La innegable contribución de la
ciencia de los transportes a la descomposición del tejido social
Jean Robert
La utopía de transportes omnipresentes e
invisibles: El proyecto visionario de los años 1920 y su caricatura en la
realidad de 2011
Cuando
oigo jóvenes profesores y estudiantes entusiasmarse por nuevos sistemas de
enseñanza “en línea”, les pregunto si han estudiado la historia de los
transportes motorizados y comparado, por ejemplo, las visiones urbanísticas de
los entusiastas de los años 1920 con la realidad de las ciudades, noventa años
después. La historia de los transportes motorizados es una advertencia contra
los sueños dorados. Del futuro radiante que anunciaban los utopistas de los
años veinte, sólo nos queda una realidad opresiva: una distopia real se
sustituyó a la utopía. No sabemos que distopias sistémicas tomarán el lugar de
los sueños cibernéticos de hoy, pero podemos comparar la utopía modernista de
casi un siglo atrás con la realidad de hoy.
El proyecto
de Ciudad contemporánea para tres millones de habitantes que el arquitecto
franco-suizo Le Corbusier publicó en 1922 era la elucubración de un hombre
nacido en el tiempo de las calesas que llegó a la edad adulta en el tiempo de
los primeros prototipos de vehículos “auto-móviles”. ¿Como se vería una ciudad
diseñada ya no para mujeres y hombres a pie eventualmente asistidos por
vehículos, sino para carros de motor circulando a gran velocidad? En 1933,
retomó esas ideas en un proyecto llamado el Plan Voisin (“Voisin” siendo el
nombre de uno de los primeros constructores franceses de aviones y luego de
automóviles). Según Le Corbusier, la ciudad hecha para la lógica del coche será
una ciudad de parques verdes, de deportes al pie de los rascacielos “de tamaño
conforme” cuyos habitantes no sufrirían ninguna molestia por la invasión
espacial, el ruido y la contaminación de los carros. 2 En la ciudad, el peatón
nunca encuentra un vehículo […]. El suelo entero pertenece al peatón […]. El
deporte, múltiple, está al pie de las casas, en medio de parques […] La ciudad
es enteramente verde1 .
Sin embargo,
hay necesariamente puntos de contacto entre le gente y el tráfico de vehículos
motorizados. Le Corbusier explica a una amiga como se viviría esta cercanía:
Usted se
encuentra en el Jardín del Luxemburgo: en la calle de Assas pasan camiones […]
No la molestan […]. El suelo de la Ciudad Radiante es como el Jardín del
Luxemburgo2 .
La invita a
imaginar, circulando por esta misma calle, un carruaje de bueyes o de
percherones con una pesada carga de piedras. Las ruedas mal aceitadas rechinan,
los animales mugen y rebuznan, el cochero los zamarrea. Cuando los vehículos
serán motorizados, concluye, el tráfico será tan rápido que ¡vvvvrrrm!, su
ruido no tendrá tiempo de molestarle. La apuesta de Le Corbusier era la de
separar el tráfico vehicular de los peatones mediante sus dispositivos “algo
mágicos”. Esos permitían volver los vehículos a la vez omnipresentes e invisibles:
El habitante
que posee un carro lo encuentra estacionado al pie de su elevador. El que
quiere un taxi lo encuentra en un rango de cien metros […], el número de las
calles de la ciudad se reduce en forma sorprendente […]. Por la puerta de una
casa entran 2700 personas3 .
Imaginar,
simultáneamente, que la mayoría de los adultos tienen coche y reducir el número
de calles y vías en toda la ciudad. No permitir que el peatón encuentre jamás
un carro y lograr al mismo tiempo que encuentre el suyo estacionado “al pie de
su elevador”. He aquí requisitos tan contradictorios que sólo una utopía, es
decir un sueño sin lugar, los pueda conciliar. La realidad es que, más de tres
cuartos de siglos después de que se enunció este sueño, el promedio de
velocidad de los vehículos en el centro de ciudades como Nueva York, Londres,
París es inferior a lo que era al fin del siglo XIX, en los 1 Le Corbusier, La
Villa radieuse , Paris, 1935, p. 93, citado por Françoise Choay, La Règle et le
modèle. Sur la théorie de l’architecture et de l’urbanisme, Paris : Seuil,
1980, 320.. 2 Le Corbusier, La Ville radieuse, op.cit., p. 125, citado por
Françoise Choay, La Règle et le modèle, op.cit., p. 320.. 3 Le Corbusier, op.
cit., p. 113, citado por Choay, op. cit., p. 320.. 3 últimos tiempos de las
calesas. Sin embargo, la utopía corbusierana, si bien vio sus parques
transformados en parkings, dio una pauta al urbanismo moderno: ¡guerra a toda
vida callejera genuina!
La
ciencia de los transportes llega a dominar la planificación urbana
Me parece
importante clarificar algunos de los fundamentos axiomáticos de la
planificación urbana clásica. Con esta expresión, me refiero a los hábitos
mentales y los postulados, todos conformes a la ciencia de los transportes, de
los planificadores urbanos desde los años 1920 hasta los años 1980-1990. A
partir de los años 1990, surgen teorías que pueden llamarse de planificación
sistémica y que ponen frecuentemente la hegemonía de los transportes en tela de
juicio, pero no la organización sistémica de la ciudad. Se reconoce por fin que
la velocidad, en la ciudad, es decir en un medio donde coexisten hombres
dotados de piernas y vehículos de cuatro o más ruedas, es imposible sin romper
ésta coexistencia. Finalmente, los científicos de los transportes aceptaron la
evidencia: los promedios de velocidad en los centros decrecen; los tiempos de
transporte compulsivo entre el domicilio y el trabajo tienden a crecer. En la
ciudad de México, los promedios de velocidad en el conjunto de las vías, metro
incluido, son de poco más de 15 km/hora. No hay datos sobre las ciudades de
provincia sin metro, pero comparaciones con otros países dejan suponer que no
son superiores a 12 o 13 km/h. A consecuencia, el ilusorio aumento de la
velocidad dejó progresivamente de ser una pauta de la planificación de los
transportes urbanos. Poco a poco, vemos los imperativos de seguridad tomar el
lugar de la velocidad. Los conceptos de punta en urbanismo
americano son actualmente smart growth, new urbanism, new pedestrianism,
traditional neighborhoods, urban villages, LEED-ND (Leadership in Energy and
Environmental Design for Neighborhood Development). Se trata de recrear islotes de
amenidad y de escala humana para los ricos en los que, hasta se 4 puede
caminar. Con “plumas” y cameras de control para defenderlos de los intrusos.
Pero
volvamos a los tiempos en que cuajaba el modelo de ciudad para el carro y en
que se creía en la velocidad. Lo que la utopía de Le Corbusier fue para los
arquitectos, la ciencia de los transportes lo será para los ingenieros. A
partir de los años inmediatamente anteriores a la Segunda Guerra mundial, la
utopía y la ciencia se encontrarán en un proyecto único de ciudad con vías
clasificadas, pero sin calles verdaderas, cuyos habitantes serán usuarios
compulsivos de los transportes mecánicos al principio privados y públicos, pero
con una fuerte tendencia al desmantelamiento de esos últimos. Tanto en su
variante utópica como en su forma “científica”, este proyecto tuvo como efecto
paralizar la imaginación de los ciudadanos. Los pronunciamientos de un
visionario y los edictos de la ciencia se conjugaron para convencer a los
usuarios de las redes de transportes urbanos de que un estilo de vida dominado
por la pendularidad es el único posible, lógico y racional. Se trató de la creación
de un nuevo espacio-tiempo en le que, como lo recalca Ivan Illich,
[e] El
usuario se exaspera por la desigualdad creciente, la penuria de tiempo y su
propia impotencia, pero insensatamente pone su única esperanza en más de la
misma cosa: más circulación por medio de más transporte4 .
Pensamiento
único.
Si hay un
dominio en el que el lenguaje impide que sus hablantes toquen la realidad
cotidiana, es la planificación urbana, particularmente cuando está dominada por
la utopía y la “ciencia” de los transportes. Los planificadores urbanos están
ciegos a las relaciones de soporte mutuo que son la trama de las culturas
callejeras y urbanas. Sus modelos son generalmente metáforas derivadas de
conceptos científicos. Por ejemplo, visualizan el tráfico como un caso de
mecánica de los fluidos: piensan que, si determinada vía se obstruye 4 Ivan
Illich, Energía y Equidad, Obras reunidas I, México: Fondo de Cultura
Económica, México: 2006, p. 339. 5 por congestionamiento, el tráfico deberá de
desbordar e inundar calles cercanas5, mientras la experiencia demuestra lo
contrario. O dibujan mapas de las líneas de deseo de más y mejores servicios de
transporte. Conceptualizan esas líneas como “acciones a distancia” o
“atracciones”, lo que es la esencia del concepto newtoniano de gravedad. A
partir de esas metáforas, construyeron el modelo de gravedad de predicción del
tráfico, hoy un procedimiento estándar de la planificación del tráfico en los
Estados Unidos así como en países que importan de ahí hábitos mentales y prácticas.
Las
profesiones fomentan la contra-productividad estructural Antes de abordar más
detalladamente la historia propiamente dicha de este modelo, quisiera
considerarlo como ejemplo de lo que Ivan Illich llamó la contra-productividad
estructural, la que impide siquiera imaginar que las cosas pudieran ser
distintas, como por ejemplo imaginar que pudiera haber menos coches en las
calles de nuestras ciudades, o recordar que, en otras épocas, no había coches y
que la gente no reportó sufrir de esta “carencia”. Más tarde en esta plática,
analizaré dos otras formas de contra-productividad: la contraproductividad
técnica y la contra-productividad social. Por el momento quisiera concentrarse
en esta contra-productividad de tercer orden, la contraproductividad estructural.
Es una parálisis del sentido común, de la imaginación y del sentido político.
Esta parálisis es general en las sociedades altamente profesionalizadas. Se ha
podido decir que la contra-productividad estructural es sistemáticamente
inducida por los profesionales. Analizaré aspectos de esta ceguera inducida,
uno de estos aspectos siendo la forma en que metáforas 5 Para la exposición de
un caso en que la suppression de una vía rápida fue acompañada por una
reducción de la circulaci´on en todas las calles vecinas, ver Jane Jacobs, The
Death and Life of Great American Cities, Random House, New York, 1961, p. 360
ff. (Traducido como Muerte y vida de las grandes ciudades, Madrid: Peninsula,
1967). Relata un episodio de las luchas cívicas por la preservación del
“Washington Square Park” en Manhattan. El planificador Robert Moses mandó
cortar esta plaza en dos por una autopista, provocando la oposición de los
vecinos que exigieron el cierre de ésta vía. Contrariamente a lo que todo el
mundo esperaba, Moses acedió a esta demanda y mandó cerrar la autopista.
Comentó con sus colaboradores: “El tráfico cortado por el cierre de esta vía
desbordará sobre todas las vías del barrio y los mismos ciudadanos que
exigieron su cierre vendrán a pedirnos reabrirla”. Pasó exactamente lo
contrario: el tráfico disminuyó en las calles circundantes. 6 importadas de
dominios infra-humanos han llegado a ser consideradas más verdaderas que las
muy aptas descripciones de situaciones vividas por el lenguaje común.
Vivimos en
tiempos del “poder elegante”, dice Marianne Groenemeyer. El poder elegante no
reprime, ayuda. Imputa a los ciudadanos necesidades conformes a lo que él
necesita y les ayuda a satisfacerlas. Por ejemplo, las autoridades de
Cuernavaca decidieron que sus administrados necesitaban entrar a la ciudad con
mayor velocidad y les ayudaron a satisfacer esta necesidad construyendo un
distribuidor vial de tres pisos que les costó más de 170 millones de pesos. .
Así la ayuda
parece tan inocente como siempre, aunque hace mucho que ha cambiado de color y
se ha convertido en un instrumento del perfecto – es decir, elegante –
ejercicio del poder. La característica del poder elegante es que es
irreconocible, oculto, sumamente inconspicuo. El poder es verdaderamente
elegante cuando, cautivados por la ilusión de [su] libertad, aquellos sometidos
a él niegan tercamente su existencia. […] En breve, el poder elegante no
fuerza, no recurre ni a las porras ni a las cadenas […]6 .
En la
publicidad para nuevas infraestructuras de transporte, el motivo de la ayuda es
frecuentemente mencionado. La línea 12 del metro de la Ciudad de México ayudará
a los habitantes de Tlahuac a llegar más rápidamente al centro (cabe notar que,
en México, la utopía de la velocidad urbana domina todavía las decisiones de los
planificadores). El motivo de la ayuda cancela todo análisis de la tremenda
remodelación territorial que la nueva línea ocasionará en un territorio que se
extenderá hasta Cuautla y más allá. No conozco mejor guía hasta esta
remodelación que Miguel Valencia.
El poder
elegante se funda en instituciones de servicio. Ponerse al servicio de su
prójimo quiere decir ayudarle. Prestar servicios institucionales es otra cosa.
Las instituciones de servicios son parte del dispositivo del poder elegante. En
la sociedad moderna, se llaman profesiones a las formaciones sociológicas
especializadas en la prestación de servicios, es decir de ayuda institucional:
servicios de educación, de transportes y de salud, por ejemplo. 6 Ver Ivan
Illich, “Necesidades”, in El diccionario del desarrollo, op. cit., p. 157-175.
7 Los profesionales administran y dirigen las instituciones prestadoras de
servicios. En cambio, a los que reciben los servicios de profesionales, se les
llama clientes. No digo que estos servicios sean inútiles. Muchos clientes de
los profesionales aprenden efectivamente algo en las escuelas, se curan de
ciertas enfermedades en los hospitales y frecuentemente llegan a tiempo a su
trabajo a pesar del congestionamiento de los servicios de transporte. Yo digo
que, cada vez más, los prestadores de servicios imputan a sus clientes
necesidades que sirven a sus fines. En seguida presentaré un bosquejo muy
sumario de esta evolución.
Antes de la
Segunda Guerra Mundial, las profesiones se calificaban como profesiones liberales.
Prestaban servicios a clientes que, en gran medida, pedían la satisfacción de
necesidades sentidas. Después de la guerra, las profesiones liberales se
metamorfosearon en profesiones dominantes. Los profesionales dominantes
aprendieron a diagnosticar las necesidades de sus clientes independientemente
de cómo ellos las expresan. Las necesidades diagnosticadas por profesionales
son cada vez menos necesidades sentidas. Son cada vez menos auto-definidas.
Podemos hablar de una hetero-definición creciente de las necesidades de los
clientes. Las necesidades hetero-definidas se pueden calificar como necesidades
imputadas por profesionales. Diagnosticar – es decir imputar – necesidades es
de hecho un acto legislativo. Acto seguido, los profesionales prescribían servicios
a sus clientes, un acto ejecutivo. Sus asociaciones profesionales tenían el
poder de perseguir todo ejercicio ilegal o todo abuso del poder profesional,
una actividad judicial. En cierta forma, las profesiones dominantes compartían
con el tirano el hecho de concentrar en sus manos los tres poderes legislativo,
ejecutivo y judicial.
Es la
situación que criticaba Ivan Illich en sus análisis sucesivos de las
instituciones de educación7 , de transporte8 y de salud9 . Las profesiones
dominantes 7 Ivan Illich, La sociedad desescolarizada, en Obras reunidas I,
México: Fondo de Cultura Económica, 2005. p.187-323. 8 Ivan Illich, Energía y
Equidad, in op. cit., p. 325-365. 9 Ivan Illich, Némesis médica , op. cit., p.
531-763. 8 influían pesadamente los procesos legislativos. En los años 1970,
Ivan Illich analizó esas tres instituciones de servicios más poderosas de las
sociedades industriales: En ésta época, no insistió en una diferencia esencial
entre, por un lado, los servicios de educación y de salud, y, por otro lado, de
transporte. Los dos primeros requieren un contacto personal entre el
profesional y sus clientes, lo que no requieren los servicios de transporte: el
ingeniero en transporte no tiene contactos personales con los clientes de sus
servicios. Es seguramente la razón por la cual, hasta muy recientemente, las
profesiones de la educación y de la salud formularon sus políticas en conceptos
humanísticos, mientras las profesiones del transporte recurrieron desde los
inicios a metáforas derivadas de las ciencias no-humanas como la mecánica de
los fluidos y la gravedad. En Energía y Equidad, el libro que dedicó a la
institución de los transportes, Illich no trató esta distinción esencial, sino
que usó el caso del transporte para ejemplificar una relación que llamó
contra-productividad. Después de analizar la contra-productividad de los
transportes industriales en sus tres dimensiones, la técnica, la social y la
estructural, traspuso el análisis a la cuestión de la medicina, también
contraproducente en otras dimensiones.
Pienso que el reconocer la especificidad de las profesiones
en las que el profesional imputa necesidades a clientes que nunca encuentra
permite entender como las necesidades diagnosticadas pudieron separarse tanto
de las necesidades sentidas. La “necesidad” de distribuidores viales, por
ejemplo, es siempre diagnosticada por tecnócratas en ausencia de demandas
populares. Es, luego, manipulada por políticos. El prestigio de cientificidad
de las tecnocracias profesionales aunado a la aparente irrevocabilidad de las
“decisiones” políticas crea esa parálisis de la imaginación que Illich llamaba
la contra-productividad estructural.
El
“modelo del ferrocarril”, antecedente del modelo del transporte 9
En 1891, el Austriaco Eduard Lill inventó – o
“descubrió” - la ley de los viajes (Reisegesetz) que postula que todo cuerpo en
movimiento para satisfacer una necesidad natural está sometido a la ley de la
gravitación universal.
Tal como la
caída de los cuerpos, su movimiento y su atracción son leyes naturales, toda
actividad humana cuyo fin es la satisfacción de una necesidad vital es una
consecuencia de leyes naturales: a consecuencia, y de acuerdo a la definición
enunciada arriba, el acto de viajar debe ser clasificado en la categoría de las
leyes naturales10.
Lill era un
Herr Doktor que contaba cuidadosamente los viajeros en los trenes austriacos.
Su “descubrimiento” es el siguiente: aquí está un tren que va hacia Viena. Cada
vez que el tren para en una estación, hay viajeros que suben y otros que bajan.
La “ley” de los viajes dice que entre más se acerca a Viena, mayor es en el
tren el numero de pasajeros que tienen esta ciudad como destino. Lo inverso
también es cierto: entre más un tren se aleja de Viena, tanto menor es el
número de pasajeros que subieron en Viena. De esa perogrullada, Lill concluyó
que una ciudad atrae la población circundante con una fuerza directamente
proporcional a la dimensión de la ciudad e inversamente proporcional a la
distancia a la ciudad de determinado individuo o grupo.
La “ley” de
los viajes fue olvidada por más de treinta años, hasta que fue reinventada – o
“redescubierta” - en 1929 por el americano W. Reilly:
Dos ciudades
[vecinas] atraen hacia sus comercios de detalle clientes habitando cerca de la
línea de división entre ellas en forma proporcional a su población e
inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ellas y la
residencia de sus clientes potenciales de sus comercios11.
Reilly
intentó aplicar el mismo razonamiento a todo tipo de desplazamientos vehiculares:
las fábricas “atraen” a los trabajadores, las escuelas, los hospitales o los
cines generan similarmente “campos de gravedad” que atraen a sus 10 Eduard
Lill, Das Reisegesetz und seine Anwendung auf den Eisenbahnverkehr, (The Law of
Travels and its Application to railway traffic)Vienna, 1891. 11
W. Reilly, The Law of Retail Gravitation, New York, 1953 [1929]. 10
trabajadores o clientes. En
los años siguientes, J. Steward12 valuó el “potencial demográfico” de cada
punto de una ciudad en analogía con el potencial de un campo gravitacional.
Al fin de la
Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se enfrentaron a un dilema humano
delicado. Millones de soldados americanos iban a ser desmovilizados y el país
tenía que reinsertar esos jóvenes, de los cuales muchos habían ganado medallas
en los campos de batalla. ¡Pero, no había suficientes empleos para ellos! Se
iban a enfrentar al desempleo después de haber sido aclamados como héroes13.
Había que crear empleos con toda urgencia y se vio a la industria automotriz
como la “locomotora del empleo” ideal. Pero, en 1945, la red de carreteras
nacionales estaba saturada por los carros existentes, por lo que no había
condiciones para un crecimiento de esta industria. Ahora bien, los americanos
son un pueblo lleno de astucias. La Automotive Safety Foundation – cuyo patrón
era Hoffmann, de la empresa Studebaker – decidió que la mejor respuesta a la
demanda de empleo era la construcción de autopistas. Otra consistía en comprar
las múltiples compañías de ferrocarril que prosperaban en el país para
desmantelarlas y deshacerse de los rieles. Pero la Automotive Safety Foudation,
encontró una tercera manera de hacer crecer indefinidamente la demanda de más
carros y carreteras. Si bien demandó mucho más tiempo que las otras, fue la más
eficiente a largo plazo. Se trataba de crear un modelo de predicción del
tráfico “científico” que pudiera ser estandarizado y enseñado a los estudiantes
de planificación urbana en los Estados Unidos y más allá. Un estudiante de
matemática, Alan Voorhees, fue encargado de calibrar un modelo de predicción
del tráfico hacia varios tipos de destinación basado en la metáfora de la
gravedad. Nació así el modelo de gravedad del tráfico que, como lo vislumbraba
Lill, postula que la “fuerza de atracción” mutua entre dos ciudades o dos
actividades en la misma 12 J. Q. Steward, “Demographic Gravitation: Evidences
and Applications”, in Sociometry, 11, 1,2 , May 2, 1948, p. 31-38. 13
The following paragraphs are a summary of Gabriel Dupuy, Une Technique de
planification au service de l’automobile: le modèle de trafic urbain, Paris :
Action concertée de recherche urbaine, 1975. 11 ciudad es proporcional a un factor de “masa” (por
ejemplo la población de una y la densidad de actividades “atrayentes” en la
otra) e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia entre ambas.
Voorhees calibró el exponente – es decir la potencia a la que hay que elevar el
factor distancia - para cada tipo de actividad. Este exponente es mayor para
las actividades diarias, como ir al trabajo y menor para las actividades
ocasionales, como ir al teatro o al cine. Como la distancia es un factor de
“resistencia al transporte”, entendieron que, entre mayor el exponente, mayor
la resistencia. El trabajo preparatorio al lanzamiento del modelo y su
calibración tomaron años14. Después de efectuar toda una serie de controles y
de combinarlo con “modelos de accesibilidad” y “modelos de oportunidad” basados
en consideraciones estadísticas, el modelo de gravedad pudo ser estandarizado y
distribuido en todos los Estados Unidos y en otros países como el modelo
“científico” de predicción del tráfico15. Su estructura garantiza que la
demanda por más carros y más vías crecerá siempre, transformando así la
industria automotriz en un motor primordial de la economía. A partir de ahí,
podemos contestar la pregunta “¿para qué tantas infraestructuras de
transporte?”. “Para crear empleo”. Hasta los años 1980, la creación de empleo
fue el motivo primordial de la construcción de nuevas infraestructuras viales.
(Parece que todavía lo es en México).
Queda una
pregunta: ¿Por qué el modelo de gravedad “nunca falla”? ¿Por qué la demanda que
está previendo no deja de crecer – y por ende de “crear empleo” - en la medida
en que se “satisface”? En términos humanos, lo que el modelo permite
“cuantificar” es la disposición – o su contrario, la resistencia - de la gente
a desplazarse cada vez más lejos para sus actividades diarias u ocasionales.
Entre menor el exponente del factor distancia, tanto mayor la disposición de
los trabajadores de buscar su puesto de trabajo en lugares 14Alan Voorhees, “A
General Theory of Traffic Movements”, Proceedings of the Institute of Traffic
Engineers, New Haven, 1955. 15 See Calibrating and Testing a
Gravity Model for Any Size Urban Area, Urban Planning Division, Office of
Planning, BPR, Washington DC, 1965. 12 alejados de su vivienda. El modelo de gravedad es un
poderoso destructor de diversidad local. Fomenta la pendularidad cuyas horas de
transporte compulsivo crece en el curso de los años. Pero hay algo más, algo
“epistemológico”: según Newton, la gravedad es la mayor fuerza del universo. El
modelo de gravedad del tráfico permite convencer a los usuarios de los
transportes que esa fuerza que “mueve el sol y las otras estrellas” es también
la que los mueve de sus casas a su trabajo e impulsa la pendularidad. Esa
convicción es la esencia de la contra-productividad estructural. .
Un
planificador modifica el espacio-tiempo de una ciudad
Robert Moses, el High Commissioner de Nueva
York en los años anteriores a la segunda Guerra mundial hasta los años 1950-60,
es un hijo del modelo del tráfico que acabamos de describir. Como Hoffmann, el
patrón de Studebaker, cerró vías de transporte público y abrió vías mal
llamadas “rápidas” para vehículos privados. Encarna el tipo de conocimiento, de
metáforas y de vulgarización de conceptos físicos que constituyó la base de lo
que se llamó la “ciencia del transporte” (transportation science). Profesional
dominante, era una suerte de tirano que, en el ámbito de sus decisiones,
concentraba en sus manos los tres poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Su
amor al coche tenía el sello de una época pasada, cuando era un privilegio de
pocos ricos que se podían permitir mantener un chofer privado: este promotor
apasionado de la cultura del carro nunca tuvo una licencia de manejar. Aquí
unas notas sobre este prototipo del profesional dominante.
Era un
hombre muy capaz que sabía como “hacer que se hagan las cosas”. A mediados del
siglo XX, fue el “maestro constructor” de Nueva York, cuyo aspecto cambió
completamente. Long Island, Rockland County and Westchester
County fueron particularmente afectados. Algunos lo llamaban el “Haussmann americano del siglo XX ”,
comparándolo con el Barón Haussmann, perfecto de Paris bajo Napoleón III. Moses
cambió litorales, construyó elegantes puentes, túneles y carreteras y cambió
radicalmente el aspecto de barrios enteros. Los que lo criticaban hacían notar
que favorecía a los blancos sobre los ciudadanos de color y las autopistas
sobre los transportes públicos, 13 porque los blancos pagan más impuestos y las
carreteras pagan cuotas mientras que los transportes públicos necesitan
inversiones públicas. Tuvo una inmensa influencia sobre toda una generación de
ingenieros, arquitectos y planificadores urbanos que se encargaron de divulgar
su ideología en el país y más allá de sus fronteras. Tenía poca consideración
por los cuerpos legislativos y menos para los comentarios de los ciudadanos
sobre las obras públicas, haciendose culpable de tiranía profesional, es decir
de la concentración de los tres poderes en una mano. Como Haussmann un siglo
antes, construyó la infraestructura que querían los ricos y creían buena para
todos. Esa infraestructura ha aguantado el paso del tiempo y lo seguirá haciendo
mientras durará la cultura del coche. Fue también el iniciador del Sistema de
los Parques de Nueva York.
La
mutación “sistémica” de la teoría de los transportes
Recientemente,
los ingenieros y planificadores de los transportes ya no pueden eludir el hecho
de la lentitud general en las infraestructuras que planean. Cada nueva vía,
puente o “segundo piso” permite por un tiempo aumentar la velocidad en el
sentido longitudinal, pero inevitablemente la reduce en el sentido transversal:
las vías rápidas, como lo decía Henri Lebebvre, son suturas-cortaduras: religan
en el sentido longitudinal y separan en el sentido transversal. Además, por su
mismo éxito inicial, atraen un número creciente de vehículos hasta llegar en pocos
años al congestionamiento general e invitar a los planificadores a idear nuevos
“ejes viales”, nuevos “segundos pisos” y nuevos “distribuidores viales” en una
espiral creciente. Esa espiral que hace que la demanda crezca con la oferta
demuestra como el modelo del tráfico elude todo principio de saciedad: una vez
que se ha iniciado la espiral de la determinación de la demanda por el
crecimiento de la oferta, sólo un congestionamiento catastrófico la podría
parar. Illich preveía hace casi cuarenta años que las infraestructuras de
transporte evolucionaban inexorablemente hasta este estado de parálisis
general. 14
Hasta los
años 1980, el fin confesado de los planificadores era, amén de promover el
empleo, aumentar la velocidad dentro de la ciudad. Al respeto, uno de los
últimos teóricos de los transportes que ponía la velocidad en alto rango –
después del fomento de empleo – era el teórico de la planificación urbana de
origen israelí Yacov Zahavi (1926-1983). Pronto, como si se dieran lentamente
cuenta de que los promedios de velocidad en las ciudades no se pueden mejorar,
sino que, por el contrario, decrecen lentamente en todos los países
industrializados, los planificadores sustituyeron la seguridad a la velocidad
en sus modelos. Para ellos, la seguridad es una reducción de riesgos y esa se
fomenta mediante nuevas discriminaciones – cf los barrios con “pluma” – y la
presencia de dispositivos de control, es decir una surveillance general
mediante policías y cameras.
Un libro
fundamental: Energía y Equidad de Ivan Illich
Energía y
equidad fue el libro de Illich quizás más desapercibido en el tiempo de su
publicación. Al mismo tiempo, es aún el más actual o mejor dicho premonitorio.
A pesar de todos los cambios recientes en la llamada “teoría de los transportes”,
su tesis central no ha sido debidamente discutida.
Creer en la
posibilidad de altos niveles de energía limpia como solución a todos los males,
representa u n error de juicio político. Es imaginar que la equidad en la
participación del poder y el consumo de energía pueden crecer juntos. Víctimas
de esta ilusión, los hombres industrializados no ponen el menor límite al
crecimiento en el consumo de energía y este crecimiento continúa con el único
fin de proveer cada vez a más gente de más productos de una industria
controlada cada vez por menos gente […] Mi tesis sostiene que no es posible
alcanzar un estado social basado en la noción de equidad y simultáneamente
aumentar la energía mecánica disponible, a no ser bajo la condición de que el
consumo de energía por cabeza se mantenga dentro de límites16.
En todo el
mundo industrializado, el contrario de la equidad, la iniquidad, una palabra
que también designa el mal, crece visiblemente con los niveles de consumo de
energía. ¿Que político tendrá la lucidez de reconocer que, para liberar a un
país del crimen organizado, hay que bajar los niveles generales de dependencia
energética? 16 Ivan Illich, Energía y equidad, Obras reunidas, op. cit., p.
330. 15 sin embargo, esta frase tiene que corregirse apuntando que el país más
voraz en energía, los Estados Unidos, ha encontrado el modo de exportar los
efectos violentos de su sobre-consumo a sus vecinos del sur, de manera que
otros se sofocarán en su coma energético:
Estados
Unidos, Japón o Alemania ya están a punto de perpetrar el autoaniquilamiento
social en una parálisis causada por el superconsumo de energía. Insistiendo en
el sueño de hacer trabajar las máquinas en lugar del hombre, se desintegran
políticamente, aun antes de verse sofocados en sus propios desechos17
Para revertir políticas energéticas suicidas,
se debe primero superar la ilusión de que más energía es mejor. Sólo la
renuncia a este espejismo permitirá determinar el nivel crítico de uso de
energía más allá del cual se manifiesta inevitablemente el efecto corruptor del
poder mecánico.
De lo contrario, seguiremos viendo como una
sociedad sacrifica su propia supervivencia como comunidad política al ídolo del
poder material. Mientras una sociedad confunde el bienestar con el más alto
consumo de energía, establecerá un sistema de planificación compatible con este
alto consumo de energía y se transformará paso a paso en un Leviatán
tecnofascista.
Pero, existe
otra posibilidad, evidente para los pobres, a la que los capitalistas de la
energía se vuelven inevitablemente ciegos:
Hay un
segundo nivel característico, y más bajo, al cual se puede limitar la energía
dentro de un sistema social: es el nivel en el que un pueblo cree tener mejor
participación en el dominio de la máquina al combinar mejor y simultáneamente
el desarrollo de sus valores tradicionales con la realización de sus ideales
sociales. Para ello hay que limitar el uso de la energía, recuperando el nivel
tope pasado el cual éste reduce la autonomía de los individuos y de los grupos
de base18.
La desintegración
social es una consecuencia directa de la destrucción de la autonomía de los
ciudadanos o, mejor dicho, del equilibrio entre lo que uno puede hacer por si
mismo y lo que otros tienen que hacer para él. Este equilibrio define la
proporcionalidad entre autonomía y su contrario, la 17 Ivan Illich, op. cit.,
p. 332. 18 Ivan Illich, op. cit., p. 333. 16 heteronomia.
El crecimiento de los consumos de energía en cualquier país
destruye esta proporcionalidad a favor de la heteronomia. Ya que el transporte
pone medios de movilidad heterónoma a disposición de seres dotados de capacidad
autónoma casi igualmente repartida, la de caminar, ¿dónde mejor analizar la
destrucción del equilibrio entre autonomía y heteronomía? Básicamente, los
transportes industrializados prometen a los pobres que mañana gozarán de los
privilegios que fueron ayer los de los ricos. Los incitan así a renunciar a su
autonomía y su libertad más elemental, la de moverse por si mimos, y cavar así
la tumba de su propio modo de vida y de subsistencia. Por eso, Illich testó su
argumento en el conflicto entre la capacidad de movilidad autónoma y la oferta
de movilidad heterónoma que constituye la esencia del transporte:
Yo me he
decidido a formular mi argumento partiendo de un análisis de este último19
Sin embargo,
antes de construir su argumento, tuvo que proceder a unas clarificaciones
elementales. Consideraré dos de ellas, las más fundamentales:
I.
Decidió
estudiar la circulación de la gente y no de las mercancías, porque la gente
tiene capacidades de movilidad autónoma:
En la circulación
distinguiré dos medios de locomoción: el tránsito de las personas que usan su
propia fuerza para trasladarse de un punto a otro y el transporte motorizado20.
Lo que llama transito es
la movilidad autónoma. El transporte es la movilidad heterónoma. En general,
las sociedades tradicionales sólo se hacían tributarias de los vehículos – es
decir de la movilidad heterónoma - para los viajes ocasionales como las visitas
a la gran ciudad o al mercado regional. Cuando por el contrario la gente es
obligada a usar los transportes para sus desplazamientos cotidianos, 19 Ibid.,
p. 334. 20 Ibid., p. 335. 17
se pone de manifiesto la
contradicción entre justicia social y energía motorizada, libertad de la
persona y mecanización de la ruta. La dependencia, en relación con el motor,
niega a una colectividad precisamente aquellos valores que se considerarían
implícitos en el mejoramiento de la circulación21.
Insistamos: la base de
esta contradicción es la negación y tergiversación de la autonomía, fomentadas
por todos los discursos profesionales. La marcha se llega a considerar como un
transporte a pie, el aprendizaje autodidacta es un acto pedagógico no
homologado y parir en casa es un ejercicio ilegal de la medicina. Así encontramos
formulada por primera vez la relación que Illich llamará contra-productividad:
escuelas que vuelven estúpido, transportes que paralizan y hospitales que
vuelven enfermos.
II.
Illich rechaza rotundamente toda justificación de privilegios
mediante argumentos extraños al debate. Conocemos demasiado bien estas
justificaciones de infraestructuras babilónicas mediante argumentos ajenos a su
contribución real a la circulación: 1. “Los países latinoamericanos tienen
derecho a competir con la tecnología rica”. 2. “El transporte genera un aumento
del PNB”. 3. “Sin una política de movilización social, es imposible la forma de
control social que exige el ideal nacionalista (p. 336)”. Y, sobre todo: 4.
“Las infraestructuras de transporte sirven para crear empleos”.
En mi análisis del
transporte, no me interesa identificar los beneficios económicos que éste
genera, sino la contribución de presta a la circulación. Lo quiero analizar
como medio de circulación, y no como medio de inflación22.
El transporte de
competencia (1.), el transporte infla-PNB (2.), el transporte para el control
social (3.) y el transporte fomenta-empleo (4) son necesariamente
contra-producentes en términos de su contribución a la circulación.
Para terminar, quiero
resumir la definición de Illich de la contraproductividad en sus tres
dimensiones, una patología fomentada 21 Ibid., p. 335. 22 Ibid., p. 336. 18
profesionalmente de la relación entre los que uno puede hace por si mismo y lo
que necesita que otros hagan para él. Esbozada
en Energía y equidad23 para el caso de la circulación, fue llevada a su forma
madura para la medicina en Némesis médica24.
Los transportes son
manifiestamente una actividad en la que medios mecánicos heterónomos remplazan
progresivamente una capacidad autónoma tan innata como la de caminar. Pasado
cierto umbral crítico, los vehículos entran en competencia por un espacio
vuelto escaso por esta misma competencia.
1. La forma más visible
de contra-productividad se manifiesta como contra-productividad técnica,
conflicto entre outputs y outputs de la industria del transporte. Es el
congestionamiento, que puede llevar a la parálisis total de la circulación.
2. Pero otra forma de
contra-productividad empieza a predominar antes de todo congestionamiento. Es
la contra-productividad social, conflicto entre productos industriales, y por
definición heterónomos (carros, carreteras) y capacidades innatas, autónomas
(la de caminar o de usar una bicicleta). Llega un momento en que la heteronomia
perturba el ejercicio de la autonomía: los transportes vuelven la caminata
difícil, peligrosa e inefectiva como medio de alcanzar destinos diarios.
3. La contra-productividad estructural
es una consecuencia de la producción de necesidades de transporte de acuerdo
con los requerimientos sistémicos25 de la industria correspondiente. Su
resultado es que, aun que pasen largas horas en carreteras congestionadas, los
usuarios se vuelven incapaces de pensar en si mismos como seres capaces de
autonomía. Los adictos a la movilidad heterónoma olvidan que saben caminar, lo
que el espaciotiempo impuesto por la lógica de los transportes permite cada vez
menos. La forma seudo-científica de los modelos de tráfico refuerza esta
parálisis de la imaginación y de la libertad: si los transportes están sometido a la misma ley que los movimientos de los
planetas y de las estrellas, no nos queda más que someternos a esta ley: el
hombre, en un 23 Energía y equidad, pop. Cit., p. 335, 339, 359. 24 Némesis
médica, op. cit., p. 636 ss. 25 Sobre la metamórfosis de necesidades personales
en requerimientos sistémicos, ver Ivan Illich, “Necesidades”, en Wolfgang
Sachs, compilador, El diccionario del desarrollo.Una guía del conocimiento como
poder, Lima: PRATEC, Proyecto Andino de Tecnologías Campesinas, 1996, p.
157-175. (Edición original: “Needs”, Wolfgang Sachs, ed., The
Development Dictionary. A Guide to Knowledge as Power, London: Zed Books,
1992). 19 campo social,
se comporta como una partícula en un campo gravitacional. Fin de toda
discusión.
En otras palabras, las
metáforas importadas de las ciencias duras a la teoría profesional de la
movilidad humana vuelven la contra-productividad estructural incuestionable a
la vez que invisible: ¿quién puede cuestionar el tráfico realmente existente e
imaginar otro mundo – por ejemplo, con ciudades sin coches – si es el resultado
de la misma ley universal que rige el cosmos entero?
Lo que hacemos aquí es
tratar de liberarnos de la contra-productividad estructural: ¡imaginar una
ciudad sin coches! Motivo noble de hombres valientes. A cambio, la “ciencia de
los transportes” sólo es ciencia en la medida en que, como decía Illich, la
ciencia es, hoy, investigación financiable e, inversamente, toda investigación
financiable es ciencia. Esta ciencia, que se encuentra dónde está el dinero, es
ciencia sin conciencia y, como lo decía François Rabelais, ciencia sin
consciencia es ruina del hombre.
Científicos paralizadores de la
libertad y de la imaginación política ¡estamos hasta la madre!
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