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domingo, 5 de octubre de 2014

Ponencia presentada en el Foro La imperiosa necesidad de conservar viejas casas y edificios de la ciudad de México. Miguel Valencia Mulkay de ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México- 4 de octubre de 2014

Ponencia presentada en el Foro La imperiosa necesidad de conservar viejas casas y edificios de la ciudad de México. Miguel Valencia Mulkay de ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México4 de octubre de 2014

En la ciudad de México existe un gran número de casas y edificios construidos después de la Revolución Mexicana, aproximadamente entre 1920 y 1960 que podríamos calificar de viejas casas y edificios o viejas edificaciones, independientemente de su calidad arquitectónica o estructural. Estas viejas edificaciones predominan en una gran cantidad de colonias de las zonas centrales de la ciudad, como la Cuauhtémoc, Juárez, Tabacalera, San Rafael, Santa María la Ribera, Nueva Santa María, Lindavista, Popotla, Anáhuac, Lomas de Chapultepec, Irrigación, San Miguel Chapultepec, Polanco, Anzures, Escandón, Condesa, Hipódromo, Roma Sur, Del Valle, Narvarte, Nápoles, San Pedro de los Pinos, Cd de los Deportes, Nochebuena, San José Insurgentes, Doctores, Obrera, Asturias, Álamos, Periodista, Portales, Villa de Cortez, Albert, Iztaccíhuatl, Campestre Churubusco, Cd Jardín, Churubusco, El Carmen, Guadalupe Inn, San Angel Inn, entre otras, las que dan identidad a esta ciudad y que conforman en gran medida la vieja ciudad de México, ni tan antigua ni tan moderna: la ciudad que dio origen al Big Bang de construcción que devora al centro del país.

Estas viejas construcciones han creado arraigo en los vecinos, cultura, tejido social, soporte a actividades económicas y políticas, a pesar de la implacable devastación que han sufrido en las últimas décadas por la construcción de nuevas infraestructuras públicas y privadas; no obstante, tienen hoy en día un creciente valor cultural, ecológico, social, económico y político: ofrecen un gran testimonio histórico de lo que ha sido la ciudad de México; dan identidad a barrios y colonias; evitan la construcción de nuevas edificaciones; ofrecen techo y paredes económicas para la vivienda de las nuevas generaciones; aportan los espacios de bajo costo que requiere la economía popular, la pequeña empresa, los proyectos piloto, la urbanización diversificada que le da florecimiento a las ciudades; son un gran fundamento del amor por la ciudad de México y de la creación de cultura.  Como lo dice Aristóteles, los muros de la ciudad educan al ciudadano; un urbanismo feo y sin alma como el que han traído en las últimas décadas a esta ciudad sus gobiernos, sometido a la tiranía del uso del auto, la hipermovilidad y la publicidad agresiva omnipresente, no contribuye en nada a forjar personalidades fuertes e independientes que sean capaces de resistir la manipulación mediática y la propaganda política que se ha convertido en su subproducto. La permanencia de las viejas edificaciones no sólo fortalece la cultura, sino que frena el saqueo de las riquezas de la Tierra: frena la extracción de petróleo que tanto daño hace al clima, frena la extracción de minerales que tanto daño hace a los acuíferos y a los suelos; frena la destrucción de los paisajes creada por la extracción de tierras y la descarga de cascajo y otros residuos de la construcción; frena la terrible contaminación del aire, el agua y los suelos producida por la fabricación de varillas, perfiles metálicos, cementos, ladrillos, cimbras que requiere la construcción de nuevos edificios.

Salvo raras excepciones, la construcción de nuevos edificios  produce un daño ecológico excesivo debido a los procesos altamente contaminantes en los que se sostiene esta actividad económica, como son: la extracción de gas, petróleo y minerales; la fundición y calcinación industrializada; la gran utilización del transporte para el acarreo de materiales para la obra y una tecnología de construcción que demanda mucha electricidad, gas y gasolina. Estos procesos que apoyan la construcción de nuevos edificios provocan un daño excesivo al clima de la Tierra, a la atmosfera de los campos y las ciudades, a los mares, ríos, lagos, lagunas, humedales, glaciares, suelos, acuíferos, bosques, selvas, mamíferos, aves, reptiles, batracios, peces, insectos, moluscos, crustáceos, corales y otras especies. La "huella ecológica" de los nuevos edificios es desmedida, inaceptable hoy en día, a pesar del maquillaje verde con el que ahora se pretende ocultar  la terrible destrucción ecológica producida por ellos.  No existen los edificios verdes, ecológicos o sustentables y menos aun inteligentes debido a los procesos altamente depredadores en los que sostienen la construcción de sus estructuras y acabados. Además, los nuevos edificios no son solamente responsables habitualmente de la demolición de viejas casas y edificios, la creciente producción de cascajo y residuos y de accidentes fatales en las obras, sino que son responsables del  continuo cambio en el uso del suelo en la ciudad, la creación de áreas urbanas inseguras, las burbujas inmobiliarias, el encarecimiento de las rentas, la expulsión de los vecinos pobres, el desempleo, el debilitamiento de la economía popular, la muerte de la pequeña empresa, el aumento radical en los impuestos, la pérdida de tiempo en el transporte, la aniquilación de la participación ciudadana, la pérdida de las libertades democráticas, la violación sistemática de la Ley, la perdida de la soberanía nacional, la causa de las crisis económicas y financieras, el gran instrumento del lavado de dinero, la causa de la pérdida de valores en el mundo. La construcción de nuevos edificios se ha convertido en una calamidad mundial y en una actividad muy cercana al crimen organizado.

La globalización nos ha traído los famosos megaproyectos; es decir; la construcción de torres, vialidades, carreteras, acueductos, puentes, trenes, equipamientos cada día más grandes y contaminantes: los grandes capitales internacionales no entienden de pequeños proyectos, únicamente les interesan los megaproyectos y les tiene sin cuidado si sus proyectos implican una enorme destrucción ecológica, cultural, social, económica o política. Nos es sorpresa que el mundo se llene de movimientos vecinales que protestan contra obras públicas o privadas que amenazan de muerte a barrios, pueblos, colonias y ciudades de países poderosos o de países vulnerables o empobrecidos como México. En la última década, la ciudad de México ha visto la aniquilación de antiguos barrios y colonias debido a megaproyectos como el Segundo Piso en el Periférico, las torres en Paseo de la Reforma y Lomas de Chapultepec, los deprimidos en la Miguel Hidalgo, la línea 12 del Metro, la Torre Mitikha en el pueblito de Xoco, entre otros. El gobierno de Miguel Ángel Mancera nace atado a los intereses de las grandes empresas inmobiliarias que le imponen a uno de sus representantes en la secretaría de Desarrollo Urbano y Vivienda, SEDUVI, el Ing. Simón Neuman, un conocido empresario, con el fin de ajustar las normas, reglamentos y leyes de desarrollo urbano de esta ciudad a los intereses de estas grandes inmobiliarias. Neuman trabaja intensivamente en la creación de una "reforma urbana" de la ciudad de México que permita demoler estas viejas edificaciones con facilidad y construir grandes torres en su lugar. Se pretende imponer la idea de una "ciudad compacta", conformada por edificaciones elevadas siguiendo el modelo de Pekin o India, con el argumento que reduce el tiempo promedio diario dedicado al transporte. El gobierno de Miguel Ángel Mancera radicaliza la tendencia perversa de los gobiernos, de imponer los criterios industriales de productividad, enemigos de la cultura, la sociedad y la ecología: pretende imponer las famosas normas 30 y 31 de vivienda popular o introducir los contenidos de estas normas en la norma 26. Los representantes vecinales de la ciudad resisten con mucha fuerza la imposición de estas absurdas normas, impulsadas por Simón Neuman    

El urbanismo es una rama de la economía, como lo es la mercadotecnia, que busca ocultar la gran nocividad de los productos creados por la industria; sirve para maquillar y edulcorar las muy deplorables decisiones adoptadas por los "mercados" y por los  grandes inversionistas. En gran medida, el urbanista Carlos Slim o el urbanista Daniell o Kalach o Hirchhorn o Vazquez Raña o Gamboa de Buen deciden  la suerte de un barrio o colonia agradable. A pesar de su alegado respeto por los ciudadanos, el urbanismo y su doctrina moderna, el llamado "desarrollo urbano" son enemigos de la intervención ciudadana en los asuntos de la ciudad. Los urbanistas tienen terribles pesadillas que ellos llaman sueños y que pretenden imponer a los ciudadanos por medio de sus proyectos. Estas verdaderas distopías entran habitualmente en conflicto con la cultura y la ecología. Un caso extremo han sido las perniciosas ideas de Lecorbusier que tanto daño han hecho al mundo. Como decía Rousseau, las ciudades las hacen los ciudadanos y no los edificios. Las bellas ciudades medioevales fueron el producto de la unión ética de sus ciudadanos, del amor por la ciudad de los ciudadanos y no de concepciones urbanísticas de expertos. Hoy en día, las complicaciones técnicas introducidas por los urbanistas, por la doctrina del desarrollo urbano, han conseguido reducir al mínimo la intervención de los ciudadanos en la ciudad de México, con lo que se ha logrado crear una ciudad monstruosa, muy fea, de muy baja calidad de vida y finalmente mala para los mismos empresarios y la economía misma.  La fealdad es inherente a la religión de la economía. La belleza de las ciudades nace de la diversidad estética creada por los ciudadanos, no de la uniformidad que imponen los financieros y los políticos.

Las viejas edificaciones de la ciudad de México  no solamente requieren mantenimiento, también requieren periódicamente intervenciones, para adaptarlas a las nuevas necesidades sociales, ecológicas y económicas.  La movilidad motorizada, especialmente el uso del auto, no sólo provoca ya una excesiva perdida diaria de tiempo; el gas, el petróleo y la electricidad duplicarán seguramente sus precios o tarifas antes de 10 años: se acaba el petróleo barato en el mundo; el desastre climático puede encarecer mucho la vida en los próximos años; la crisis del 2008 sigue latente: los gobiernos tienen que intervenir cada día más en el rescate de los mercados; las burbujas inmobiliarias se reproducen como plagas; los grandes proyectos urbanos resultan cada año más fallidos; el desempleo, la miseria, la inseguridad, la violencia intrafamiliar, escolar, laboral, urbana, siguen en aumento; las familias son cada vez más pequeñas; el arraigo de los vecinos es cada día menor: se cambia de domicilio con mayor frecuencia; las rentas y los precios de la vivienda se disparan con frecuencia. La inestabilidad se ha instalado en el mundo moderno y desde luego, en las ciudades. Hay una imperiosa necesidad de cambiar de ideas sobre la vivienda y la ciudad: no podemos seguir con las viejas ideas de desarrollo urbano llevadas ahora al extremo, por medio de megaproyectos urbanos de muy alto riesgo, como proponen los sacerdotes de la macroeconomía: los banqueros, los grandes empresarios, Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera.

El reciclamiento, la remodelación, la restauración de las viejas casas y edificios construidos entre 1920 y 1960 en la ciudad de México, permiten fortalecer las culturas vernáculas y la cultura moderna; Reducir la destrucción ocasionada por la minería, la generación de electricidad, la extracción de gas y petróleo, las fundiciones, las calcinaciones, la tala de bosques; Crear nueva vivienda apropiada a las nuevas realidades; aumentar el empleo, la seguridad, la intervención de los vecinos en el cuidado de los espacios públicos; proteger con mayor fuerza el patrimonio arqueológico, histórico, arquitectónico de la ciudad; impedir la proliferación de grandes torres y nocivos centros comerciales; fortalecer a los proyectos creativos, la pequeña empresa, la economía popular; crear la diversidad en los usos del suelo que hace pujantes a las ciudades; introducir las ecotecnias que requieren las ciudades para preservar la ecología y el medio ambiente; liberar la creatividad ciudadana que permite encontrar las soluciones a problemas y condiciones locales; fortalecer la autonomía de los pueblos, barrios colonias y ejidos en los asuntos de la electricidad, el gas, el agua y los alimentos; descentralizar las decisiones y desconcentrar las actividades en el territorio; proteger los derechos humanos; democratizar a la ciudad y a México; salvar a la Cuenca del Valle de México de la catástrofe; darle una nueva vida a la ciudad de México y un gran modelo urbano a México.

 El reciclamiento, la remodelación, la restauración de las viejas casas y edificios de la ciudad de México constituye en estos momentos el mejor camino en la recuperación de los valores de altruismo, generosidad, cooperación, amenidad, frugalidad, belleza, autonomía, libertad, amistad, sobriedad, serenidad, permanencia, amor por la comunidad territorial donde se vive que pueden salvar a esta ciudad, a México y al mundo; entraña la mejor propuesta para reconceptualizar la riqueza y la pobreza; para reestructurar la economía y la política; para relocalizar la economía y la vida; para reducir la miseria, el despilfarro de electricidad, gas, gasolina, alimentos y las contaminaciones, los residuos y la basura. Es necesario reconocer que hay un tesoro oculto en las  viejas edificaciones de la ciudad de México; es urgente confirmar que tienen un creciente valor cultural, ecológico, social, económico y político; sin embargo, este tesoro está muy amenazado por los grandes inversionistas internacionales: virtualmente no tienen otra protección que la que la dan sus dueños o sus inquilinos o los vecinos conscientes; estas viejas edificaciones están en un grave riesgo de demolición por las tendencias urbanísticas e inmobiliarias que dominan en estos momentos de crisis económica y política mundial. Nuestras leyes, reglamentos y normas de desarrollo urbano son enemigas de la conservación de estas viejas edificaciones. Es indispensable cambiar radicalmente estas leyes, reglamentos y normas, por medio de la acción ciudadana; nada podemos esperar de los representantes de los partidos que están hoy en día al servicio del gran capital. Es indispensable crear o fortalecer las redes, asociaciones y organizaciones sociales autónomas, no partidistas que defienden la ciudad o las demarcaciones del Distrito Federal. La acción ciudadana autónoma es la clave de la defensa de las viejas edificaciones.  ECOMUNIDADES, Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México y la Red en Defensa de la Ciudad de México ofrecen su apoyo a las iniciativas no partidistas que se propongan en defensa de las viejas edificaciones de la ciudad de México.     

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Miguel Valencia
ECOMUNIDADES 
Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México

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