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Mercados de Carbono - La neoliberalización del clima
Larry Lohmann | Tuesday, 28 February 2012
A modo de prólogo
Entre las formas de vida contactadas con la naturaleza y aquellas contactadas
con el capital
Esperanza Martínez*
Alberto Acosta **
Montecristi: una Constituyente renovadora y revolucionaria
Cuando parecían agotarse los espacios físicos colonizables, la Naturaleza y
sus funciones se están convirtiendo en objeto de exóticos mecanismos de
prosperidad del capital, reproduciendo nuevas formas de acumulación. A pesar
de esas tendencias, o justamente por ellas, la Constitución de Montecristi
incorporó elementos que marcarían rupturas epistemológicas a esas viejas y
nuevas formas de acumulación.
Uno de esas rupturas es el reconocimiento de la Naturaleza como sujeto de
derechos. La liberación de la Naturaleza de la condición de sujeto sin
derechos o de simple objeto de propiedad, permite, entre otras cosas,
cuestionar la nueva tendencia que promueve la mercantilización de la
Naturaleza y que ha fomentado diferentes instrumentos de acumulación del
capital, como son los nuevos mercados, los sistemas de financiamiento y
varios negocios a lo largo y ancho del planeta.
El clima, además de ser un tema de preocupación global, es el escenario, la
excusa y el instrumento para desarrollar lo que se está constituyendo en un
nuevo mercado financiero que reproduce, actualiza y profundiza las formas de
dominación. Por esto resulta vital comprender cómo se formaron estos mercados,
cómo funcionan y cuáles son sus impactos.
Antes de abordar estos nuevos esquemas de colonización, recordemos que la
Constitución de Montecristi también propuso el sumak kawsay o Buen Vivir en
tanto cultura de la vida, para organizar la sociedad –incluyendo por cierto
la economía– preservando la integridad de los procesos naturales,
garantizando los flujos de energía y de materiales en la biosfera y
protegiendo las expresiones de vida en comunidad. El Buen Vivir, concepto que
emana de las culturas ancestrales del Abya-Yala, forma parte de la larga
búsqueda de alternativas de vida fraguadas al calor de las luchas de la
Humanidad por la emancipación de los pueblos y por la defensa de la vida.
La (pen)última frontera de la colonización capitalista
El capitalismo, demostrando su asombroso y perverso ingenio para buscar y
encontrar nuevos espacios de explotación, está colonizando el clima. Este
ejercicio neoliberal extremo, del cual no se libran los gobiernos
“progresistas” de la región, convierte la capacidad de la Madre Tierra en un
negocio para reciclar el carbono. Y lo que resulta indignante, la atmósfera
es transformada cada vez más en una nueva mercancía diseñada, regulada y
administrada por los mismos actores que provocaron la crisis climática y que
reciben ahora subsidios de los gobiernos con un complejo sistema financiero y
político, descrito en este libro. Este proceso de privatización del clima se
inició en la época neoliberal impulsado por el Banco Mundial, la Organización
Mundial del Comercio y otros tratados complementarios.
La historia de los mercados de carbono arrancó con los esquemas de tope y
trueque de contaminación. (La expresión inglesa original es cap and trade. Aún
está en debate si tope y trueque es una traducción adecuada, especialmente
porque en este caso no aplica la connotación positiva del trueque. Sin
embargo, esta traducción ya ha tenido cierta difusión y es la que utilizaremos
en adelante.) Los topes o supuestos límites que los gobiernos imponen a las
industrias contaminantes, lo hemos visto, lejos de ser una herramienta para
reducir la contaminación se han convertido en un estímulo para incluso
contaminar más. Con serios antecedentes de tráfico de influencias, los
gobiernos distribuyen permisos de emisiones prácticamente de manera gratuita y
en muchos casos sobrepasando los límites reales de emisiones, con lo cual los
grandes contaminantes son premiados cuando tienen entre manos permisos
excedentes que pueden comercializar.
Paralelamente se puso en marcha un complejo sistema financiero en el que se
estableció el valor de cambio del CO2. Así aparecieron los mercados de
carbono, creándose una serie de equivalencias falsas entre las emisiones
industriales y la absorción de carbono de los ecosistemas.
Larry Lohmann, autor de este libro, nos dice ...el nuevo sistema sentó las
bases para que proyectos desplegados en países en desarrollo pudieran generar
créditos que, posteriormente, pudieran adquirir y utilizar los países
desarrollados para cumplir con sus obligaciones de reducción de emisiones. El
fondo fue transformado en un mecanismo de comercio, las sanciones se
transformaron en premios y un sistema jurídico se transformó en un mercado.
A esto se suma que las cuotas o permisos de contaminación que se asignan lo
hicieron en base al récord histórico de las industrias. Se ha comprobado que
se repartieron demasiados derechos particularmente entre las industrias de
producción de energía y calor, refinerías de petróleo, plantas metalúrgicas y
acería, fábricas de papel e industrias con alta intensidad energética.
Lohmann se pregunta si este desfase fue realmente un error o una prueba más
de la siempre creciente influencia del capital transnacional en el diseño de
mercados –incluso ficticios y por supuesto inútiles– y de las políticas que
los alientan. Decimos inútiles, pues mientras el mercado del carbono florece,
la contaminación, en cambio, no mengua, con lo cual se evidencia una gran
contradicción con el objetivo de neutralizar el cambio climático.
En realidad, alentados por la voracidad de acumulación del capital, los
mercados de carbono siguen expandiéndose. Estos mercados adquieren la forma
de una burbuja, similar a aquella relacionada con las hipotecas subprime y que
llevó al reciente colapso financiero cuyas ondas se expandieron a nivel
planetario. Para Lohmann, la clave de esta “nueva” burbuja es el hecho de que
en el centro de los mercados de carbono se encuentra un activo poco claro.
En un sugerente ejercicio de comparación con la burbuja inmobiliaria nos dice
que
el mercado de hipotecas de alto riesgo debía enriquecer a miles de personas;
al final, empobreció a millones. (.) En teoría, los mercados de carbono
deben mitigar el problema del calentamiento global; en la práctica, lo están
empeorando.
Las formas dominantes de mirar los problemas del cambio climático, que
privilegian el capital por sobre la vida, el mantenimiento de modelos
industriales depredadores aun a costa de la sobrevivencia de pueblos y
culturas, el consumismo sobre la sustentabilidad, en la práctica, inhiben la
aplicación de acciones que enfrenten las causas del calentamiento global. Por
el contrario esta priorización favorece las evasivas para no encontrar
soluciones definitivas y por lo tanto ahondan los problemas.
La soberanía constitucional amenazada
Preocupado por la intromisión en la soberanía de los estados, Lohmann
introduce en su libro un análisis sobre los efectos “desreguladores” que
tienen los mercados de carbono especialmente sobre los marcos legales de
países subdesarrollados, pues las sanciones legales por contaminar son
reemplazadas por precios y el “cumplimiento de la ley por mercados de
servicios ambientales”. Con razón afirma “sería difícil imaginar una
expresión más pura de la doctrina neoliberal”.
Estas reflexiones son muy importantes para el Ecuador. En este país existen
varios programas estatales que se orientan por la lógica mercantilizadora de
la Naturaleza, como los proyectos REDD (“Reducción de Emisiones por
Deforestación y Degradación”), y su versión criolla: los proyectos Socio
Bosque y Socio Páramo.
Este tipo de proyectos ha puesto sus esfuerzos en estos cuestionados
procesos de mercantilización, en donde la tierra y los fondos públicos del
Sur global entran a jugar el papel de garantías cuando los “bonos verdes” que
el Sur genera son valorados, retaceados o combinados con otras “mercancías
climáticas” en un mercado manejado estrictamente por el Norte global.
Este es un tema especialmente sensible en el marco de la Iniciativa
Yasuní-ITT. Esta iniciativa fue/es probablemente la mejor propuesta para
enfrentar el calentamiento global, las responsabilidades comunes y
diferenciadas y la transición hacia un economía y fuente de energía no
petrolera. Frente a la (i)lógica de los mercados del carbono, la iniciativa
fue enfocarnos en el petróleo. Frente a los negocios del clima, en el marco
neoliberal del comercio de emisiones, se propuso un esquema cercano al
reconocimiento de la deuda ecológica, con los países industrializados como
deudores.
Por lo tanto, apostar por REDD, en tanto opción mercantil, y no por la
Iniciativa Yasuní-ITT, introduciendo en el debate el ciclo del carbono,
constituye una declaración pública de ignorancia. No se puede comparar el
carbono del petróleo con el de los bosques. El primero es tiempo geológico, el
segundo tiempo biológico. Un REDD mercantilizado se centra en valorar el
carbono vegetal contenido en los bosques como parte de un modelo de
compra-venta de reservorios de carbono, tal como lo hacían los Mecanismos de
Desarrollo Limpio ligados a la absorción de emisiones.
La Iniciativa Yasuní-ITT planteó no solamente evitar dichas emisiones, sino
que cuestionó en esencia la extracción del petróleo. Con esto criticó la
lógica de las políticas para proteger el clima, vigentes hasta ahora.
Los proyectos REDD tienen impactos negativos en las comunidades indígenas,
en sus territorios, en sus economías y en sus culturas, dan paso a la
monetarización de las responsabilidades. Se lleva la conservación de los
bosques al terreno de los negocios. Se mercantiliza y privatiza el aire, los
bosques, los árboles y la tierra misma. Es finalmente un acto de ceguera
mercantil en torno a la urgencia de iniciar un giro hacia una civilización
post petrolera.
La instrumentación de los proyectos REDD no evita la extracción masiva y
depredadora de recursos naturales, orientada al mercado mundial, causante no
solo del subdesarrollo, sino también de la crisis ambiental global. Al
contrario, estos proyectos REDD podrían actuar, en la práctica, como un
incentivo para que las comunidades permitan operaciones extractivistas, que
de otra manera serían rechazadas en sus territorios. REDD, en síntesis, recoge
el espíritu de los espejitos con los que los europeos iniciaron la conquista
de América.
La Iniciativa Yasuní-ITT, construida desde la sociedad civil y que luego fue
asumida por el gobierno ecuatoriano, nos invita a ser audaces y creativos,
pero sobre todo responsables. Desde su primera formulación esta propuesta
convocó al debate internacional. Y ese es, quizás, hasta ahora, el mayor
aporte concreto de la misma.
Desmercantilización de la Naturaleza, mandato de Montecristi
La condición de sujeto de la Naturaleza, nos conmina a rechazar los mercados
ficticios e ineficientes, a desmercantilizar las funciones de la Naturaleza
y a rechazar la perversidad de mecanismos que evaden las responsabilidades con
el clima.
En la Constitución se incluyeron claras disposiciones para abordar la
cuestión climática. Así, en su artículo 414, se determinó que
El Estado adoptará medidas adecuadas y transversales para la mitigación del
cambio climático, mediante la limitación de las emisiones de gases de efecto
invernadero, de la deforestación y de la contaminación atmosférica; tomará
medidas para la conservación de los bosques y la vegetación, y protegerá a la
población en riesgo.
De eso se trata el Buen Vivir. Por otra parte el artículo 74 la Constitución
estableció dos temas centrales para prevenir e impedir que la Naturaleza sea
mercantilizada, y usada para evadir las responsabilidades frente al clima, así
se dice
las personas, comunidades, pueblos y nacionalidades tendrán derecho a
beneficiarse del ambiente y de las riquezas naturales que les permitan el Buen
Vivir”, y en el mismo artículo se dispone que “los servicios ambientales no
serán susceptibles de apropiación; su producción, prestación, uso y
aprovechamiento serán regulados por el Estado.
Es interesante anotar que la figura de “servicio ambiental” surgió para
explicar los servicios que el Estado debía otorgar en materia de saneamiento
ambiental. Sin embargo, hay la tendencia, neoliberal por cierto, de utilizar
esta figura para mercantilizar las funciones de la Naturaleza, como son los
ciclos del agua y del carbono. Está claro que bajo cualquiera de las dos
acepciones esos servicios no pueden ser privatizados y el que el Estado deba
regularlos, no implica abrir la puerta para su comercialización.
Para concluir, ante el fracaso manifiesto de la carrera detrás del fantasma
del desarrollo, emerge con fuerza el Buen Vivir en tanto alternativa al
desarrollo. Es decir de formas de organizar la vida fuera del desarrollo,
superando el desarrollo, en suma rechazando aquellos núcleos conceptuales de
la idea de desarrollo convencional entendido como progreso lineal y
fundamentado en el culto al capital.
*Miembro de Acción Ecológica y coordinadora para Sudamérica de la red Oilwatch.
** Economista ecuatoriano. Profesor e investigador de la FLACSO-Ecuador.
Ex-ministro de Energía y Minas. Ex-presidente de la Asamblea Constituyente.
Otras publicaciones de la serie sobre el debate constituyente
Editores Alberto Acosta y Esperanza Martínez
El buen Vivir. Una vía para el desarrollo
Varios autores
Plurinacionalidad. Democracia en la diversidad
Varios autores
Derechos de la naturaleza. El futuro es ahora
Varios autores
El mandato ecológico. Derechos de la naturaleza y políticas ambientales en la
nueva Constitución
Eduardo Gudynas
Agua: un derecho fundamental
Varios autores
Soberanías. Una lectura plural
Varios autores
Refundación del Estado en América Latina. Perspectivas desde una
epistemología del Sur
Boaventura de Sousa Santos
Mal desarrollo y mal vivir. Pobreza y violencia a escala mundial.
José María Tortosa
El neoconstitucionalismo transformador. El Estado y el derecho en la
Constitución de 2008
Ramiro Ávila Santamaría
La naturaleza con derechos: De la filosofía a la política
Varios autores
Economía social y solidaria: El trabajo antes que el capital
José Luis Corragio
Mercados de Carbono. Neoliberalización del clima
Larry Lohmann
Editorial Abya-Yala
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pídalo a libreria@abyayala.org
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Dr. Samuel Immanuel Brugger Jakob
Facultad de Economía, UNAM
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