede llamarse como en Gandhi swadeshi-sarvodaya, (mejoramiento de las condiciones sociales de todos), o Fidnaa/Gabbina (despliegue de una persona bien alimentada y liberada de toda preocupación) como entre los Borana de Etiopía, o simplemente Sumak Kausai como entre los Quechuas andinos.[29] Lo importante es significar la ruptura con la empresa de destrucción que se perpetúa bajo la bandera del desarrollo, y más hoy en día, de la mundialización.

      Desde ya, en ciertos países del sur, empieza a escucharse otra voz aparte las de las sirenas del crecimiento y el consumismo. La puerta de salida del imperialismo de la economía parece haberse puesto en marcha con las nuevas constituciones de las que el Ecuador y Bolivia se han dotado, y que se fijan como objetivo ya no el más alto PIB por cabeza, sino el Buen Vivir, la vida en plenitud.[30] Y ello a pesar de los avatares y las desviaciones que vinieron luego. “Mientras el extractivismo gana terreno mediante la explotación minera a gran escala”, dice Acosta, “o la extensión de la frontera petrolera, los proyectos gubernamentales etiquetados como Buen Vivir se multiplican. Todo ello constituye un Sumak Kawsay de propaganda y de burocracia, vacío de sustancia, reducido a logo vendedor de una política oficial determinada. Esos múltiples desvíos representan una amenaza (…) El extractivismo es siempre percibido como la fuente de financiamiento que lleva al desarrollo (…) Al promover la industrialización de los recursos naturales, la constitución boliviana permanece entrampada en la concepción clásica de progreso que se basa en la apropiación de la naturaleza.[31]  Siempre según Alberto Acosta, que ha denunciado las derivas del Buen Vivir como consigna: “No se trata de una serie de consignas inscritas en tales artículos constitucionales, ni de un nuevo tipo de desarrollo” sino de una reacción amerindiana contra la economía occidental que, en América Latina, se expresa en el extractivismo, es decir la depredación de los recursos naturales. Para este autor, la visión antropocéntrica del desarrollo, es incompatible con la visión geocéntrica del sumak kawsay o Buen Vivir. Así mismo opina Arturo Escobar: “Estas dos ideas – los derechos de la Pachamama y el Buen Vivir – se fundan en una concepción de la vida en la que todos los seres vivos (humanos y no humanos) existen siempre como relación entre sujetos, y no entre sujeto y objeto, y jamás individualmente.”[32] Acosta subraya, en consecuencia, que no es más aberrante otorgar derechos a la naturaleza que a las sociedades anónimas. E introduce la noción de igualdad biocéntrica. La experiencia de los neo-zapatistas de Chiapas, que se empeñan en lograr la autonomía de las zonas liberadas (caracoles) confirman la proximidad entre la visión amerindia y el decrecimiento.[33]

       Es importante, desde esta perspectiva, examinar qué tipo de relación norte-sur podría remediar los problemas surgidos por las desigualdades planetarias. Está claro que el decrecimiento en el norte es una condición para el despliegue de cualquier alternativa en el sur. Si al norte podemos vivir como lo hacemos hoy en día, es porque hay una mayoría de la humanidad que consume poco. Hace falta, entonces, una redistribución masiva de los derechos de uso de la biósfera: reducir la huella ecológica en el norte para que el sur pueda aumentar la suya. Mientras Etiopía y Somalia, por ejemplo, están condenados, dentro de la más grave hambruna, a exportar alimentos para los animales domésticos en el norte, donde asimismo engordan su ganado con el aceite de soya obtenido luego de la quema de la selva amazónica, se asfixia toda tentativa de verdadera autonomía, y se hace más difícil el acceso a la abundancia frugal que conserve todas sus posibilidades entre los países periféricos de los países más ricos.[34] Es verdad que vivir el decrecimiento en un solo país es todavía más problemático que construir un socialismo nacional. Sin embargo, el riesgo de descorazonarse por la inacción de otros, es un poco la tentación del diablo. Es necesario, al contrario, mostrar la vía para que los demás puedan eventualmente cambiar si lo desean. La utopía de la sociedad de la abundancia frugal es un motor para poner a todos en movimiento. Y si acaso, motivados por un anhelo de justicia, al norte desean, verdaderamente, ir más allá, quizá haría falta otorgar, hacer lugar, al lado de la deuda ecológica, a que se imponga otra “deuda” histórica, la referida al reembolso reclamado al imperialismo por los pueblos indígenas. Si la restitución del patrimonio robado es muy problemática, aquello de reparar el honor perdido podría traducirse en una entrada en sociedad de decrecimiento con el sur, con el objetivo explícito de lograr la convergencia ecológica.

                   A la inversa, mantener, o peor aún, introducir la lógica del crecimiento en el sur con el pretexto de ayudarle a salir de la miseria creada por aquel mismo crecimiento, solo puede llevar a occidentalizar más aún al sur.

                   Solo será mediante un compromiso resuelto encaminado hacia una sociedad del decrecimiento y demostrando que el “modelo” es envidiable y por lo tanto ejemplar, que Occidente podrá convencer con más convicción a los chinos, así como a los indios, los brasileños y de otros países del sur – los llamados países emergentes – a que cambien de dirección o que no la tomen, al tiempo que les proveen de los medios para lograrlo, con la finalidad de salvar a la humanidad de un destino funesto. Todo ello, combinado con una tradición milenaria de sabiduría muy distante de la racionalidad y de la voluntad de poder occidentales, permite esperar que no irán al extremo del callejón sin salida que, en el norte, se está a punto de alcanzar. No ha lugar a ser muy pesimista puesto que los valores tradicionales propios de todas las culturas van en el sentido de la autolimitación y de la moderación, y se corresponden perfectamente con la filosofía subyacente al proyecto de una sociedad de abundancia frugal. La máxima de Gandhi que dice “vive muy simplemente para que todos puedan simplemente vivir” sirve de brújula a todos los objetores de crecimiento en el mundo entero.[35]

                   Si la descolonización política ya se ha logrado, la descolonización del imaginario es una tarea pendiente. Denunciar la impostura del crecimiento en el sur es esencial. Puesto que no solo es, tal como en el norte, una guerra económica (con vencedores ciertamente, pero más aún con vencidos), sino también el pillaje sistemático a la naturaleza, la occidentalización del mundo, la uniformización planetaria, y finalmente, el genocidio o el etnocidio de las minorías indígenas. Sin entrar en el debate, sin embargo, esencial, de la desculturación, podemos afirmar que se trata de una “máquina” para hambrear a los pueblos. Antes de los años 70, en África, las poblaciones eran “pobres” tomando en cuenta los criterios occidentales, en el sentido de que disponían de pocos bienes manufacturados, pero nadie, en tiempos normales, moría de hambre. Luego, tras 50 años de desarrollo, el hambre es un hecho. Más aún, en Argentina, país tradicionalmente dedicado a la ganadería de bovinos, antes de la ofensiva desarrollista de los años 80, se desperdiciaba desconsideradamente la carne de res, y se dejaba de lado las vísceras. Hoy en día, la gente asalta los supermercados para sobrevivir, y los fondos marinos, explotados sin pudor alguno por las flotas extranjeras entre los años 85 y 95, para incrementar las exportaciones sin beneficio alguno para la población, no pueden ya ser un recurso.[36] Como bien lo dice Vandana Shiva: “Bajo la máscara del crecimiento, se disimula lo que es, en efecto, la creación de la penuria.”[37]

                   Reintroducir los productos nativos, específicos, olvidados o abandonados y sus valores “antieconómicos” ligados a la propia historia de cada país del sur, es parte de este programa, tanto como recuperar las técnicas y los conocimientos tradicionales. Sin duda alguna, para poner en marcha las políticas de decrecimiento o descrecimiento, hace falta previamente, al sur como al norte, una verdadera cura de desintoxicación colectiva. El crecimiento, en efecto, ha sido al mismo tiempo que un virus perverso, una droga. La ruptura de las cadenas de la droga será tanto más difícil como que es de interés de los traficantes (es decir, la nebulosa de empresas transnacionales) el mantenernos en la esclavitud de la droga. Sin embargo, están todas las posibilidades para incitarnos hacia el shock salvador de la necesidad. Según Cortez, la combinación de aquellos términos – sumak kawsay y suma quamaña tanto en Bolivia como en Ecuador, permite que haya las expresiones siguientes: Buen Vivir, Vivir bien, Saber Vivir Juntos, vivir en equilibrio y en armonía, respetar la vida, la vida florece. No carece de interés anotar que uno encuentra en la aspiración por el Buen Vivir de los pueblos amerindianos, su resonancia en significativas reivindicaciones alternativas al desarrollo.  “En Bolivia, se utiliza el término aymara suma quamaña, y en Ecuador el término quechua sumak kawsay, y ambos significan Buen Vivir, vivir en plenitud, es decir, en armonía y en equilibrio con los ciclos de la madre Tierra, del cosmos, de la vida y con todas las formas de existencia”, según F. Huanacuni Mamani. Agreguemos que el término aymara implica una necesaria convivialidad a fin de vivir en armonía con todos, lo que invita a compartir antes que a rivalizar con el otro. Ambos conceptos se diferencian de la noción de ‘vivir mejor’ occidental, sinónimo de individualismo, de desinterés por los otros, de búsqueda de beneficio personal, de una necesaria explotación de los hombres y de la naturaleza. “El Buen Vivir, no debe ser tomado como el retorno a un pasado andino, sino como un concepto en construcción, que resulta de las prácticas de los movimientos autóctonos y de las reflexiones de los intelectuales.” Como para el bamtaare, de los peuls o fulanis en Mauritania, sería un gran contrasentido hacer de todo ello un nuevo modelo de desarrollo, así sea este un “desarrollo indigenizante”, como dicen algunos, basado en alguna concepción biocéntrica. No, no se trata de eso.

 



[1] Neologismo creado en la ciudad de México, en 2007, para connotar la voluntad individual o colectiva de reducir los consumos que dañan el clima, la ecologia, el medio ambiente y la convivencia de los seres humanos ; la reinterpretación desde México o el Sur, de las ideas del movimiento frances decroissance ; desechar la actitud pasiva, distante, del científico que estudia un fenómeno decreciente y españolizar la palabra decrecimiento que difiere de otras palabras que tienen el prefijo des, como deshacer, desnudar, descomponer, etc.  

[2] Ver por ejemplo el léxico de ciencias sociales de Beitone y otros, publicado en 1995. Desde entonces existe una entrada “decrecimiento” en el diccionario de ciencias humanas de PUF (Presses Universitaires de France – Paris 2006), en el diccionario de ATTAC “Le petit Alter”, Mille et une nuits, 2006, en “Decrecimiento. Vocabulario para una nueva era” de Giacomo d’Alisa, Federico Demaria y Giorgos Kallis, Le passager clandestin, 2015 (edición original: “Degrowth A vocabulary for a new era”. Routledge, London 2014), y sin dudas en el diccionario del pensamiento ecológico, bajo la dirección de Dominique Bourg y Alain Papaux (PUF, Paris 2015).

[3] La décroissance, Revista Silence, fébrero 2002, Lyon, 2002.

[4] Tim Jackson, « Prosperité Sans Croissance » (Prosperidad sin crecimiento). De boeck/etopia, Bruselas, 2010.

[5] Es la postura sostenida por Jean-Marie Harribey de Attac (que, a la inversa, es más crítico del crecimiento en el norte) así como por el alcalde de Burdeos, Alain Juppé, que precisó lo siguiente en la cumbre de Copenhague: “¿Hace falta llevar a cabo el decrecimiento? Pienso que en los países pobres hace falta el crecimiento y que, por otro lado, allí donde se desperdicia, es necesario plantear una forma de decrecimiento.” (AFP, 4 de diciembre de 2009).

[6] Albert Gossery, Une ambition dans le désert (Una ambición en el desierto), Gallimard, París, páginas 15-16

[7] Stephanie Treillet estima también que el crecimiento es necesario si se quiere ayudar a salir de la pobreza a dos tercios de la humanidad que vive con menos de dos dólares por día. Stephanie Treillet en “Misère de l’anti-développement” (Miseria del anti-desarrollos) en Recherches Internationales n° 72.  2004.

[8] Ariès, op. cit. p. 163

[9] Podríamos alargar la lista de las “R” con Resiliencia, y Resistencia, seguramente, pero también Radicalizar, Reconvertir, Redefinir, Redimensionar, Remodelar, Repensar, etc, pero todas esas “R” están más o menos incluidas en las 8 primeras.

[10] Ese “nosotros” reenvía a la “pequeña” internacional anti o post desarrollista que ha publicado “The development dictionary" (El diccionario del desarrollo), Zed Books, Londres 1992.

[11] Yves Cochet, Pétrole apocalypse, (Petróleo apocalípsis), Edit. Fayard, 2005, pp. 161/162

[12] Hervé René Martin, Éloge de la simplicité volontaire (Elogio de la simplicidad voluntaria), Flammarion, 2007. p. 190.

[13] Matthieu Amiech et Julien Mattern, Le cauchemar de Don Quichotte. Sur l’impuissance de la jeunesse d’aujourd’hui (La pesadilla de don Quijote. Sobre la impotencia de la juventud hoy en día). Climats, 2004. p. 88

[14] Yves Cochet et Agnès Sinaï, Sauver la terre (Salvar la tierra), Fayard, Paris 2003. p. 103.

[15] Citado par Alain Gras, en Fragilité de la puissance (Fragilidad del poder). Fayard, 2003.p. 249.

[16] Ver, en particular, “La sociedad desescolarizada” y “Némesis médica” que siguen siendo de plena actualidad. En Editorial Godot, 2011, Argentina

[17] Rahnema Majid, Quand la misère chasse la pauvreté (Cuando la miseria hace huir a la pobreza). Fayard Actes Sud. 2003, p 268.

[18] Es la vía propuesta desde 1991 por André Gorz que hablaba de “decrecimiento de la economía” para una “sociedad de subsistencia moderna”. Gorz André, Capitalisme, socialisme, écologie (Capitalismo, socialismo, ecología). Paris, Galilée 1991.

[19] Ver “The development dictionary" (El diccionario del Desarrollo), Zed Books, Londres 1992.

[20] Ivan Illich, la convivialidad, op. cit, p. 103.

[21] Es lo que muestra Majid Rahnema, compañero de Iván Illich, en su libro: Quand la misère chasse la pauvreté (Cuando la miseria hace huir a la pobreza)., op. cit.

[22] Alberto Acosta, El buen vivir. Para imaginar otros mundos. Editorial…, 2014

[24] Alberto Acosta, El buen vivir. Para imaginar otros mundos. Editorial…, 2014

[25] Acosta, Ibid. p. 113.

[26] Acosta, Ibid. p. 170.

[27] Es así que Albert Tévoedjré publica en 1978, a instancias de Iván Illich “La pauvreté, richesse des nations” (La pobreza, riqueza de las naciones) - Paris, éditions ouvrières -, un libro que tuvo mucho éxito y fue precursor de las ideas del decrecimiento. Allí Tévoedjré criticaba el absurdo del mimetismo cultural e industrial, y elogiaba la sobriedad que era parte de la tradición africana, denunciaba la desmesura de la sociedad del crecimiento con su creación de necesidades ficticias, su deshumanización engendrada por el predominio de las relaciones por dinero, y la destrucción del ambiente. Proponía, finalmente, un retorno a la autoproducción comunitaria.

[28] Andrea Masullo, Dal mito della crescita al nuovo umanesimo. Verso un nuovo modello di sostenible (De mito del crecimiento al nuevo humanismo. Hacia un nuevo modelo de desarrollo sostenible) Delta 3 Edizioni. 2004, p. 25.

[29] Gudrun Dahl and Gemtchu Megerssa, The spiral of the Ram'sHorn : Boran concepts of development (La espiral del cuerno de carnero: conceptos de desarrollo de Boran) en Majid Rahnema et Victoria Bawtree, The post-developpment reader (El lector posdesarrollado), Zbooks, 1997, p. 52 et ss.

[30] Ver: Sortir de la société de consommation. Voix et voies de la décroissance (Salir de la sociedad de consumo. Voces y vías que liberan (Les liens qui libèrent, Paris, 2010), y el número 9 de la revista Entropia, “Contre-pouvoirs et décroissance” (Contrapoderes y decrecimiento).

[31] Ibid, pp. 73-114.

[32] Ibid, pp. 73-114.

[33] Ver “Le réveil des Amérindiens : voie et autres voix” en nuestro libro Sortir de la société de consommation, Les liens qui libèrent (Salir de la sociedad de consumo. Los lazos que liberan), 2010, pp. 13-28. Allí encontramos esta idea del Buen Vivir entre otros pueblos autóctonos como los guaraní en Bolivia, y su expresión ñande reko; pero también entre los mapuche en Chile que hablan de künme mongen; entre los Shuar que tiene el concepto de shiir waras que describe una vida armoniosa que incluye un estado de equilibrio con la naturaleza; entre los Shipibo Konibo en el Perú, cuya noción jakona sati es señal de convivialidad y de compartir con el otro; entre los Ashaninka del río Ene (Perú) que usan la expresión kametsa asaike que simboliza un proceso de relación que une a todas las gentes entre ellas y su entorno natural. En América del Norte, uno encuentra igualmente, entre cierto grupo de amerindios, la noción de Buen Vivir, particularmente entre los Cree (Françoise Morin, “Les droits de la Terre-Mère et le bien vivre, ou les apports des peuples autochtones face à la détérioration de la planète” – Los derechos de la madre Tierra, y el Buen Vivir, o los aportes de los pueblos autóctonos ante el deterioro del planeta - revista n° 42. Que donne la nature? L’écologie par le don. Segundo semestre 2013, La découverte, p. 232.)

[34] Sin contar con que esas “mudanzas” planetarias contribuyen a desregular un poco más el clima, que los cultivos especulativos de los latifundistas privan a los pobres del Brasil de frejoles, y que encima ello acarrea el riesgo de que haya catástrofes biogenéticas del tipo del de las vacas locas. Véase mi libro “"L'autre Afrique. Entre don et marché" (La otra África, entre dones y mercado, Albin Michel, Paris 1998.

[35] “La cima de la civilización, decía Gandhi, adhiriendo a la antigua tradición hindu-budista de la aparigraha (la no posesión), no es el poseer, el acumular siempre, sino reducir y limitar sus necesidades.” Citado por Robert Vachon, Le terrorisme de l'argent II (El terrorismo del dinero) Interculture N°149 Octubre 2005. Montréal.

[36] Hervé Kempf. La pêche argentine victime, elle aussi, d'une politique trop libérale (La pesca argentina, víctima también de una política muy liberal). Le monde del sábado 5 enero de 2002.

[37] Vanda Shiva, Le terrorisme alimentaire. Comment les multinationales affament le tiers-monde (El terrorismo alimentario. Cómo las multinacionales hambrean al tercer mundo. Fayard, 2001. p. 8.



[i] Profesor emérito de economía en la Universidad de Orsay, Francia. Objetor de crecimiento

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