Fundamental, la reducción radical del consumo de los países desarrollados y de las clases altas de los demás países, para recuperar el vigor de las comunidades campesinas y la buena alimentación.
Fragmento de la conferencia sobre descrecimiento presentada el 16 de octubre de 2015 en la licenciatura en Nutrición de la Universidad Autónoma de Querétaro. Por el Día Mundial de la Alimentación2015.
El exceso en el consumo funciona como una droga en razón no de la calidad de los productos que se consumen, sino de su cantidad. Invadidos por los objetos, los habitantes del mundo desarrollado poseen en promedio 10,000 de ellos contra los 236 que tienen los indios navajos. En los grandes supermercados están disponibles para su compra más de 10,000 artículos. Es así que Wal-Mart, con sus más de 8,000 tiendas, sus más de 300 mil millones de dólares de venta anual y sus 1.3 millones de empleados (en Estados Unidos, con salarios medios inferiores al umbral de pobreza), se convierte en la primera empresa mundial. Los más de 3,000 mensajes publicitarios cotidianos que reciben los habitantes de los países desarrollados están hechos para impulsarlos a comprar lo que sea. Los consumidores de esos países tiran a la basura cantidades increíbles de productos en todos los estadios del ciclo, desde los rechazos de la gran distribución hasta los desechos domésticos. En Italia, 15% de la comida y 10% del pan y las pastas acaban en el basurero, lo que representa para el pan tirar 1600 toneladas por día o 6 millones de toneladas al año y 2 millones de toneladas para las pastas (datos de 2005, The Guardian). Una encuesta realizada en Inglaterra sobre la totalidad de la cadena alimentaria, del productor al consumidor pasando por la distribución, concluye que la tercera parte de los alimentos producidos, distribuidos y comprados en el Reino Unido terminan en el basurero (The Guardian, 2005).
Aún si llegamos al extremo de considerar que el consumo medio de alimentos de los países desarrollados y de las clases altas y medias de los países emergentes no tiene nada de excesivo, la reducción del consumo de esos países y estas clases sociales es un imperativo ético, tanto por razones de justicia social que de justicia ecológica y climática. La reducción de la bulimia individual no puede sino arrastrar la reducción de la obesidad colectiva y por lo mismo de la huella ecológica. Los grandes consumos individuales degradan a la sociedad en su conjunto: imponen un imaginario social que destruye los valores climáticos y ambientales. Comer menos cárnicos- sabiendo que son necesarias entre 8 y 10 calorías vegetales para producir una caloría animal -y transportarse menos corresponde a la regla gandhiana: vivir simplemente para que los demás puedan simplemente vivir. El desperdicio de alimentos es inherente a la forma de producción y consumo de la era moderna; es consustancial a la sociedad industrial cuya economía de crecimiento produce la miseria y la riqueza insultante que nos agobian. El evangelio productivista de los banqueros podría resumirse así: "Haceos la vida imposible los unos a los otros hasta que se extinga la especie humana". Según Serge Latouche "cada 10 segundos pasa un camión de Francia a España por los Pirineos y se espera que antes de 15 años sea un camión de cada cinco segundos", y nos dice "La globalización lleva al paroxismo esta lógica de la masacre social y ecológica. En Europa, desde hace algunos años los bienes de consumo tienen incorporados más de 6,000 km de transporte; los alimentos de cualquier comida han viajado al menos 2,500 km antes de llegar a los labios del consumidor. Se calculó hace algunos años (Wuppertal Institut, 1993) que un yogurt de fresa vendido en Stuttgart había recorrido 9,115 km si se toma en cuenta el viaje de la leche, el de las fresas cultivadas en Polonia, el del aluminio de la etiqueta, la distancia de la distribución, etc. Los absurdos de la economía globalizada son legión. Hace unos 10 años los británicos importaban 61,400 toneladas de pollo provenientes de los Países Bajos mientras exportaban 33,100 toneladas de pollo a los mismos Países Bajos".
"El cálculo en términos de kilómetros-alimento, medida que encapsula la distancia entre el bieldo y el tenedor, ofrece resultados asombrosos. El carnero congelado de Nueva Zelanda viaja casi 19,000 km por avión refrigerado para llegar a la Gran Bretaña. Las lechugas de California llegan a las escaleras de Washington después de 5,000 km de viaje consumiendo 36 veces más petróleo del que contiene en calorías, mientras las lechugas que llegan finalmente a Londres han consumido 127 veces más de energía de la que contienen y este volumen de perecederos que atraviesan los mares crece a 4% al año. El kétchup que termina en las mesas de los suecos recorre una odisea de 52 etapas de transformaciones y transportes. Todo esto se prestaría a la risa si nuestros pulmones, nuestra salud, la existencia de las generaciones futuras y la supervivencia del planeta no pagaran la factura de semejante locura económica"[1]. No solamente los transportes agotan rápidamente el petróleo, un regalo de la naturaleza no renovable, sino que emiten gases tóxicos como el monóxido de carbono, gases de efecto de invernadero como el CO2 que provocan el desastre climático que padecemos y metales pesados cancerígenos como el plomo y el cadmio.
Una reducción radical en el uso de los transportes es absolutamente necesaria para frenar la rápida muerte de especies vegetales y animales, detener los colapsos ecológico y climático mundiales y recomponer las comunidades campesinas. La desconexión del gran mercado mundial se vuelve imperativa: el libre comercio se convierte en la fuerza principal de creación de miseria y devastación climática y ecológica del mundo. La comida local se impone para recomponer los desastres creados por el libre comercio y la sociedad de crecimiento. No obstante, se programa exactamente lo contrario. Se prevé un aumento considerable del trafico transfronterizo en los años que vienen. Todos los planes a nivel mundial y en México parten del desarrollo de infraestructuras de transporte: puertos, aeropuertos, carreteras, supercarreteras, túneles, puentes, más grandes y más numerosos. En México, el poco conocido proyecto Megalópolis de Peña Nieto considera diversos megaproyectos de transporte en la región centro de México, en los estados de México, Morelos, Puebla, Tlaxcala, Hidalgo y Querétaro: la construcción del tercer aeropuerto más grande del mundo sobre el Lago de Texcoco, el tren de alta velocidad México-Toluca, el tren de alta velocidad México-Querétaro y la ampliación y construcción de diversas supercarreteras, arcos, autopistas urbanas, segundos pisos, distribuidores viales.
Está por aprobarse, también, el nuevo tratado de libre comercio llamado Acuerdo Transpacífico, ATP, en el que participa el gobierno mexicano y que trata no solo de eliminar todas las barreras al comercio internacional, sino también las leyes que garantizan la calidad y sanidad de los alimentos, la protección de la agricultura y la privacidad de la información de los ciudadanos, privilegiando la agenda corporativa. Organizaciones de defensa del consumidor con sede en Estados Unidos, como Public Citizen señalan que con el ATP podrían crearse un tribunal secreto en el que las empresas demandarán a los gobiernos ante paneles de arbitraje integrados por abogados corporativos que eviten los tribunales nacionales y que anulen las decisiones de los parlamentos en caso de no ser favorecidos por éstos. Acompañan a los tratados de libre comercio, acuerdos que dan ventajas a los productores internacionales sobre los productores locales lo que impone tecnologías internacionales de alto riesgo e impacto socio ambiental, como son los monocultivos o "desiertos verdes" que funcionan por el uso intensivo de fertilizantes y de pesticidas como el famoso Roundup de Monsanto al que se le atribuyen grandes riesgos para la salud humana y muy ligados a ello, la introducción de semillas genéticamente modificadas o transgénicas. Se radicaliza así la sobrexplotación de los suelos, la eliminación del pequeño productor y la muerte de las comunidades campesinas. El consumo excesivo de energía, alimentos y otras materias primas, característico del modo de vida de los países desarrollados y de las clases altas y medias de los países emergentes, está en el origen del desastre climático, ecológico, social, económico, político y simbólico del mundo. Por el bien de todos, debe eliminarse el consumo excesivo, conspicuo, que impulsan los países desarrollados, especialmente Estados Unidos, y las clases altas y medias de los demás países.
Miguel Valencia
¡Descrecimiento o colapso!
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