Una de las maneras más inquietantes de que el cambio climático ya se ve es con lo que los ecologistas llaman desfase
o destiempo
. Este es el proceso mediante el cual el calentamiento provoca que los animales se desfasen con una importante fuente de alimentación, sobre todo en tiempos de reproducción, cuando no encontrar suficiente alimento puede provocar rápidas disminuciones en la población.
Los patrones de migración de muchas especies de aves cantoras, por ejemplo, han evolucionado a lo largo de los milenios para salir del cascarón justo cuando las fuentes de alimentación, como las orugas, están en su punto de mayor abundancia, lo cual ofrece a los padres muchos nutrientes para sus pequeños hambrientos. Pero como ahora la primavera muchas veces llega temprano, las orugas también nacen temprano, lo cual implica que en algunas zonas son menos abundantes cuando los polluelos salen del cascarón.
Los científicos están estudiando casos a destiempo, relacionados con el clima, que se dan entre docenas de especies, desde el caribú hasta el papamoscas cerrojillo. Pero hay una importante especie que les falta: nosotros. Homo sapiens. Nosotros también sufrimos de un terrible caso de estar a destiempo, relacionado con el clima, pero en un sentido cultural-histórico, en vez de biológico. Nuestro problema es que el cambio climático es un problema colectivo que requiere una acción colectiva, un tipo de acción que la humanidad nunca ha logrado hacer. Sin embargo, ya entró en la conciencia del mainstream, en medio de una guerra ideológica que se libra acerca de la idea misma de la esfera colectiva.
La buena noticia es que, a diferencia de los renos y las aves cantoras, nosotros, los humanos, estamos bendecidos con la capacidad de adaptarnos deliberadamente, cambiar viejos patrones de conducta a una extraordinaria velocidad. Si las ideas dominantes en nuestra cultura nos frenan de salvarnos, entonces tenemos el poder de cambiar esas ideas. Pero antes de que eso pueda ocurrir, necesitamos entender la naturaleza de nuestro personal desfase climático.
El cambio climático exige que consumamos menos, pero ser consumidores es todo lo que conocemos. El cambio climático no es un problema que se pueda resolver simplemente cambiando lo que compramos: un híbrido en vez de un Suv, compensación de emisiones de carbono cuando nos subimos a un avión. En esencia, es una crisis nacida de un exceso de consumo por los que son relativamente más ricos, lo cual implica que los consumidores más desenfrenados del mundo tendrán que consumir menos.
El capitalismo tardío nos enseña a crearnos a partir de nuestras elecciones de consumo: al comprar formamos nuestras identidades, encontramos una comunidad y nos expresamos. Así que, decir a la gente que no puede ir de compras tanto como quisiera porque los sistemas de soporte del planeta están sobrecargados, puede ser interpretado como una especie de ataque, como si les dijeran que no pueden ser realmente ellos.
El cambio climático es lento y nosotros somos rápidos. Cuando cruzas de volada un paisaje rural en un tren bala, parece como si todo lo que pasa estuviera detenido: la gente, los tractores, los coches en los caminos rurales. No lo están, por supuesto. Se están moviendo, pero a una velocidad tan lenta comparada con el tren que parecen estar estáticos.
Así pasa con el cambio climático. Nuestra cultura, que funciona con base en combustibles fósiles, es ese tren bala. Nuestro cambiante clima es como el paisaje afuera de la ventana: desde nuestro atrevido lugar privilegiado puede aparecer estático, pero se está moviendo, su lento progreso, medido en capas de hielo que retroceden, aguas que suben y alzas en la temperatura. El problema no sólo es que nos movemos demasiado rápido. También es que el terreno en el cual los cambios tienen lugar es intensamente local: un temprano florecer de una flor en particular, una capa inusualmente delgada de hielo sobre un lago, la llegada tardía de un pájaro migratorio. Notar ese tipo de cambios sutiles requiere una íntima conexión a un ecosistema específico. Ese tipo de comunión ocurre sólo cuando conocemos a profundidad un lugar; no sólo como un escenario, sino también como sustento, y cuando el conocimiento local es transmitido, con un sentido de confianza sagrada, de generación en generación. Pero eso es cada vez más escaso en el mundo urbanizado e industrializado. Solemos abandonar nuestros hogares fácilmente, por un nuevo empleo, una nueva escuela, un nuevo amor. Aun para aquellos que logramos mantenernos en un mismo lugar, nuestra existencia cotidiana puede estar desconectada de los espacios físicos en que vivimos. Puede que no estemos enterados de que una sequía histórica está destruyendo los cultivos en las granjas que rodean nuestros hogares urbanos, ya que los supermercados todavía ofrecen pequeñas montañas de producción importada, y todo el día llega en camión más. Hace falta algo enorme –como un huracán, que rebasa todas las marcas previas de altura máxima del agua, o una inundación que destruye miles de hogares– para que notemos que algo está realmente equivocado.
El otro desfase tiene que ver con nuestra relación con lo que pasa desapercibido. Cuando publiqué No logo, hace una década y media, los lectores se impresionaban al enterarse de las abusivas condiciones bajo las cuales la ropa y los aparatos se manufacturaban. Pero hemos aprendido a vivir con eso. La nuestra es una economía de fantasmas, de ceguera deliberada. Y el aire es el máximo caso de lo que pasa desapercibido, los gases de invernadero que lo calientan son nuestros más elusivos fantasmas.
Otra cosa que hace muy difícil que captemos el cambio climático es la cultura del eterno presente. Sin embargo, el cambio climático es acerca de cómo lo hecho por las generaciones pasadas inevitablemente afectará no sólo el presente, sino las futuras generaciones.
Esto no se trata acerca de hacer un enjuiciamiento individual, de reprendernos por nuestra frivolidad o por no tener raíces. En vez se trata de reconocer que somos productos de un proyecto industrial, uno íntimamente, históricamente, vinculado con los combustibles fósiles.
Y así como en el pasado hemos cambiado, podemos volver a cambiar. Después de escuchar al gran granjero-poeta Wendell Berry ofrecer una plática acerca de cómo cada uno de nosotros tiene el deber de amar su hogar
más que ningún otro, le pregunté si tenía algún consejo para los que no tienen raíces, como mis amigos y yo, que vivimos en nuestras computadoras y parece que siempre estamos en busca de un hogar. Quédate en algún lugar
, respondió. Y comienza el proceso de mil años de conocer ese sitio.
Es un buen consejo, a muchos niveles. Porque para poder ganar esta pelea, determinante para nuestras vidas, todos necesitamos un lugar en el cual estar parados.
Traducción:Tania Molina Ramírez
* Autora de La doctrina del shock y No logo.
Twitter: @naomiaklein .
Copyright Naomi Klein 2014.
Una versión de este artículo fue publicada en The Nation y The Guardian. El nuevo libro de Naomi Klein, This changes everything: capitalism vs the climate (Esto cambia todo: el capitalismo contra el clima), será publicado en septiembre de 2014.
En el IPCC participan científicos de todo el planeta. El cuarto informe se entregó hace 7 años, en 2007, por lo que el quinto reporte que fue presentado en el Senado, concentra la información más actualizada sobre este tema en el mundo. Los especialistas divididos en tres grupos de trabajo analizaron la información científica disponible en torno a tres ejes: El Grupo I evalúa los aspectos científicos del sistema climático y el cambio climático; el Grupo II, la vulnerabilidad de los sistemas socioeconómicos y naturales al cambio climático, las consecuencias de dicho cambio y las posibilidades de adaptación al mismo, y el Grupo III, las posibilidades de limitar las emisiones de gases de efecto invernadero y atenuar con ello los efectos del cambio climático.
Después de 7 años, el último informe muestra, sin lugar a dudas, la evolución creciente de la producción de gases de efecto invernadero como producto de la actividad humana.
Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con México y con la reforma energética? En opinión de algunos de los participantes en el foro citado tiene una relación importante en lo referente a las responsabilidades locales.
Omar Masera, investigador del Centro en Investigaciones en Ecosistemas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en Morelia, uno de los investigadores mexicanos que participó en el Grupo III del IPCC, dijo a la prensa que este grupo examinó una gran cantidad de estrategias de mitigación, o sea un escenario futuro sobre cómo reducir las emisiones. Los resultados muestran que hay posibilidades de lograrlo, pero se necesitan acciones muy fuertes en el corto plazo para no rebasar los 2 grados centígrados (por encima de los niveles preindustriales) a finales del siglo. Se requiere reducir en más de 30 por ciento para 2020 estas emisiones, sobre todo las ocasionadas por el uso de energías de combustibles fósiles; 50 o 60 por ciento, en 2050, y hasta casi ciento por ciento en 2100.
Masera agregó que uno de los compromisos de corto plazo de estas estrategias es hacer una transición energética, y a su juicio, la reciente reforma energética aprobada en México debe ser una en la que se plantee la transición energética a los combustibles renovables,no podemos seguir pensando en extraer más petróleo, porque es ir en contra de la lógica de reducir el cambio climático
, dijo.
Por su parte, la doctora Claudia Sheinbaum, investigadora el Instituto de Ingeniería de la UNAM y participante en la elaboración del informe del Grupo III del IPCC, dijo que México debe contribuir a la reducción en el mundo del consumo de combustibles fósiles y de otras actividades que causan el cambio climático global.
México tendría que reducir el consumo de petróleo, gas y carbón en 50 por ciento en poco menos de 40 años –dijo– esto quiere decir que tenemos que prepararnos para que eso ocurra, y no sólo no estamos preparados, sino que se hacen políticas para que se incremente el consumo de los combustibles fósiles. El objetivo de la reforma energética reciente, es producir más petróleo, más gas natural y, precisamente hacia donde tiende el mundo es a reducir ese consumo, explicó la especialista.
Ante los datos contenidos en el quinto informe del IPCC, la opinión de los especialistas mexicanos se orienta hacia la necesidad de pasar de una sociedad basada en el empleo de combustibles fósiles, hacia otra orientada a la transición energética, en la cual debe darse prioridad a las energías renovables. Pero no sólo esto está en el ánimo de los científicos.
Por ejemplo, la senadora Silvia Garza Galván, quien participó en la reunión celebrada en la Cámara Alta, dijo que para garantizar que la reforma energética lleve a una transición hacia el uso de las energías renovables, sin perder las reservas de petróleo existentes, es necesario revisar a fondo las leyes secundarias.
Garza Galván, presidenta de la Comisión Especial de Cambio Climático en la Cámara de Senadores, explicó que tras haberse reunido suficiente conocimiento científico que se ha dado a conocer a escala mundial, se requiere dejar atrás el discurso y llegar a las acciones que fomenten el uso de tecnologías verdes. "Necesitamos dejar de simular –expresó– y entrarle al toro por los cuernos, pues si ya sabemos que tenemos un problema, no debemos esperar a que nos ahogue… de por sí ya vamos retrasados".
La pregunta que surge, es si los datos de los reportes más recientes del IPCC que llevan a pensar a algunos investigadores y legisladores en la necesidad de examinar –desechar o ajustar– la reforma energética en nuestro país, serán tomadas en cuenta en los debates sobre las leyes secundarias.
ECOMUNIDADES
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