30 de marzo de 2017
Miguel Valencia Mulkay
Se nos ha advertido repetidamente que pronto no existirán en el mundo los elefantes, los rinocerontes, los jaguares o los bacalaos, que las especies vegetales y animales se extinguen a un ritmo escandaloso, muy superior al de las hecatombes geológicas pasadas, que la gran mayoría de los ecosistemas de la Tierra están severamente afectados. Muy destacados pensadores internacionales nos advierten de la posible desaparición del ser humano en este siglo, por el efecto de los pesticidas, los contaminantes orgánicos persistentes, COP, y los contaminantes cancerígenos, mutagénicos y reprotóxicos, CMR, o por la convergencia de nuevas tecnologías como la robótica, la ingeniería genética y la nanotecnología, o por las armas y las centrales nucleares.
Después de muchas décadas de desarrollo y modernización, de despilfarro frenético de la riqueza natural de los territorios del mundo, entramos en un tiempo de tempestades de todo tipo. Se aceleran las catástrofes creadas por la macroeconomía y la tecnociencia: sequías, inundaciones, ciclones, epidemias, mortandades. El desastre climático es acompañado por las guerras petroleras, seguidas de las guerras del agua y también de posibles pandemias, sin hablar de las catástrofes biogenéticas previsibles. Insistentemente se nos ha advertido que la “civilización” que conocemos desaparecerá antes del fin del siglo debido a la dinámica del crecimiento impulsado por los poderosos. Sabemos que la causa de todas estas calamidades es el modo de vida fundado en el crecimiento económico, un modo de vida que es aspiracional en los países del Sur y adictivo en los países del Norte.
Vivimos en plena esquizofrenia: los principales representantes de los gobiernos, los partidos, las transnacionales, las universidades hacen pomposos discursos sobre el “desarrollo sustentable”, la “sustentabilidad”, la “economía verde”, el “crecimiento verde”, ”la mitigación del cambio climático”, mientras autorizan, promueven, apoyan o alientan el uso del auto y el avión, los pesticidas más devastadores, los transgénicos o la extracción de gas o petróleo por medio del fracking o perforación en aguas profundas, o la industrialización de las selvas y los bosques, o la urbanización por medio de megaproyectos, o la construcción de centrales nucleares o termoeléctricas. Estos bomberos-piromaniacos echan todos los días gasolina al fuego alegando que es la única manera de apagarlo. Y lo hacen cada vez con mayor intensidad: cada día cuesta más conseguir un pequeño crecimiento económico.
En los países del Sur, depositarios de la mayor reserva de diversidad cultural y biológica del mundo, los más destacados políticos, empresarios y académicos proponen extraer tan rápidamente como sea posible, la mayor cantidad de gas, petróleo, carbón, agua, metales, maderas; construir en pocos años tantas presas, supercarreteras, trenes rápidos, termoeléctricas, aeropuertos, torres, centros comerciales, rellenos sanitarios, como sean posibles; de introducir en el menor tiempo posible los cultivos transgénicos, las plantaciones forestales comerciales, los desarrollos turísticos, las tecnologías de punta y las “reformas estructurales”, y fortalecer, tanto como sea posible, la productividad, la competitividad, el “libre comercio”, la “modernización” y el desarrollo. Quieren crecimiento económico como única salida a las calamidades políticas, económicas, sociales, culturales, urbanas, ecológicas, producidas por el crecimiento económico.
Tanto en los países del Norte como en los del Sur, la religión de la economía y el culto a la ciencia y la tecnología colonizan las mentes de las personas más influyentes del país. Sin embargo, desde hace más de medio siglo, en algunos países desarrollados se da una intensa discusión social sobre el impacto de la tecnología y el crecimiento económico, mientras en los países del Sur esta discusión es virtualmente inexistente. La colonización del imaginario social, por parte de las ideas economistas, es aun más poderosa en nuestros países: se cree que la igualdad, la libertad y el buen vivir se consiguen con el crecimiento económico ¡Que locura!
El Descrecimiento no es un concepto, en el sentido tradicional del término, es una consigna política con grandes implicaciones teóricas, una “Moción de Orden” frente al productivismo y la competitividad. Tiene por objeto el abandono del objetivo del crecimiento por el crecimiento mismo, objetivo que no es otro que la búsqueda de utilidades por parte de los dueños del capital y cuyas consecuencias para la ecología y el clima de la Tierra son catastróficas.
Descrecimiento ¡también en los países del Sur!
Miguel Valencia
ECOMUNIDADES
Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México
ECOMUNIDADES
Red Ecologista Autónoma de la Cuenca de México
¡Descrecimiento o Extinción!
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